La oposición venezolana lleva más de 20 años viviendo en una dictadura. Ciertamente, tal como ellos lo afirman, viven en un lugar donde expresar la más mínima diferencia política, el más mínimo desacuerdo, acarrea la peor de las persecuciones, el acoso, la condena al ostracismo. Una dictadura tan feroz en la que hasta el hecho de tener un familiar que "piense distinto" te cubre de sospecha y de la sospecha a la condena solo hay un brinco. Una dictadura despiadada que no perdona a los niños los pecados políticos de sus padres, convirtiendo los salones de clases en micro dictaduritas donde los hijos de quienes que "piensan distinto" son torturados por sus compañeros, con burlas, con meriendas pisoteadas, con soledad… niños que imitan a sus padres frente al ojo que no ve de profes, todos rehenes del miedo que la dictadura provoca.
Rehenes todos. En todas partes. En los edificios, donde los vecinos se vigilan con recelo aunque en el ascensor se saluden cordialmente. Donde el que "piensa distinto" pone el televisor bajito, no vaya a ser que se enteren y le pase como al del piso 5 que le rayaron la puerta y le dejó de hablar todo el mundo el día que desde su ventana subió el horrendo rumor de una canción "distinta", sospechosamente distinta, que hablaba de cosas que ahí no se pueden hablar. En los edificios todos son iguales, nadie habla distinto, nadie se atreve si quiera a disentir del pensamiento general. Nadie quiere sufrir lo que sufrió la familia del piso cinco. Nadie quiere ser víctima y por no ser víctimas, todos son victimarios.
Un régimen de terror que intuí al principio del gobierno chavista, cuando muchos amigos me decían con angustia que debía cambiarme el apellido, que adoptara el inocuo apellido de mi esposo, porque nadie iba a entender que me apellidara como me apellido y que no fuera yo culpable y merecedora de los peores castigos. "¡Que no digas tu nombre completo en voz alta, que mis vecinos me matan!", me dijo una vez una pariente, de cuyo nombre no quiero acordarme. El terror que vi en sus ojos ese día lo he visto luego tantas veces, en tantos ojos, durante todos estos años…
Mi pariente era la lideresa de la inquisición dictatorial en su círculo familiar y de amistades. El pánico de caer bajo sospecha la llevó a expulsar de su vida a hermanos, amigos, compañeros… a todo lo que pudiera manchar su pulcrísimo expediente de sumisión dictatorial.
Un círculo de terror tan férreo que empujó a un montón de buenas gentes al malagentismo venenoso, convirtiendo la maldad en el deber ser más que justificado: "Quién lo mandó a pensar distinto, pues". Maquillando de decencia e indignación el odio que el terror produce.
Un terror auto sustentado que los obligó a dejarse encerrar en sus propias calles por maleantes incendiarios, y aplaudirlos, y bajarles merienditas en la tarde, y hasta dejarlos esconderse en sus edificios si llegaba la policía. Meses de encierro rezando para no enfermarse, no fuera a ser cosa que tuvieran que salir y la gente creyera que era porque "piensan distinto".
El terror los llevó al borde de los abismos más profundos, y de ahí se lanzaban –¡Hasta a El Guaire se lanzaron unos!– porque titubear era sospechoso, decir pío era ser sapo… Todos vigilaban a todos, porque ¡ni un paso atrás!
Rehenes del terror dictatorial macerado con años de fracasos y frustración, gente normal y corriente, vecinos de toda la vida, hoy tratan de dormir con un muerto en su conciencia, un muerto que jamás, en sus peores pesadillas, pensaron que serían capaces de matar. El terror había llegado al punto de ponerlos a quemar gente viva, linchar personas que, aún sin haber dicho una sola palabra, osaron caminar por las calles del terror con esas caras, esos pelos, esas ropas como de gente que "piensa distinto". Hoy lo niegan, eso para ellos no pasó, porque el terror los rebasó, porque admitirlo sería aún más terrorífico.
