“Cuando entendimos la guerra, la asumimos como perenne. Dejamos de esperar ‘ganancias’ y comenzamos a tomar otro rumbo. Se puede ganar de otra manera, jamás por la vía tradicional; ésta no está en nuestro poder, el rumbo que tomemos sí.
Todas las estructuras inútiles se van derrumbando y aspiramos que no sean reconstruidas.
Nos la jugamos con Nicolás, Diosdado y toda la dirección política militar, pero no por genios, o porque son los que mandan o los más arrechos. Es porque demostraron una actitud inderrotable y es todo lo que se necesita. Realmente es nuestra gran fortaleza”.
Larissa Falótico
Cuando entendí la guerra
La película una vez más ha llegado a su fin, de nuevo nos enfrentamos a la luz que encandila en la calle. A la cruda y violenta realidad, que jamás será superada por la ficción. Ya las películas de Contagio, coronavirus, zombis, vampiros, crepusculares, auroreños o Guerra Mundial Z, en cualquier variante o empaque, han cumplido su papel.
No queda de otra que enfrentarse a los hechos o entregarse cobardemente a la nueva esclavitud que se está diseñando. Millones de desempleados ya son un hecho y contando con que crezca el montón, así también, una importante porción de estados-nación han sido destruidos o comenzado su proceso de debilitamiento.
Los precios de todas las materias primas o recursos naturales de las minas los están conduciendo a precios a menos de gallina flaca; al igual que los del trabajo o salario, lo colocarán en el subsuelo; los pobres seguiremos depauperándonos masivamente; sí, los dueños del capital intentan rearmar su sistema de robo y crimen, una vez más se repite la cíclica crisis.
Para ello, crearán nuevas leyes y remacharán anteriores, crearán nuevas formas orgánicas para el control social de la población, generarán ejércitos privados que funcionarán como verdaderas empresas de seguridad, que les garantizarán la continuidad del robo de todo tipo de recursos y riquezas, sustituyendo a los ejércitos regulares.
Por otro lado, pondrán en práctica todo el andamiaje propagandístico y publicitario que les justifique, y los estados que queden sin un plan distinto al de los capitalistas llevarán del bulto.
Sí, esa es la realidad: el capitalismo, en su proceso de reacomodo para seguir robando, bien sea por vía de la fábrica o del aparato de guerra directamente, es decir atracando, seguirá; como dice David Arráez, parafraseando a Spinoza: ¡Es la realidad, no te arreches con ella!
¿Es nueva esta situación? No. Veamos qué nos dijo la liga comunista alemana en su manifiesto publicado en 1848:
“La historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación… Durante cada crisis comercial se destruye sistemáticamente no solo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas… Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio… Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas, de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirla”.
Debemos aclarar que hablaban del siglo diecinueve, donde la población no superaba los 2.000 millones de personas. Hoy somos 7 mil millones. No existían los carros por combustión, ni el cine, ni la radio, ni la tv, ni el fordismo, ni el taylorismo, los celulares, el 5G, el Internet, los satélites y pare de contar las bombas nucleares con que nos amenazan para mantenerse en el poder.
Después de esta cita, resumen apretado de este maravilloso manifiesto de la liga comunista alemana creado para el congreso de 1847, podemos afirmar categóricamente que lo que nos está sucediendo en la actualidad nada tiene que ver con ese sospechoso habitual, chivo expiatorio o “paga peo”, el señor coronavirus, quien ha sido acusado por la ciencia, la política, los intelectuales, los artistas, por los medios de información y propaganda del mundo entero, de ser el causante de todos los males habidos y por haber.
Pero si usted, señor sabio, no quiere estudiar la realidad que nos abofetea, entonces le diremos como Diosdado, dirigiéndose a los señores opositores cuando habla del diente roto, fofoboboido del señor Guaidó y les dice más o menos: “Ya se los dije, pero si ustedes no lo quieren ver, entonces ustedes son también culpables”.
