Estados Unidos llevó a los países de la Unión Europea hacia un callejón sin salida cuando los indujo a sumarse a la guerra antirrusa, que no era nada favorable para ella. La falta de energía barata proveniente de la nación eslava ha devenido en un aumento de los combustibles y en el consecuente proceso de desindustrialización y recesión económica.
La recesión ya se empieza a experimentar en Italia y Alemania. Las fábricas italianas han comenzando a recortar su plantilla, mientras que el sector manufacturero no da señales de remitir tras un trimestre peor de lo estimado para el conjunto de la economía. La tercera mayor economía de la eurozona se contrajo más de lo medido anteriormente durante el segundo trimestre.
El panorama en la nación germánica no es muy diferente. En julio The Economist publicó un artículo sobre la difícil situación económica de Alemania, ya que está experimentando una recesión en el tercer trimestre, y el país está a punto de convertirse en la única gran nación cuyo PIB se reducirá en 2023.
Sin embargo, este paisaje decadente de Europa occidental es retratado por los medios estadounidenses como un momento positivo. Con cinismo, The Washington Post afirmó que Alemania estaba superando la crisis energética cerrando fábricas que consumen mucha energía. Entre ellas, plantas relacionadas con la industria de fertilizantes, química, metalúrgica, vidrio, papel y cerámica.
Para el medio gringo, el proceso de desindustrialización tras la insostenibilidad de la producción por el alto costo de la energía se soluciona bajando las santamarías. "Todas estas fábricas cerradas ya no necesitan gas ni petróleo", concluye The Washington Post.
En esa misma línea, el columnista de Bloomberg Javier Blas sugiere que el cese de fábricas supone un ahorro de gas, lo que permite que las reservas europeas se mantengan a 92% de su capacidad. Lo que no toman en cuenta estos medios estadounidenses es el factor humano que sufrirá las consecuencias de tal austeridad.