Se puede advertir que la sociedad también se fija a través de otros elementos menos rígidos que el concreto que le da su forma. La historia, la memoria y el lenguaje se transforman en símbolos que componen el núcleo duro de los pueblos y de su pensamiento, los que definen su carácter en el tiempo.
Si bien puede ser asociado a lo imaginativo, no le quita realidad al hecho de pensar de que desde nuestra fundación e independencia se han venido repitiendo acontecimientos que pudieran verse como un continuo o fenómenos cíclicos con otros personajes.
Para eso es necesario un esbozo de la definición de cultura como un conjunto de dispositivos, simbólicos o no, que definen en su esencia más primaria la identidad y el pensamiento de la sociedad, asumiendo que la misma opera como un sujeto que piensa y siente.
Como se puede ver, hay dos elementos que constituyen el eje central de este trabajo. Por una parte, la identificación de los rasgos que moldearon la forma de la sociedad, y por otra, esa misma forma que ha servido como actitud para responder a los hechos que parecen repetirse.
Este momento da para activar la imaginación y ver la importancia de Venezuela en lo discursivo y simbólico para la región. Buscar en los pliegues de la historia lo que hizo Simón Bolívar en su tiempo nos hace pensar que el país sigue siendo un faro para el ideario de libertad y autodeterminación de los pueblos en el continente.
Avatares
En el Manifiesto de Cartagena, de 1812, tras el fracaso de la primera República, El Libertador expone los detalles que pudieron haber contribuido a ese primer intento de independencia y asoma la idea de unión continental para enfrentar al imperio español.
Tal vez el imperio no sea el mismo, pero la necesidad de establecer un bloque de naciones para hacerle frente a la intervención extranjera sigue estando vigente. Eso lo supo el Comandante Chávez en su momento cuando promovió la creación de organismos multilaterales para detener el intervencionismo de Estados Unidos; también el presidente Nicolás Maduro para tratar de mantenerla.
Así como Bolívar fue objeto de conspiraciones y campañas mediáticas para socavar su imagen, Venezuela en los últimos años ha sobrevivido a la guerra impuesta por el imperialismo estadounidense y los países lacayos en Sudamérica. Cualquiera es libre de evocar el espíritu de Santander como definidor de traición a Venezuela.
¿Cuántas veces no se ha experimentado el mismo sentimiento de quedar remando solo a contracorriente?
Es probable que las motivaciones sean distintas, pero así como en el siglo XIX se intentó aislar al Libertador, la Venezuela de este tiempo ha sobrevivido a muchos avatares y aún representa el centro de los acontecimientos geopolíticos de la región, pese a que se intente soslayar su nivel de influencia.
Y esto no se trata de una competencia ni de que se rinda pleitesía a Venezuela porque sigue irradiando esa fuerza libertaria. Lo que se busca es reconocer su papel en la historia política regional y su rol inamovible. No es tiempo para comparaciones odiosas, pero la Revolución Bolivariana no puede verse como un fenómeno transitorio o con fecha de caducidad.
Lo mítico
Buscar en el pasado el espíritu que nos hizo sobrevivir a todas las vicisitudes no es un ejercicio para subir el ego, aunque a veces eso no sea tan malo. Se trata de reconocer los signos y circunstancias más determinantes cuya fuerza parece mantenernos hasta el momento.
Si muchas naciones viven de las motivaciones de sus revoluciones, guerras y demás eventos, Venezuela puede nutrirse de todos los elementos que moldearon su ser nacional y su espíritu.
Que nuestro origen como sociedad tenga un carácter mítico funciona como un elemento inamovible al cual acudir cuando se pierde un poco la forma en el camino, esa que adquirimos desde un principio por todo lo que nos moldeó, lo que constituye la memoria y su rasgo neumático.
Sin embargo, eso común con lo cual podemos identificarnos tiene un origen más antiguo que la época de independencia. ¿Cómo no pensar en nuestros pueblos originarios que representaron una fuerza tan salvaje para los colonizadores como la naturaleza misma y sus tempestades?
A diferencia de las grandes ciudades prehispánicas que sucumbieron ante el avance de los españoles, la resistencia de nuestros indígenas estuvo amparada por la mímesis con la naturaleza. Los Tarmas, los Mariches, los Teques, los Arbacos, los Taramaynas, los Caracas, entre otras, y sus bravos caciques, frenaron el avance de los conquistadores.
Francisco Fajardo llegó en 1560 a Caracas con dos expediciones exitosas y favorecido por el mestizaje que le permitía acercarse a las lenguas ancestrales. No pasó mucho tiempo para que el primer vestigio de ciudad, Valle de San Francisco, sucumbiera ante la furia de los caciques y los habitantes de la recién fundada ciudad huyeran.
Fajardo no murió en manos de las huestes aborígenes, pero esos detalles no vienen al caso ahora. Cinco años después y luego de dos intentos más de conquistarlo, este territorio fue bautizado como El Valle del Miedo. Lo que viene después es historia; sin embargo, no podemos negar que estamos revestidos de esa sangre y de ese espíritu que siguen atemorizando a los que pretenden domesticarnos.
De allí venimos. Si cabe la imagen para definir lo que nos compone, podemos decir que el ser nacional, nuestro ser nacional, es una bola de fango arcaica que viene rodando, al menos, desde ese momento de la historia hasta ahora; amasijo al cual se le han adherido horrores, dolores y luchas que se quedaron grabadas como venas.
Pero esta marca de agua no se ve, no está registrada. Flotó por ahí en un estado de disolución por mucho tiempo hasta la aparición del chavismo, hecho con el mismo barro original, el que le dio un rostro identificable, el único capaz de encarnar un ente colectivo solo.