¿En qué nos basamos para defender al acusado (y conste que sabemos que, por su naturaleza en condiciones propicias, se convierte en asesino involuntario)? En que detrás de todo crimen hay un interés o muchos intereses, y que se sepa hasta los momentos los sesudos intelectuales y científicos no han podido demostrar que el señor coronavirus, mejor conocido con el remoquete de Covid-19, tenga algún interés en las muertes producidas.
En cambio, los señores capitalistas no han parado de hacer dinero y de botar gente de sus empresas, de cerrar fábricas y de destruir estados-nación; para muestra el botón de Brasil, Estados unidos, Europa, Ecuador, Chile, Colombia, Perú, por solo nombrar algunos.
¿O es que lo que está ocurriendo es pura casualidad, o es que se está hablando de fortalecer los centros de salud, o es que acaso, las discusiones todas no están girando sobre plata y economía y préstamos y quién paga los platos rotos? En esto último, por supuesto no serán los capitalistas, sino nosotros los pobres, de cada crisis en cada ciclo.
Si no sabemos de dónde vienen estos lodos, jamás superaremos las tormentas. Era muy joven la sociedad de los capitalistas, cuando ya sufría esa epidemia cíclica de la superproducción. Después de la guerra contra la monarquía y la Iglesia, que se sustentaban en el Tratado de Tordesillas, la burguesía produce el primer reparto de territorio, que se llamó el Tratado de Westfalia en 1648. En adelante hubo el reparto de 1876, el de 1914, el de 1945; entre la década del 50 y los 90, se engulló países en Asia, África, América y no ha parado, todo ello después de cada crisis.
Pero si esto no convence, leamos este fragmento de Lenin en El imperialismo fase superior del capitalismo de 1916:
“La paz de Brest-Litovsk, dictada por la monárquica Alemania, y la paz aún más brutal e infame de Versalles, impuesta por las repúblicas ‘democráticas’ de América y de Francia y por la ‘libre’ Inglaterra, han prestado un servicio extremadamente útil a la humanidad, al desenmascarar al mismo tiempo a los coolíes de la pluma a sueldo del imperialismo y a los pequeños burgueses reaccionarios?—?aunque se llamen pacifistas y socialistas?—?, que celebraban el “wilsonismo” y trataban de hacer ver que la paz y las reformas son posibles bajo el imperialismo. Decenas de millones de cadáveres y de mutilados, víctimas de la guerra?—?esa guerra que se hizo para resolver la cuestión de si el grupo inglés o alemán de bandoleros financieros recibiría una mayor parte del botín?—?, y encima, estos dos ‘tratados de paz’ hacen abrir, con una rapidez desconocida hasta ahora, los ojos de millones y decenas de millones de hombres atemorizados, aplastados, embaucados y engañados por la burguesía”.
Ahora bien, la situación actual es que ya no hay más mercados que conquistar, ni que explotar, todo el planeta está copado. La guerra intercapitalista está tratando de controlar lo poco que queda, destruyendo los estados-nación, y a su vez viendo cómo se deshacen de una gran porción de nosotros los pobres.
Esto ha sido la pura y simple realidad, no el invento de cerebros enfebrecidos, buscando un plato de pasta.
En cada una de esas crisis ellos han enfilado y afinado las baterías del aparato de propaganda, en cada una hay un enemigo que abatir, porque si no, nos destruirá, sean brujos, demonios, indios, negros, bárbaros, salvajes, rusos, chinos, fascistas, nazis; y dígame comunistas, islamistas, terroristas, en cada uno de los casos, el aparato de propaganda coaligado con el de inteligencia, crean las pruebas y las promueven y no hay nadie que no las crea y repita en sus infinitas versiones, tanto como aterrorizados estemos.
Pero la joya de la corona, el más acabado y sofisticado enemigo, ha sido el coronavirus, porque en los anteriores estos enemigos tenían dolientes e incluso los terroristas terminaban salpicando a los imperialistas que escupían parriba, pero el señor coronavirus, éste sí es verdad que no tiene quien lo defienda y todos estamos convencidos de que es el enemigo, porque además mata y mata mucho pobre, pero lo que ya sabemos es que no matará tanto como la pandemia capitalista, que a conciencia sabe que debe exterminar a millones de seres y destruir no solo productos, sino también maquinaria, herramientas, edificios.
