Vie. 20 Diciembre 2024 Actualizado Sábado, 14. Diciembre 2024 - 10:42

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El "poder global", en referencia a Estados Unidos, preferiría que no hubiera una alternativa a la imposición unilateral de las reglas del juego en el mundo actual (Foto: Archivo)

La trampa detrás del "orden internacional basado en normas"

La manipulación política de las reglas que pautan las relaciones internacionales ha entrado en una nueva fase cuya principal expresión la protagoniza Estados Unidos mediante una especie de nihilismo legal que tiene el mantra de "orden internacional basado en normas" en la mayoría de los discursos de sus funcionarios.

En política exterior la Casa Blanca ha estado suplantando los preceptos de la Carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), documento básico que sirve como marco general para las relaciones internacionales entre Estados desde 1945, con sus propios designios en términos de praxis y de discurso. Esto viene ocurriendo desde la década de 1990, durante la cima del momento unipolar estadounidense, pero se ha acrecentado desde la década de 2010.

Cada vez que China, Rusia, Irán y/o Venezuela toman decisiones que conducen al resguardo de sus soberanías o a favor de una dinámica que contraviene el mandamiento unipolar, Washington declara que se lesiona el tan mentado "orden basado en normas", aun cuando no exista un esclarecimiento conceptual de dicha locución ni esté circunscripta en algún texto del derecho internacional vigente.

Si tomamos en cuenta que el actual orden mundial se basa en normas de derecho internacional —que son obligatorias, como se sabe—, sujetas principalmente a la Carta de la ONU, y en reglas internacionales no vinculantes que contienen un elemento normativo —como las reglas internacionales previstas en los documentos de organizaciones y conferencias intergubernamentales, acuerdos políticos interestatales y otras reglas mutuamente aceptadas, formadas en la práctica contemporánea de las relaciones internacionales—, entonces el adagio estadounidense pierde sentido en el marco de todas esas disposiciones.

Pero los funcionarios de la Casa Blanca están acostumbrados a situarse por encima de la ley, "afirmando que ellos son la ley", como lo calificó Vasili Nebenzya, el representante permanente ruso ante la ONU. De hecho, han sido los rusos los más críticos con esta concepción.

Durante la reunión del G20, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, argumentó que "para dar 'cobertura' ideológica y política a sus pasos agresivos, Occidente está impulsando el concepto neocolonial de 'orden basado en reglas'", y juzga que "mientras tanto, la aplicación en la práctica de estas 'reglas' menoscaba los principios fundamentales de la Carta de la ONU, incluida la igualdad soberana de los Estados".

La República Popular China, a través de un documento fundamental de su Ministerio de Exteriores, tiene una visión similar: "Aferrado a la mentalidad de la Guerra Fría, Estados Unidos ha exacerbado la política de bloques y ha avivado el conflicto y la confrontación. Ha exagerado el concepto de seguridad nacional, ha abusado de los controles a la exportación y ha impuesto "sanciones" unilaterales a otros. Ha adoptado un enfoque selectivo del derecho y las normas internacionales, utilizándolas o descartándolas según su conveniencia, y ha tratado de imponer normas que sirvieran a sus propios intereses en nombre de la defensa de un 'orden internacional basado en normas'".

Podría argüirse que esas "normas", como lo hizo Lavrov ante la Duma rusa, las cuales no están muy claras pero que sirven de muletilla ante foros multilaterales y discursos políticos, fueron formuladas por Washington, Bruselas y Londres, adaptadas a sus necesidades.

Esa imposición de la voluntad de un Estado sobre otro sería una norma del "orden" promovido por los poderes occidentales, a usanza de la praxis de Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea (UE). El reconocimiento de Juan Guaidó como "presidente interino" de Venezuela, por nombrar otro ejemplo, más el secuestro y robo de activos venezolanos en Estados Unidos —CITGO— e Inglaterra —reservas de oro—, en conjunto establecen en la práctica en qué consiste este "orden basado en normas", pues ninguna de estas acciones se atienen al derecho internacional y se dirigieron en el marco de un afán político: El cambio de régimen.

Lo mismo es reforzado por la UE y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), entidades que en una declaración conjunta el 10 de enero pasado insisten en usar todos los medios económicos, políticos y militares para que el resto del mundo se comporte de acuerdo con los preceptos de ese "orden internacional basado en normas".

Pareciera, entonces, que se describe un sistema global en el que prevalecen ciertos "valores" fundamentalmente en el campo político y económico con una denominación jurídica que no está inscrita en los preceptos internacionales. La democracia liberal y la economía de libre mercado serían los "ideales" que impulsan esta visión, conectados con la versión globalizada del comercio internacional.

Pero la realidad es muy distinta. No existe un "orden mundial" como tal, ni una "amenaza global" frente a todos los países del planeta —según lo recuerda The Wall Street Journal—, ni un comercio mundial interconectado —sobre todo luego del frenesí sancionatorio de Washington contra el resto del mundo y las consecuencias de la pandemia del covid—. Ese "orden basado en normas" más bien pretende modelar a todo el globo de acuerdo con las prerrogativas de la égida unipolar estadounidense, a fin de cuentas.

