Un símbolo ha sido destrozado. Ha nacido una leyenda. La Resistencia, ahora más que nunca, no va a dar marcha atrás.
Así fue encuadrado no por un chií sino por un dirigente cristiano libanés, y encapsuló cómo un verdadero ícono del islam político es capaz de trascender todas las fronteras —artificiales—.
Este decenio, que definí como la década rabiosa, comenzó con un asesinato: el magnicidio —totalmente estadounidense— del líder de las Fuerzas Quds, general Soleimani, y el comandante de las Unidades de Movilización Popular, Abu Mohandis, a la salida del aeropuerto de Bagdad.
El general Soleimani, más que un símbolo, fue el conceptualizador del Eje de la Resistencia. A pesar de todos sus reveses, en especial en las últimas semanas, el Eje de la Resistencia es mucho más fuerte ahora que en enero del 2000. Soleimani —el mártir, la leyenda— dejó un legado sin igual que nunca cesará de inspirar a los nodos de la resistencia en Asia Occidental.
Lo mismo pasará con Seyed Hasán Nasralá. Más que un símbolo, era el rostro del Eje de la Resistencia, extraordinariamente popular y respetado en toda la calle árabe y en las tierras del islam. A pesar de todos sus reveses, en especial en las últimas semanas, el Eje de la Resistencia será más fuerte en los próximos años que en septiembre de 2024.
Nasralá —el mártir, la leyenda— deja un legado comparable al de Soleimani, a quien, a propósito, siempre estaba asombrando en asuntos militares, y siempre aprendiendo. Como político, no obstante, así como una paternal fuente de sabiduría espiritual, Nasralá no tiene igual.
Ahora descendamos de las estrellas a la cloaca.
Un irredento criminal de guerra serial y genocida psicopático, violando un número de resoluciones de la ONU, aparece en la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York y luego ordena, desde dentro de la sede, un nuevo crimen de guerra: aniquilar una cuadra entera del sur de Beirut con una docena de bombas antibúnker, incluido el BLU-109 con un sistema de precisión guiada JDAM, acción que dejó un sinnúmero de civiles todavía desaparecidos debajo de los escombros, entre quienes está el mismo Seyyed Nasralá.
Mientras el criminal de guerra se dirigió a la Asamblea General, más de la mitad de los delegados escenificaron una salida masiva: la sala estuvo de facto cerca a estar completamente vacía de diplomáticos del Sur Global. El público restante fue presentado con otra exhibición de marca registrada de "mapas" para discapacitados con coeficiente intelectual bajo, en los que ilustró la "bendición" —Arabia Saudita, Sudán, Egipto, Jordania, los Emiratos— y la "maldición": Irak, Irán, Siria, Líbano, Yemen.
Un bajo y rabioso entrometido de extracción polaca —un fake total— juzgando civilizaciones antiguas no llega siquiera a calificar como basura a nivel de alcantarillado.
La historia está repleta de ejemplos de entidades que, en realidad, no pueden ser calificadas como Estados-naciones propiamente. Son más especies de infecciones bacteriológicas severas. En lo único que se especializan es en matar, matar, matar. Preferiblemente civiles desarmados, una táctica terrorista. Terriblemente peligrosos, por supuesto, la historia también nos señala la única manera de lidiar con ellos.
Se acabaron los guantes de seda
Israel mató a Seyyed Nasralá por dos grandes razones: 1) porque explícitamente reafirmó que Hezbolá nunca abandonará Gaza por cualquier "acuerdo" que permitiera que continuase el genocidio y la limpieza étnica total; 2) porque los fanáticos psicopatológicos talmúdicos quieren invadir y reocupar Líbano.
Israel sí logró encontrar serias violaciones en la seguridad de Líbano e Irán. En el caso de Beirut, toda la ciudad está infestada de infiltrados, quinta columnistas de todo pelaje que se mueven de un lado a otro haciendo lo que quieran. Irán es una idea mucho más seria. Incluso mientras el general de brigada Abbas Nilforoushan, del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Iraní (CGRI), también fue asesinado junto a Nasralá en Beirut, la seguridad del CGRI propiamente en Teherán pudiera estar comprometida.
Mientras se vuelve imperativo un repensar serio de la seguridad interna de Teherán a Beirut, la estructura cuidadosamente construida de Hezbolá no colapsará por el asesinato de Nasralá, independientemente del tsunami de operaciones psicológicas sórdidas de los sospechosos habituales.
Hezbolá es independiente de sus personalidades. Su estructura es un laberinto, un rizoma, por lo que otros nodos debidamente entrenados, así como un nuevo liderazgo, emergerán como el Vietcong durante la "guerra estadounidense".
Por supuesto que siempre se trata de una guerra estadounidense, porque la fundación del Imperio del Caos es la Guerra Eterna.
En 1982 la guerra de Israel contra Líbano fue tan brutal que incluso Ronald Reagan —quien una vez amenazó con pavimentar Vietnam y pintarle líneas para estacionamiento— estaba asombrado. Le dijo al primer ministro Menachem Begin, quien alcanzó notoriedad como terrorista de Irgun: "Menachem, esto es un holocausto".
Aun así, un estafador de baja ralea como Joe Biden, para entonces senador comprado y pagado por el lobby sionista, llamó por teléfono a Begin para asegurarle que, "si mueren todos los civiles", no era gran cosa.
Predeciblemente, el para entonces senador y ahora monigote zombi en la Casa Blanca aprobó por completo el asesinato de Nasralá.
El balón ahora se mueve hacia la opinión pública en todas las tierras del islam. Cerca de dos mil millones de musulmanes en buena medida también se movilizarán hacia la nueva fase del Eje de la Resistencia.
Ahora nada impide al Eje elevarse al próximo nivel. Sencillamente no existe ni diplomacia, compromiso, cese al fuego, "solución de los dos Estados" o cualquier otra táctica de procrastinación en el horizonte. Tan solo un combate existencial, matar o morir, contra la implacable maquinaria asesina que exhibe, para citar —invirtiendo— a Yeats, "una mirada perdida y lamentable como el sol".
Para todo efecto práctico, ahora comienza la verdadera década rabiosa.
Y la ira de las tierras del islam se concentrarán no solo en la máquina asesina sino en la loba que la amamanta: el Imperio de las Guerras Eternas.
Irán, Irak, Siria, Yemen, Turquía, Pakistán y un número de actores de la mayoría global deben estar preparándose para una primera vez histórica: la coordinación al máximo de la diplomacia, la geoeconomía y del potencial militar para enfrentar finalmente, y de frente, la infección bacteriológica.
Un escenario auspicioso ahora se convierte en algo bastante plausible: los Brics asumiendo el papel de canal diplomático rector de las tierras del islam. La etapa lógica siguiente debería ser sacar la ONU de territorio estadounidense/israelí y establecer la sede en una nación que verdaderamente respete la legislación humanitaria internacional.
La mayoría global políticamente emergente entonces establecerá su verdadera y global organización de naciones unidas, y así dejar a los racistas regodearse y pudrirse dentro de sus propias murallas. Mientras tanto, en el campo de batalla, los guantes de seda deben quitarse: llegó el momento de matar con las mil puñaladas.
-
Originalmente publicada en Strategic Culture Foundation el 30 de septiembre, la traducción para Misión Verdad la realizó Diego Sequera.