En el caso particular de hoy debe destruir los estados-nación, que se tornaron trabas para el inmenso crecimiento acelerado del capital. Un solo grupo económico es dueño de una gran cantidad de países, pero las leyes no les permiten ejercer libremente el saqueo y disfrute de esa propiedad, por tanto el capital se ve constreñido y su necesidad le obliga a conspirar contra su propia creación.
Pareciera ser la naturaleza del capital suicidarse a cómodos plazos, en dolorosas cuotas para los pobres.
Se puede ganar de otra manera
A lo largo de la azarosa historia, los pobres siempre hemos llevado del bulto, y siempre las élites en su necesidad de poder nos han usado, bien sea en nombre de los dioses, de dios o de la maravilla de ser humanos. En todos los casos la película o el relato que nos presentan es que seremos salvados por dirigentes representantes de dios en la Tierra, o por élites empresariales que en nombre de lo humano nos liberarán de las calamidades, que comeremos, que perderemos el miedo, que seremos sabios, que un buen y luminoso día saldremos de la pobreza y seremos felices para siempre y la historia será una perenne maravilla de seres viviendo en el paraíso terrenal.
Pero no conforme con eso, hay quienes nos ofrecen la utopía como sustitución del cielo y el paraíso terrenal, pero la realidad, infame realidad, siempre atravesada, como si la hubieran llamado, nos restriega en la cara y el lomo que nada de eso es verdad, que todo eso es ficción, burro persiguiendo la zanahoria histórica de la felicidad eterna, mientras el látigo va y viene sin que descansen las costillas.
Las crisis del capitalismo, sus convulsiones, no son nuevas. A 100 años apenas de su glorioso nacimiento ya sufría su primera gran crisis, pero le era fácil resolver el problema, le bastaba con conquistar nuevos mercados, apretar y mantener los viejos, invadir nuevos, abaratar los costos para mantener y aumentar las ganancias; la anarquía capitalista tenía entonces de dónde agarrarse, pero a partir de 1880 la crisis ha reducido sus intervalos.
A partir de la primera guerra del siglo XX en Europa ocurrió un fenómeno interesante. En la Rusia zarista se produce un movimiento obrero que da al traste con la corona imperial e instaura un gobierno en nombre de los pobres. Para la segunda guerra, todo el este europeo, más China, se suman al mundo de los gobiernos en nombre de los pueblos. Ya para los 60 y 70 varios pueblos del mundo en Asia, África y América derrotan al imperio capitalista, cumpliéndose la máxima de la guerra popular prolongada de todo el pueblo.
En todos estos casos quienes dirigieron esos movimientos lo hicieron a contracorriente, no solo del Imperio sino de aquellos políticos, filósofos e intelectuales que se guiaban por los manuales. Lenin tuvo que luchar contra toda la socialdemocracia, Mao contra la burocracia comunista y nacionalista, Fidel contra los dogmas de todo signo; igual le ocurre a Ho Chi Minh; Chávez no es santo de la devoción de izquierda.
En cada uno de estos casos se puede demostrar que, para superar la crisis, el capitalismo se ve obligado a desnudarse, a quedar con las nalgas al aire, creándose rendijas por donde los pobres terminamos coleándonos.
Otro elemento que nos toca analizar a los pobres y que se repite en cada una de las experiencias pasadas, y aun en la nuestra, es la creencia de que el aumento de las fuerzas productivas resolverá el problema de la pobreza, creándose la necesidad de administrar el capitalismo en vez de financiar a la otra cultura, sea comunista, socialista o como la quieran llamar en el futuro. Como decía Alí: hagamos la historia y que otros la escriban; nosotros agregamos: que la nombren.
Producto del desgaste de los pueblos en largas batallas contra el capitalismo, éste terminó absorbiendo esas experiencias, y hoy desconocemos si estos pueblos crearon o propusieron nuevas formas de producción, otro modelo, que no fuera propaganda, ideologías, por ejemplo, que no fuera nombrar las fábricas capitalistas y sus métodos de producción como socialistas, comunistas, porque las administraba el partido o la dirección del momento.
