Jue. 19 Diciembre 2024 Actualizado Sábado, 14. Diciembre 2024 - 10:42

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Maradona calienta con el balón durante un entrenamiento con la selección argentina en Ciudad de México en el Mundial de 1986 (Foto: Jorge Durán / AFP)

Maradona corriendo, corrido y re corrido

Entre los innumerables referentes musicales que de alguna forma recogen la vida de Diego Armando Maradona, la canción de Andrés Calamaro arranca con una síntesis del personaje: “Maradona no es una persona cualquiera, es un hombre pegado a una pelota de cuero”. Esto lo decimos a raíz de los muchos análisis de todos los que quieren diseccionar al Diego de la gente. “Yo admiré al futbolista, pero la persona tenía sus defectos”. No existe forma de pensar al uno sin el otro. Porque Maradona es un personaje de otro tiempo, emerge del Renacimiento como un artista constituido por el desborde de humanidad que lo caracterizó.

Pretender separar al ser humano, con toda la potencia de su rebeldía, del futbolista es un despropósito. Fueron uno solo. No eran personalidades contrapuestas como lo la novela de Stevenson El extraño caso de Dr Jekyll y el Sr Hyde, a Maradona siempre lo empujaban las mismas cosas, los mismos afectos, los puros sentimientos que emanaban de la autenticidad de un ser único e indivisible. El mundo trató de quebrarlo, comprarlo, sacarlo de su origen de la pobreza, como el mismo lo caracterizó: “yo nací en un barrio privado... privado de luz, de agua y de teléfono”. Pero era imposible, porque el Diego siempre se recomponía en los valores constitutivos de su ser y su familia. Fiorito nunca salió del corazón y el ejercicio político cotidiano del ídolo y esto nunca se lo perdonó la oligarquía.

El fútbol tuvo su origen en la villa, con los amigos, alrededor de la gente de verdad. Desde allí se hizo uno con la pelota. Allí aprendió el valor de la lealtad. Maradona fue leal siempre con aquello que lo movía, lo que le dictó el corazón, la gente, Argentina, las causas justas de la humanidad, los pobres, los desposeídos. Por antonomasía siempre se enfrentó al poder, la acumulación, el capitalismo, las oligarquías, el Alca, la injusticia, el hambre. Conformó una identidad ética propia, con base en la experiencia contidiana; mirando lo que pasaba a su alrededor, sintiendo empatía por el que sufría y desenmascarando al opresor. Era simple y profundo el código maradoniano.

Evidentemente es difícil comprender la entidad completa de Maradona porque su humanidad excedió la de la gente común. Todo en él desbordaba, le sobrepasaba. Era un huracán de sentimientos que desfilaba de los verdes de la cancha, al fervor del pueblo, a las fiestas y los excesos. Fue un concentrado incontenible de todo loq ue representa la humanidad. Ningún cuerpo humano es capaz de contener ese torrente, por ello se fabricó una entidad mítica para llegar al resto los mortales: D10S. Su entidad divina no es mística, inalcanzable por lo etéreo; es divino porque tiene más de lo humano que cualquier persona puede llegar a tener en su vida. Saltaba con maestría del lamento del tango a la picaresca de la milonga. Es inabarcable, inatrapable, incomprensible.

Cada gesto de genialidad que dibujó sobre los terrenos de juego tuvo en la trastienda de sus afectos una idea de justicia. Ganar a los ingleses en los cuartos de final de México 86 no era un acto únicamente deportivo, era una pasión de reivindicación por la vejación colonial. Peter Shilton aún se lamenta porque Maradona nunca se disculpó por haber utilizado la mano de Dios en el 1-0; no entiende que muy en el fondo el Diego disfrutó ese gesto de revancha ante la soberbia imperialista británica. Luego desbordó, como hacía en lo pletórico de su cualidad divina, todas las miradas, las patadas, los insultos y las facciones atónitas de quienes fuimos testigos del gol más maravilloso que se haya marcado en un Munidal de Fútbol. Podrá haberlos más estéticos, o técnicos, o tácticos; pero jamás se repetirá el significado que tuvo ese gol para los pueblos del mundo. Lo impregnado de justicia que estaba ese grito de gol; por mucho dolor que haya dejado la ambiciosa guerra de la corona inglesa en Las Malvinas.

