Las redes sociales se metieron en nuestras vidas y nos enredamos en ellas. Recuerdo la fascinación que me produjo Facebook, las posibilidades de reencontrarnos con gente que quedó atrás en lugares y tiempos lejanos. Aparecieron los amigos de bachillerato, todos grandes, casi todos casados, muchos divorciados, sus hijos, sus carros, sus casas, sus viajes... aparecieron ex novios, ex compañeros de trabajo, parientes lejanos que uno ni conocía, aparecieron sus amigos y los amigos de sus amigos y, en Facebook, el más solitario de los solitarios tenia cuatrocientas amistades. Empezaba el espejismo...
Nadie se publica en pijamas, desgreñado, gordo, viejo... Nadie publica las grietas del techo, la pintura desconchada, la comida quemada... iniciaba la era de la pose.
Como cuando los niños descubren los espejos y empiezan a hacer morisquetas, ensimismados, descubriendo todas las caras que pueden hacer, todos los ángulos de ellos mismos que pueden ahora ver, fascinados de tal modo que poco le importan que los estemos viendo, ellos solo tienen ojos para verse, para ver cómo se ven; así fuimos en Facebook, y así derivamos a las nuevas redes sociales que se fueron creando. En cada una descubriendo nuevos modos de morisquetas.
Morisqueteando se inventaron personajes, cada quién podía ser lo que quisiera. Una foto de un libro sobado de tanta lectura, unos lentes, un café bien servido, un delicado pastelito francés, un intelectual instantáneo acababa de nacer. Así nacieron seres perfectos, idílicos, con vidas fotogénicas que desdibujaban nuestras complejidades, nuestros claro oscuros, que son precisamente lo que nos hace únicos y maravillosos.
Con el paso del tiempo y la llegada de distintos modos de enredarse en las redes las morisquetas variaron y en muchos casos cesaron. Exploramos nuevas formas de estar en las redes, conseguimos distintas utilidades, abrimos nuevas ventanas y de ellas vimos aparecer nuevos y talentosos personajes. También se abrieron nuevas cloacas donde la desinformación, el embasuramiento, la manipulación y la mentira. En esas redes bipolares nos enredamos.
De las redes solo lo que nos sirva, lo que nos una, lo que nos haga avanzar
Nos enredamos de tal modo, que hay quienes creen que es en las redes y no en la vida misma donde está la realidad. Así muchos que luchan contra la manipulación mediática, terminamos cayendo en la manipulación de las redes.
Digo esto con preocupación, a pesar de ser yo una desalmada sin empatía que desde mi mansión de España obligué a unos viejitos margariteños a cocinar con leña mientras me reía de sus desgracias con esa risa de bruja malvada de comiquitas. Me preocupa la alienación que las redes provocan, la ilusión de pertenencia, de cercanía, la ilusión de estar informado al minuto gracias la inmediatez propia de las redes, que no deja espacio a la duda. Me preocupa la ilusión de realidad, esa vida paralela que impone sus criterios sobre los de la calle. Me preocupa y mucho la agresividad que envalentonada tras el escudo de la pantalla y el anonimato se expresa. Me preocupa la exposición de nuestros niños y niñas en esa gran y torcida vitrina en busca de la viralidad, de la fama efímera de los likes. Me preocupa cómo todo esto nos ha ido sobrepasando, porque ha sido muy rápido, deslumbrante, casi hipnótico... Me preocupa sobre todo que sean unas empresas gringas las que tengan la última palabra sobre lo que podemos y no podemos decir. Que ellas dejen colar contenidos según su agenda, que nunca será la los pueblos. Que no sean nuestras leyes, sino sus disposiciones corporativas, las que definan las reglas. Me preocupa tanto enredo y creo que es hora de desenredar.
De las redes solo lo que nos sirva, lo que nos una, lo que nos haga avanzar. Y que la manipulación, la mentira, la agresividad, el odio, las vidas ilusorias, la adicción a la inmediatez, la irreflexión que las redes promueven, no logren más que un rotundo block y spam.