Mar. 24 Diciembre 2024 Actualizado Sábado, 14. Diciembre 2024 - 10:42

Las “coronafiestas” como fotogramas del sujeto neoliberal

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Autoridades en materia sanitaria como la Organización Mundial de la Salud (OMS) han insistido en que la mejor estrategia contra el Covid-19 es el distanciamiento social, sin embargo, para las élites y sus aspirantes pareciera que la vida (o la no vida) continúa.

Son múltiples las historias que se cuentan en las redes sociales, más que en los medios tradicionales, respecto a las “coronafiestas” o fiestas pandémicas que han sido clave en la dispersión de este agente patógeno que hoy detiene al mundo tal cual es.

La pobreza en Latinoamérica como epicentro estructural del Covid-19

Son pocos los análisis que se han hecho respecto a cómo uno de los factores de riesgo son aquellas personas que cuentan con recursos para viajar a las regiones donde el coronavirus ya se ha instalado, en particular a Europa y Estados Unidos. Viajar sigue siendo un privilegio de una minoría en Latinoamérica por ser una de las regiones más desiguales del mundo.

Así se cuentan en nuestro continente las hazañas pandémicas de los poderosos:

  • Un elitesco paseo de snowboard en Vail, Colorado (EEUU), al que asistieron 20 adinerados mexicanos, entre quienes estaba el presidente ejecutivo de la marca de tequila José Cuervo.
  • Más de 30 comensales en la cena de compromiso del tatara tatara nieto de Pedro II, último emperador brasileño.
  • Más de 20 miembros del entorno de Bolsonaro que asistió a Florida a entrevistarse con Trump.
  • Una academia de béisbol en Venezuela cuya operación de “caza” de un talento alcanzó los 2,5 millones de dólares y disparó el número de contagios en el país.
  • El paseo turístico de Carmela Hontou, famosa diseñadora uruguaya que luego asistió a una suntuosa boda con 500 o más invitados.

La cosa no queda allí. El nuevo coronavirus, como casi todo mal, ataca a las poblaciones más vulnerables y se instala en la exclusión y la carencia asistencial. El hacinamiento es el siguiente factor de riesgo de contagio después de la movilidad, y de eso hay bastante en los barrios, favelas y medios de transporte masivo, de allí que las mayorías empobrecidas por la acumulación capitalista pasen rápidamente a ser epicentro masificado porque el confinamiento es complicado cuando se vive amontonado.

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Un caso ilustrativo fue el de Cleonice Gonçalves, doméstica (de las que “ayudan en la casa”) de 63 años, contaminada por su empleadora, una adinerada brasileña que no consideró necesario prevenirle que había estado expuesta al coronavirus durante sus vacaciones en Italia porque “sospechaba haberse contaminado durante su viaje pero no quiso ser detectada”, así lo revelaron las autoridades de Miguel Pereira, la pequeña ciudad donde vivía Cleonice.

En tiempos de pandemia, el confinamiento es una amenaza para las clases trabajadoras, tanto como lo es salir a trabajar. Con sistemas de seguridad social desmantelados por el avance neoliberal en el continente y expuestos a flexibilización e informalidad laboral, es necesario ganarse el salario cada día. Barco parado no gana flete, dicen.

Esto ha hecho que tengan eco los llamados de algunos liderazgos corporativos dedicados a la política que llaman a relajar el distanciamiento social en nombre de la economía y “la normalidad”. En capitalismo, “la normalidad” es el despojo y quieren que siga esa fiesta, que la gente dependiente de un salario salga a exponerse al virus a riesgo de saturar los servicios hospitalarios y, por consecuencia, los cementerios.

Total, cada trabajador tiene a otros diez esperando reemplazarlo, sea en un empleo formal o informal.

Las coronafiestas venezolanas, sifrinos por encima de todo

Todos crecimos viendo los elegantes saraos de la gente distinguida en las páginas sociales de los periódicos; casi nunca vimos que terminaban en fecupes, pero eso es lo de menos. Al final, como nuestros familiares están por aquí o por allá sirviendo whiskys o estacionando carros, tramitando facturas o atendiendo sobredosis en las clínicas, uno se entera.

Hoy en día es un arma letal lo que antes del Covid-19 y la cuarentena era la rutina de todo aquel que considerara que la vida es para vivirla; una fiesta en Los Roques tuvo que ver parcialmente con el contagio de los casos iniciales de coronavirus registrados en Venezuela.