La base opositora es rehén de un liderazgo perverso
Rehenes de un liderazgo perverso, descubrieron un día que ya nadie estaría a salvo. Todo comenzó el día que los mandaron a marchar al matadero, con sus banderitas siete estrellas, junto a la de barras e ídem, a pedir que nos mataran a todos a bombazos, a suplicar una invasión militar que los librara de este miedo al comunismo que ya no los deja vivir… Se les fue la mano…
El miedo real de una guerra superó todos los miedos. Como un tobo de agua fría les cayó la realidad encima. Veinte años después del primer y terrorífico "te van a quitar a tus hijos", con sus hijos grandes, intactos, hermosos, graduados, descubrieron que quienes se los iba a quitar y a bombazos eran sus líderes, sus supuestos salvadores, "los buenos de la película", pues, y no solo les iban a quitar los hijos, sino sus casas, sus perros, sus flores, sus sueños… porque las guerras lo quitan todo, arrasan todo y solo dejan desolación, llanto y más miedo… Fue tanto el miedo de sentir el aliento de la guerra tan cerquita, que la cordura se impuso, o casi…
Como no pudieron lanzarnos las bombas, nos lanzaron un bloqueo, que no los afectaría ellos –les advertían desde la dictadura del terror–, sino a los que "piensan distinto". Ah, bueno, así sí, –pisaron el peine aliviados porque no hubo bombas, no vieron las bombas del bloqueo que caerían encima de sus casas, sus negocios, de sus hijos… las vieron caer primero sobre los que viven en barrios… allá ellos que votaron y votan y votan y votan por ese que nosotros queremos tumbar, allá ellos que "piensan distinto"…
Y repitieron los mantras que la dictadura les impuso, los dejaron colar facilito, sin defensas porque aún son rehenes del miedo. Así el gobierno fue culpable de los efectos del bloqueo –decían–, hasta que el bloqueo los alcanzo a ellos, hasta que el bloqueo "nos igualó para abajo", como les decía su lideresa María Corina que el chavismo haría. Y cuando viajar a Miami se convirtió en una costosísima odisea, cuando no pudieron poner gasolina, cuando esa medicina que le salvaría la vida no se pudo conseguir, cuando la injusticia del bloqueo los alcanzó de tal modo que ni sus bolsillos pudieron salvarlos, volvió de nuevo la cordura… o casi…
Porque lo sintieron en carne propia, condenaron el bloqueo, pero con matices, para no parecerse a los que "piensan distinto". Rehenes aún de la dictadura que el terror les impuso, optan por una babosa y cobarde equidistancia que se esconde siempre detrás de un pero, que rebaja la culpa al agresor y la endosa al que resiste las agresiones. Una falsa postura ecuánime que, para rechazar lo inadmisible, emite una obligatoria advertencia previa: "Ojo, no soy de ningún modo chavista, pero…", pusilánimes “peros”: que el bloqueo hace daño, pero el gobierno tal y cual, pero, pero, pero… Están en contra de la violación, pero la muchacha pudo no usar esa minifalda.
Y no entienden que el país hay que defenderlo con todo, sin peros, sin pudores ni disimulos, sin penita con el agresor. No lo entienden. Lamentablemente, parece que solo lo entenderán cuando el dolor del bloqueo les sea insoportable. Entonces ahí nos encontrarán enfrentándolo, defendiéndonos, defendiéndolos, de ese enemigo común que creyeron su aliado y entenderán por fin que podemos pensar distinto y podemos –y debemos– también coincidir. Que no les dé pena, que defender al país no es solo cosa de chavistas feos, aunque los chavistas feos siempre lo defendemos. Que es necesario que coincidamos todos en esto, en la defensa de la Patria, porque sí, amiguis, "tenemos Patria" y es lo más preciado que tenemos; porque sin Patria, sin este país nuestro cuya destrucción está en la agenda del enemigo, ya no importará si piensas –o no– distinto a mi, a este o a aquel…
Ojalá no tengan que esperar que el dolor sea insoportable para que dejen de ser rehenes de su propio verdugo.
¡Nosotros venceremos!