A lo largo de esta historia, en donde los pobres hemos jugado el papel de sometidos, se ha repetido constantemente la idea de que nosotros debemos ser salvados, alimentados, vestidos, protegidos y jamás, mas allá de la propaganda y la publicidad, se nos ha tomado en cuenta para pensar otra cultura fuera del capitalismo.
Por ejemplo, nosotros nunca discutimos qué es una fábrica y el por qué debe ser eliminada; las fábricas, los centros comerciales, son templos del capitalismo. Para los pobres existir como gente debemos inventar otra manera de vivir, otra manera de producir.
Hoy el capitalismo, como en crisis anteriores, está desnudo en medio de la calle, su tarantera no le permite ver la gran rendija que abre. Los pobres no debemos repetir las acciones del pasado, estamos obligados a pensar, porque el capitalismo, con toda su anarquía, tiene su propio plan, y sea hoy o mañana se recompondrá y nos devolverá a la esclavitud de siempre si antes no pensamos y creamos nuestro propio plan. Chávez nos repitió, siempre, que debíamos pensar.
Hay una trampa presente que se manifiesta cuando intentamos resolver los problemas, y es que nunca analizamos de dónde nacen, sino que hablamos de salud y de una vez pensamos en cómo curar enfermos sin averiguar de dónde viene la enfermedad o qué nos enferma, sino que de una vez atacamos como buenos soldados del pensamiento capitalista.
Por ejemplo, nos ponemos a trabajar con las plantas y a recomendar su uso sin percatarnos que somos millones de enfermos generados por el capitalismo, y a menos que montemos grandes fábricas o laboratorios podríamos curarnos. Pero entonces, ¿quién cura a los curadores que se enfermarían en esas grandes fábricas?
Nosotros estamos obligados a conversar esas cosas, asimismo la vivienda, la ropa, la comida; no es número, no es inversión, no es ganancia, no es éxito o fracaso, no es el informe; es cómo la gente puede vivir en el futuro.
Ya nosotros mal vivimos, y por mucho que nos den ya no podemos ser otros. Ahora podemos trascender sustancialmente si superamos la lógica del pensamiento burgués y creamos otra lógica.
Nos la jugamos con Nicolás, Diosdado y toda la dirección política-militar
En estos últimos 20 años, lo único constante han sido los ataques del imperialismo y la posición clara, firme, sin dudas, primero de Chávez y luego de Nicolás, Diosdado y toda la dirección política-militar quienes han quemado los barcos y su suerte la han echado con nosotros, por el simple hecho de ellos ser nosotros.
No sabemos si la ausencia de la memoria histórica, el deseo de que esta dirección fracase, la envidia, el apuro, las ansías de poder, los quintacolumna, o todo ello junto, hace que alguna gente desconozca el titánico esfuerzo de esta dirección y siempre le están tirando piedra.
Nosotros mantendremos la consigna de leales siempre traidores nunca, no como panfleto o distracción de marcha, sino como convicción, porque nosotros como pueblo estaremos con esta dirección hasta en la derrota, porque todo el que va a la guerra tiene el mismo porcentaje de perderla que de ganarla.
Pero si lo sabe, su esfuerzo será mayor, y no se afiliará a ilusiones ni a falsas expectativas. Solo aquellos que esperan que otros le resuelvan los problemas se esperanzan, pero los luchadores siempre están despiertos y cuentan con sus propios planes. Hasta los momentos esta dirección ha vencido en cada uno de los lances que le ha propuesto el Imperio y, sin embargo, algunos interesados o no siguen pensando que no hacen lo correcto, porque no es como ellos dicen.
Los expertos y los sabios de hoy solo lo son en capitalismo, por el simple hecho de que el socialismo no ha existido. Es necesaria una alta dosis de sencillez para entender que construir otra cultura requiere de todo el pueblo, y no importa cuánto nos equivoquemos, porque parafraseando al poeta Carlos Angulo, equivocarse juntos no es equivocarse.
Hagamos el esfuerzo de pensar y conversar este país futuro sin esperar beneficios para nosotros. En eso consiste la trascendencia sustancial, en la historia de los pueblos.