Cuando se diagnosticaron los primeros casos en Venezuela, el gobierno nacional decretó una cuarentena voluntaria para evitar una escalada de contagios, en el marco de un estado de alarma.

Sin embargo, desde esos mismos días, algunos sectores “acomodados” optaron, invariablemente, por desafiar el ordenamiento legal organizando fiestas que han terminado con gente detenida que, invariablemente, no asume responsabilidades.

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A Los Roques, destino turístico exclusivo venezolano, asistieron DJs, cantantes de reguetón y otros personajes venezolanos y extranjeros; no terminaron detenidos porque aun el estado de alarma no era de carácter nacional. Días después, en el municipio Chacao, 18 personas fueron detenidas por haber violado la cuarentena, dos de ellas eran casos positivos de Covid-19 y lo sabían; además, una modelo española, otra venezolana, una joven rumana, una DJ marroquí y algunos que también habían estado en la “coronaparty” de Los Roques.

Fueron todos liberados excepto el propietario de la vivienda donde se realizó el festejo, acusado de cinco delitos, entre ellos posesión de drogas y armas.

Recientemente otro grupo de nueve jóvenes celebrantes fueron procesados judicialmente por romper con el confinamiento, entre ellos dos misses:

  • Gabriela Coronado, primera finalista del concurso de belleza Miss Earth Venezuela 2019.
  • Laura Zabaleta, participante de este año en el afamado Miss Venezuela, que aún no se ha celebrado.

Ambas modelos fueron descalificadas de sus respectivos reinados y, como es menester, su acto de indisciplina ha sido objeto de juicios duros en las redes sociales, al punto que han optado por cerrar sus cuentas o fortalecer sus configuraciones de privacidad en plataformas como Twitter o Instagram.

Como fantasma que recorre las calles venezolanas, las “coronafiestas” que se siguen celebrando de manera impune a esperas de la “normalidad” son pocas, pero van en aumento.

En el caso particular de los ricos y famosos se ha evidenciado que la preocupación por enfermarse es secundaria, ninguno de ellos terminará en hospitales públicos saturados por las carencias que ocasionan las medidas coercitivas unilaterales, mal llamadas sanciones, que Estados Unidos y sus países satélites aplican contra Venezuela.

¿Y cuando vuelva la “normalidad”?

“La normalidad” en capitalismo no es una fiesta, se trata más bien de una tensión permanente que no ha tomado cuarentena ni reposo.

Estas élites se saltan el ordenamiento mínimo para evitar que prolifere una enfermedad que pondría en crisis a una sociedad golpeada desde que Obama decretó que somos una amenaza inusual y extraordinaria.

De esa misma manera hoy Estados Unidos y el llamado Grupo de Lima siguen violando todo ordenamiento internacional para reimplantar en Venezuela un sistema que produce muchas más muertes que el Covid-19 y así erradicar los mecanismos legales de protección social que buscan hacer cumplir las medidas de prevención básicas que preserven la vida y, por ende, la fuerza de trabajo.

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Las “coronafiestas” son expresión reveladora de una clase que se despreocupa ante una pandemia porque tiene cómo resolver comprando una salud que es mercancía, que además actúa con la mayor ausencia de empatía hacia los estratos precarizados y hacinados.

La cosa no ha sido peor porque todavía no existe una vacuna o medicamento que cure efectivamente de la infección viral, si así fuera estaríamos todos recibiendo dosis concentradas de darwinismo social.

Hemos aprendido de la intoxicación televisiva a esperar que siempre lo malo le ocurra a otros y de algunas ortodoxias religiosas que eso malo le ocurre a quien lo merece. Ese modelaje del pensamiento viene de las élites y de un discurso de “prosperidad” bien incubado en una cultura que disemina el virus de la violencia estructural y la alienación.

De allí que se naturaliza el poner en riesgo a una población entera irrespetando el distanciamiento social o poniendo a la “economía” por delante de la vida de una mayoría, porque la salud de los trabajadores es apenas un dato macroeconómico a valorar junto al “relax” que se merece un celebrante o la disminución de costos operativos cuando de protección social se trate.

Siguen las preguntas rondando muchas mentes: ¿Volveremos pronto a esa “normalidad” cada vez más degradada, caótica y en crisis que nos ofrecen las élites? ¿Habrán giros luego de la pandemia global?

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<