En el último tiempo, el ecosistema de partidos opositores ha sufrido cambios y transformaciones agresivas. Los fracasos políticos permanentes del denominado G4 (Voluntad Popular, Primero Justicia, Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo), instancia que ha coordinado los destinos del antichavismo desde hace varios años, ha abierto fisuras irreparables en su capacidad de liderazgo y conducción.
El G4 ha constituido históricamente el núcleo principal del golpismo en Venezuela. El gobierno de Estados Unidos apostó por esta coalición como un instrumento para el "cambio de régimen", lo que le permitió erigirse como el principal factor de unidad del espectro opositor venezolano.
Estos partidos de alcance nacional asumieron un rol central en la definición de estrategias, tanto a nivel político, insurreccional como institucional.
El apoyo de los medios de comunicación, sus redes de contactos con políticos estadounidenses y europeos de alto perfil y el ingente financiamiento recibido para apuntalar su posición de liderazgo, construyó la imagen artificial de una representación orgánica de un amplio sector opositor que confió en sus directrices.
Esta imagen se ha visto cuestionada en los últimos años tras cada fracaso político en el terreno. Los partidos del G4 caminaron en una agenda unificada en función de los intereses estadounidenses, pero al paso del tiempo han ido perdiendo credibilidad en el antichavismo, a lo que debe sumarse grandes episodios de crisis internas y fracturas irreconciliables entre sus principales liderazgos.
La capacidad de unificar criterios y de sostener la confianza política en el tiempo se ha visto erosionada luego de los fracasos del último ciclo político que inició en el año 2014.
Las promesas de "golpe rápido" para sacar al chavismo del poder, la sobreestimación de que el empuje internacional sería suficiente o la falsa creencia de que una mezcla de "sanciones", operaciones terroristas e intentos de golpes de Estado alcanzarían para lograr los objetivos planteados, han chocado contra la realidad generando una desbandada en la militancia del G4, proceso que se ha visto acompañado por el nacimiento de alternativas moderadas y electoralistas en el antichavismo, derivando lógicamente en la fragmentación del ecosistema de partidos: tres grandes sectores con apuestas diferentes se ven mutuamente como amenazas existenciales.
Hitos de un fracasado devenir
El camino de fracasos y errores políticos que ha derivado en el cuadro actual de fragmentación y divisiones profundas viene de tiempo atrás, lo que hace necesario reconstruir algunos de sus hitos más importantes.
El golpe blando de 2014, la guerra económica de 2015 y 2016 y la amenaza de aplicación de la Carta Democrática de la OEA, fueron las principales ofertas políticas del G4 para convencer al antichavismo de que esta era la ruta correcta para vencer al chavismo. Todas estas estrategias fracasaron y generaron una sensación de vacío y falta de credibilidad que abrirían las primeras fisuras.
En el año 2017, una nueva operación de golpe blando se posicionó como la ruta final. Esta opción también fracasa tras la instalación de una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), y el clima de descrédito aumenta ante un nuevo fracaso.
Ese mismo año se convocan a elecciones de gobernadores, evento en que participan actores opositores del G4, específicamente del partido Acción Democrática. Cinco de ellos ganan las elecciones y se juramentan frente a la ANC, con lo cual se fracturó la unidad en torno a los partidos golpistas.
En las elecciones presidenciales de 2018, actores opositores periféricos del G4, visiblemente molestos por ser excluidos de sus principales espacios de decisión y viéndose marginados de la definición de estrategias, deciden participar en los comicios para acumular capital político y electoral y desafiar a la coalición tradicional. La fractura se profundiza y el G4 pierde centralidad como el único actor de poder del antichavismo.
A principios de 2020, diputados de Primero Justicia desafían el intento de Juan Guaidó de renovar su posición como presidente del Parlamento y juramentan a un nuevo jefe en la Junta Directiva. Este episodio profundiza la crisis en el G4 a niveles inéditos, abriendo paso a una desbandada de militantes de todas las organizaciones que concluirá, a mediados de año, en procesos judiciales exigidos por esos propios militantes para desplazar a la capa dirigente de los principales partidos del G4.
La estrategia abstencionista de los restos del G4 frente a las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2020 ha consolidado el posicionamiento de las alternativas moderadas que han decidido participar. El costo político de participar en unas elecciones gestionadas por un CNE, que ha recibido ataques a su credibilidad durante años, representa el principal efecto búmeran al que se enfrenta el debilitado G4.
En ese marco, los partidos periféricos y actores históricamente excluidos por la dictadura del G4 buscan conquistar el espacio vacío dejado por Guaidó para alcanzar posiciones de poder e influencia social e institucional que desplacen definitivamente a los partidos tradicionales del golpismo.
Estos partidos excluidos, aprovechando la crisis del G4, buscan erigirse como una nueva conducción política del antichavismo.
Las próximas elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2020 abren la oportunidad para que aquellos sectores participen sin cortapisas de estrategias foráneas en la escena política venezolana.
Consecuencias del 6d en el g4
El 6 de diciembre quedará sellada el acta de defunción del denominado G4, élite que ha socavado la soberanía nacional y desestabilizado integralmente la vida social y política de la República.
Asimismo, las elecciones parlamentarias representan el episodio final de la guerra intestina entre partidos antichavistas que inició en el año 2017 con la instalación de la ANC.
Es decir, que de las elecciones del 6 de diciembre nacerá un nuevo ecosistema de partidos políticos de Venezuela, nuevas instancias de representación social y electoral, donde encontrarán voz y acompañamiento miles de personas que apuestan por opciones coherentes y pacíficas en el marco constitucional de la República.
Y la estrategia antichavista, por otra parte, se convirtió en una violenta campaña de ataque y confrontación contra la autoridad electoral venezolana, que ha terminado en un efecto búmeran: los partidos golpistas no pueden medirse electoralmente porque convencieron a sus seguidores de la supuesta inutilidad de los procesos electorales. Un tiro al pie.
La legitimidad de las instituciones políticas venezolanas, es decir, de sus representantes en el Parlamento y otros espacios de dirección del Estado, proviene de la votación popular, no del financiamiento de la Casa Blanca o de la red de contactos con políticos y poderes económicos extranjeros.
En ese sentido, las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre representan una oportunidad para recuperar la democracia, en su sentido más original: el debate de ideas y propuestas en un marco con reglas de juego básicas y respetadas.
Pero también representan una oportunidad para sacar del juego, con votos, a todas las franquicias políticas que han hecho de la guerra, la confrontación inútil y el bloqueo su principal oferta política.
Cabe concluir que el Parlamento nacional es la casa de deliberación y producción de leyes del pueblo. Por ende, no hay espacio posible de representación para quienes atentan contra su propia naturaleza.