Algo no le está prestando a Lorenzo Mendoza. Se le ve demacrado, falto de sol; ya el champú que usa pareciera no darle la seguridad que intentaba transmitir en otras apariciones, donde siempre quiso ser todo brillo para su público.
Generalmente toda esa ingeniería visual era empleada en apuntar que él, el primus inter pares de la oligarquía del dinero venezolana, iba a exigir o conminarle algo al gobierno, desde su tono pedestal de übber-empresario.
Pero esta última vez fue distinta. Y su mensaje no estaba dirigido al gobierno, sino que convocaba a una movilización general a “franquiciados”, bodegueros y consumidores. Bajó línea: la gente tiene que comprar, y no solo comida, sino que obligatoriamente había que hacer algo por “la cervecita”.
Y en ese sufijo con el que se refirió al producto insignia de su familia fue donde todo se derrumbó, donde el abismo devolvió la mirada, donde la falta de tuneo y preproducción del video, sin la ingeniería de siempre y por primera vez en el canal de youtube de su vida, se le chispoteó sin querer queriendo la imagen de vulnerabilidad, de flanco débil.
Porque generalmente todos los recursos “para honrar las rubias crines del potro” de su amador no perdían de vista los estremecedores tepuyes en hora mágica, la atarraya que sale en algún confín de la costa oriental, el diligente llanero mañanero que va a la faena después de la con su close-up alpargatero al desgastado pocillo de peltre con café. El muchacho “de barrio” lanzándose trompos de breakdance en una cancha de cualquier vaina con U para los patineteros, recuperado por Empresas Polar. Nada de eso hubo.
Se vio limitado a poner el tono empleando el sufijo diminutivo con el que la clase dominante histórica venezolana busca rellenar el vacío de sentido (+algo de sentido de culpa humanitaria), a no perder el canal mediante el intento de hablar populachero para llegarle a toda Venezuela, sin distinción. El artificioso y engolado “vamos a tomarnos una cervecita, vale”.
Pero Lorenzo estaba pidiendo billete. Pareciera que ahora también le toca a él directamente la caída de todo y el aumento del precio de todo lo demás. Que en tiempos de Covid-19, por más que no conozca a alguien que no quiera una cerveza para sobrellevar la resolana implacable de abril al mediodía, sencillamente no se puede comprar. Y ha tenido su impacto. La subida de precio perpetua complica las cosas en tiempos excepcionales.
Y eso que mi gente ha dado una batalla sin tregua para no pasar el viernes seco: desde post-rones con colores chillones, hasta un fondo especial comunitario del resuelve para la caja respectiva. Pero esto del corona es duro, eso también se ubica dentro del paréntesis. Al parecer, el paréntesis económico le está doliendo de verdad al revendedor estrella de Venezuela.
Pero, esa aparición con aspiración viral, visualmente chueco, desganado, levemente desesperado y sin postproducción Joaquín Riviera, lo dejó frente a su pobreza imaginativa y frente a la cámara, como haciendo acto de consciencia.
En algún momento del pasado reciente asistí a una reunión convocada por un grupo respetable que explora opciones de diálogo buscando involucrar conversaciones entre los campos políticos para resolver problemas y conflictos. Fue la única, celebro cada una de esas iniciativas sin ningún tipo de controversia con los contenidos y quienes lo promuevan; la única condición es la transparencia… y que no sea promovido por la NED.
En todo caso, asistieron sobre todo personas del área de la comunicación junto a políticos con responsabilidades operativas en los distintos partidos.
Y en los momentos en el que el diálogo perdía fuelle, siempre aparecía el personaje (generalmente de los políticos, generalmente opositor) que lanzaba el fosforito argumental del “es que, está en la esencia del venezolano el ser así, el tomarse la vida con sentido del humor, resolver los conflictos entre nosotros relajados, con unas cervecitas; no nos gusta la violencia”. El factor horizontalizador de las cosas de la venezolanidad.