Para Maradona llegar a Napoles y llevarlo a luchar contra los ricos del norte -el Milan y la Juventus-, y ganarles, y maravillar al pueblo pobre del sur de Italia, era el complemento de sus ansias de volar sobre el terreno de juego y disfrutar en cada gesto con la pelota. ¿Cómo pueden separar al hombre del jugador? Maradona es un hombre pegado a una pelota de cuero. Sus goles hablan lo mismo que sus palabras. Sincronía total. Era el lenguaje del pueblo que reconoció su voluntad de divinidad redentora de los males de la modernidad. Porque los pobres siempre disfrutaron tanto de sus goles como de sus palabras, a diferencia de los poderosos y las oligarquías que siempre sintieron urticaria de su verbo encendido: “sigan mamando”, les contestó el Diego -con el perdon de las damas mediante-.

Los pueblos del mundo nunca pusieron en duda ni al hombre ni al mito. Cada puñalada que dio a los intereses de los poderosos se correspondía con una gambeta inalcansable; su voz de trueno desafiante contra las corporaciones los refrendaba un caño a toda velocidad, antes que la pelota besara indefectiblemente las redes de la verdad. Maradona es único e indivisible a la luz de quienes abrazan las causas justas por las que siempre tuvo militancia, sin dobles caras: “yo no soy una media para voltearme”, dijo alguna vez. Por eso hoy están las voces que pretenden edulcorar al gran hombre y tratar de encajonarlo en la belleza estética de su fútbol, procuran lanzar al ostracismo su voz fulgurante de redención de la verdad y la justicia. Así alaban al futbolista y reniegan del justiciero, del amigo de la gente, el cabecita.

Maradona fue futbolista del mismo modo que fue militante, ferviente admirador de Erenesto “Che Guevara -a quien llevó tatuado en el brazo, el espíritu y cada gol que gritó su garganta-, amigo de Fidel y de Chávez, peronista a carta cabal. El Diego fue compañero de cada uno de las personas a quien tocó su espíritu porque no sabía más que entregar la humanidad que le sobraba. Su amor desbordante sorprendía a propios y extraños con gestos inalcanzables para cualquier otro mortal. Por eso su fútbol no estaba al alcance de cualquiera.

Nosotros queremos a Diego Armando Maradona por todo lo que significa. Porque nadie como Maradona para entender sus tropiezos, ver las zancadillas que le propiciaron a lo largo de su vida, asumir los compromisos con la verdad, levantarse una y otra vez. Lo queremos por todo lo que es y significa, en su dimensión completa de ser humano, de revolucionario, de mito, de gran jugador, de padre amoroso, de amigo leal de la Revolución Bolivariana. Maradona trascendió del mundo físico para enseñarnos lo que es ser un hombre de una sola pieza más allá de las tentaciones y veleidades de la fama. Diego trascendió el negocio del fútbol y siempre honró el juego: “la pelota no se mancha” dijo visiblemente emocionado, siendo indivisible entre fútbol y ética militante.

Maradona es la poesía sobre los rectángulos de juego, la rebeldía latinoamericana, la humanidad que no pudo contener su cuerpo de barrilete cósmico. Nos deja valiosas lecciones difíciles de emular, pero fundamentales como ruta de acción revolucionaria. Su entidad divina nos queda como lucero en el firmamento de los grandes hombres como el Che, Fidel, Chávez, Bolivar, San Martín, Martí -con los pobres de la tierra Maradona siempre echó su suerte a andar-. Diego, salve tu ejemplo y tu dignidad. Salve tu estirpe de ser hombre de una sola pieza con tu arte y tu magia. Salve tu amistad y tu amor por la humanidad y los pueblos del mundo.


PD: Este texto fue escrito en una sola corrida. Sin la ayuda de la autocorrección, sin volver atrás para cazar los gazapos de ortografía o la sintaxis. Es un texto hecho para honrar la vida de Maradona, que nunca miró atrás. Las veces que se cayó se volvió a levantar y siguió su camino; igual que cada vez que lo derribaron arteramente. Es un texto sincero que acompaña ese legado que deja el hombre y el mito: un nuevo modelo de América Latina y El Caribe.

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