Es un "orden" constituido discursivamente en la falacia de que el mundo aún se organiza a partir del momento unipolar de Estados Unidos, pero que se sostiene bajo prácticas neocoloniales —Lavrov dixit— e ilegales a los ojos del derecho Internacional.

Esa circunstancia hipercentralizada ya no existe, dio paso a una nueva época en la que poderes emergentes como China y Rusia toman decisiones que afectan las diferentes dinámicas globales y, al mismo tiempo, defienden los términos que se propone la Carta de la ONU, por ejemplo, toda vez que defienden espacios de concertación y diálogo entre naciones bajo la suposición de que todos los países son iguales entre sí y no hay un poder subyugante frente a otro más débil.

Sin embargo, Estados Unidos insiste en influir directamente sobre el resto basado en su hegemonía decadente, con su principal arma, el dólar, como principal herramienta de manipulación política. El capital estadounidense aún tiene sus tentáculos prestos para la obtención de mayores ganancias y con ganas de hacerse de mercados aprovechándose de los terremotos geopolíticos y económicos de turno: El caso de Europa occidental es luminoso si tomamos en cuenta que el sabotaje en la cooperación energética ruso-europea trajo como consecuencia la captación de ese mercado y, por ende, un superávit en ganancias por parte de las mayores compañías de petróleo y gas norteamericanas.

Además del gigantesco país norteamericano, otros Estados socios defienden a capa y espada la difusa concepción del "orden basado en normas" integrada en sus narrativas de política exterior, entre ellos Reino Unido, Canadá, Australia, Alemania, amén de que tanto la UE como la OTAN —según ya destacamos— la contemplan como un referente real en sus principios, aun sin legalidad vinculante.

Quizás lo más importante aquí consista en oponerse a los cambios globales que se venían dando desde hace unos lustros bajo la desmesurada impronta estadounidense, y desplazar esa caduca visión de mundo que ya no responde a la realidad mundial de la actualidad.

El sistema internacional nacido en 1945, con sus instituciones y normativas, dista mucho de lo establecido en el presente. El esfuerzo de Estados Unidos por enmarcar sus propias "normas" como reglas internacionales e imponerlas a otros países ha minado el sistema internacional que ellos mismos ayudaron a construir, y su táctica recurrente ha sido la de "cambiar las reglas para hacer la vida más fácil para sí mismos y más difícil para los demás", e introducir "la ley de la selva", "donde el poder tiene la razón y el grande intimida al pequeño": Así fue descrito por el  viceministro de Asuntos Exteriores chino Xie Feng en julio de 2022.

Un paper de un grupo de académicos rusos examina esta conceptualidad a la luz del derecho internacional y concluye lo siguiente:

"Por ejemplo, el surgimiento de la retórica sobre el 'orden basado en reglas' como desarrollo político es negativo si permite la imposición unilateral de reglas seleccionadas por medios ilegítimos en contra de la voluntad de otros Estados, lo que implica, por ejemplo, la concentración de poder dentro de un grupo de Estados occidentales a expensas de otros Estados. En estas circunstancias, el concepto de 'orden basado en normas' se convierte en un factor de violaciones sistémicas del derecho internacional. El concepto ejerce un impacto negativo ya que sirve para justificar algunos actos de los Estados occidentales a través de la distorsión del contenido de las normas legales internacionales. Como desarrollo estructural, el establecimiento de ese nuevo 'orden' implicaría la erosión de la jerarquía normativa en el sistema jurídico internacional y la disminución de la legitimidad de los procedimientos jurídicos existentes. Como factor que socava la paz y la seguridad internacionales, el concepto de 'orden basado en normas' resulta negativo, ya que apunta al rechazo de los valores existentes del sistema legal internacional en favor de alternativas cuestionables. Finalmente, como desafío institucional, el concepto de 'orden basado en normas' adquiere un significado negativo si se realiza de facto a través de algunos acuerdos, contactos o asociaciones internacionales que reclaman de este modo la universalidad”.

Por último, la degradación de las instituciones globales, la erosión de los principios de seguridad colectiva y la sustitución del derecho internacional por las llamadas "normas" estarían orientadas a, como definió el presidente ruso Vladímir Putin en un debate en el Club Valdai, "un intento de establecer una regla: Que las potencias, me refiero al poder global, puedan vivir sin ninguna regla en absoluto, y que se les permita hacer lo que quieran, salirse con la suya".

El "poder global", en referencia a Estados Unidos, preferiría que no hubiera una alternativa a la imposición unilateral de las reglas del juego en el mundo actual, sin embargo, el arribo de otro orden que no está basado en las "normas estadounidenses" encuentra una contención en forma de guerras imperiales y conceptos que se enfrentan al vacío jurídico y hasta teórico con el fin de mantener una cuota de poder sin precedentes. Se trata de una trampa en la que caen sólo aquellos países ya engullidos por la lógica discursiva y de sometimiento estadounidense.

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