Pero quienes decían eso, comenzaba a quedar claro, no querían decir lo que de verdad querían decir. El país acababa de pasar por una coyuntura sensible con la asonada golpista del 30 de abril. Uno de ellos, lo vi después, en una fotografía, remotamente y en tercerísimo plano, detrás de una escena de acción cuando el intento de golpe se desplomaba, sobre el puente del distribuidor Altamira.
Pero ese hablar sin querer decir lo que quería decir, parecía consagrar la idea de aquello de Cabrujas del estado del disimulo, el “todo bien contigo, pero conozco tu pasado”, edición sifrizuela. El mismo marcador subyacente en las cervecitas de Lorenzo.
Lorenzo Mendoza, CEO de Polar, compañía cuyas patentes están registradas en Canadá, acaba de transparentar que se dio cuenta que un día tiene que naufragar, que el tifón rompe sus velas. Pero le estremece que lo entierren cerca del mar, como a Tite ayer.
Habrase dado cuenta de que los ciclos críticos del capital no contaban para siempre con un eterno retorno. Porque eso es lo que lo hace sufrir en 4K: la crisis (global) de la demanda llegó a su puerta, y la tropa de leva que lo mantenía desde la cuarentena ya no se mueve como antes, y todos los estudios prospectivos que le pondrán sobre el escritorio de su casa probablemente digan cuánto no se va a mover tampoco, con la extensión del estado de emergencia.
¿Sincronía entre la salida del video y la firma del presidente de la renovación por un mes más del estado de emergencia? ¿Crisis en el funcionamiento de las plantas, corrientazos en el flow de caja? ¿Algunos bonos, deudas, equities u otros activos en la bolsa reventándose? ¿Dónde decidió desinvertir confiado en que contaba con su masa de fieles? ¿Quién, entonces, mantiene a quién?
Después dicen que todo esto no es un cisne negro. Para Lorenzo Mendoza también sí que lo es.
Es posible presumir algo en esa confesión indirecta, ese lapsus que fue su mensaje de “compren comida, pero también compren cerveza porque de lo contrario, mira, la reposición de comida se va a complicar” puede ser señal de impotencia: un mensaje de este tipo no lo emitiría de esta manera tan franca, y tan torpe, si no estuviera, por la razón que sea, en posición de debilidad. Los como él lo hacen en privado, y si están sobrados, hasta mandan emisario.
La excepción que algunos años atrás tuvo la sociedad venezolana en su quehacer diario, su vida económica y sus patrones de consumo, que no estaban exentos de contenido político, es lo que retornó a los portones de Empresas Polar. O así parece, maquillen lo que quieran maquillar después.
Quienes le llevan la comunicación corporativa a Mendoza han demostrado tener maestría en el control de daños, y probablemente algo salga después de ese video infeliz que busque levantar la imagen de alguna manera.
Así que ese v-logueo cobra valor agregado ahora, y encuadra un instante de gracia que probablemente ahora busque ser tapiado bajo el próximo mensaje, más corporativo, menos autorretrato con koala, con mala pose, y acalorado que habrase visto. Ofreció su propio meme.
No es necesariamente una señal halagüeña, así le regale al público un breve momento de vendetta simbólica retroactiva, porque el grado de lo impredecible es aún más abarcante y los desafíos económicos seguirán siendo potentes. Pero tampoco podemos olvidar que Lorenzo Mendoza acaba de dar una pataleta pública de muchacho malcriao, pidiendo centavos, porque si no se va a poner muy bravo, y no habrá cervecita para nadie.
Tanto llamado a boicot de la vanguardia y mira tú de qué manera terminó puesto en jaque, y la gente de a pie también tuvo que ver con eso. Lo que ilumina y confirma la creencia de que es más lo que él depende de nosotros, que viceversa.
El franquiciado es él, y su red de seguridad financiera allende los mares pudiera estar comprometida por algo que rebasa al marco nacional. Y no querrá decirlo abiertamente, pero lo rebasa, así sea en una selfi.