Mar. 24 Diciembre 2024 Actualizado Sábado, 14. Diciembre 2024 - 10:42

“Vivimos bajo un sistema enfermo”: entre el capitalismo y el coronavirus

El sistema liberal, en particular sus sistemas sanitarios mercantilizados y en manos de las corporaciones, está exhibiendo un estruendoso fracaso ante la vista de todos los que quieran verlo. Urgidos por las ganancias de sus dueños, los gobiernos liberales han esperado hasta el último momento para tomar medidas contra la pandemia de la Covid-19 que se ha globalizado indeteniblemente con la indolencia de varios gobernantes como causa fundamental y más de un millón de infectados, de los que 50 mil han muerto como consecuencia.

En el mismo deslave viene el espejismo de la democracia en el cual las élites globalizadoras han demostrado por enésima vez que no gobiernan a favor de las mayorías sino de quienes pagan las campañas de sus partidos. La depredación constante sobre la sanidad pública no ha tenido color político ni mayor variación entre quienes gobiernan a favor de unos u otros intereses privados.

Hoy asistimos al terrorífico espectáculo de la indefensión de las mayorías asalariadas, tengan uno o tres ingresos.

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Ante la recomendación de tomar medidas de aislamiento social, gobiernos como el de Italia, España, Reino Unido, Francia y Estados Unidos han preferido esperar a que la población se expusiera al contagio inminente para no detener las actividades económicas que, de haberse sacrificado, solo hubieran afectado el masivo proceso de acumulación de capitales que a cada segundo ocurre en capitalismo.

Otros gobiernos latinoamericanos como los de Brasil, Chile, Colombia y Ecuador han sido vehementes en defender las ganancias del capital evitando que la gente se guarde en sus casas como lo han recomendado expertos de la OMS.

La enfermedad globalizada como fase viral del capital

La cultura moderna globalizadora, constitutiva del capitalismo, nos muestra el proceso salud-enfermedad como un hecho meramente biológico, obviando que las causas fundamentales del estar sano o enfermo dependen del modo de producción dominante, en nuestro caso el capitalista.

Aun cuando la seguridad social no trasciende la contradicción entre capital y trabajo, es necesaria para garantizar la protección de los trabajadores, así no toque el tema de la propiedad de los medios de producción. Así y todo, la fuerza de trabajo es confinada en ciudades donde conviven deuda y dependencia económica junto a energivoría y producción masiva de basura en un halo de progreso, civilización, desarrollo y mucha, pero mucha, “libertad”.

Las condiciones de trabajo y vida por las que atraviesa la clase trabajadora no son expresión de las promesas de progreso y democracia. Se estima que al inicio de la industrialización (1750), la diferencia económica entre los países más ricos y más pobres era de cinco a uno, mientras que datos del año 2000 ya revelaban que la brecha se había incrementado 390 veces sin esperanzas ciertas de que ello variaría en favor del Sur Global.

El caos sanitario que presenciamos en tiempos de coronavirus es a causa de este contraste: mientras más dinero ganan los dueños más nos inmolamos los trabajadores entre hambre y diarreas por exclusión, enfermedades coronarias y cerebrovasculares basadas en mala alimentación, enfermedades respiratorias a causa de contaminación del aire y accidentes laborales a causa de desinversión en prevención, procesos peligrosos y estrés laboral.

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El capitalismo pasó por sus armas melladas a más de 100 mil personas diarias en 2019 por enfermedades no transmisibles como la diabetes, el cáncer y las enfermedades cardíacas, más del 70% de todas las muertes anuales (41 millones de personas) ocurren por condiciones como el tabaquismo, la inactividad física, el consumo nocivo de alcohol, las dietas poco saludables y la contaminación del aire. Quince de estos 41 millones personas tenían entre 30 y 69 años y más del 85% de estas muertes prematuras se producen en países de ingresos bajos y medios.

Por otra parte, respirar en los centros urbanos donde somos obligados a concentrarnos en búsqueda de “calidad de vida” constituye un riesgo. Nueve de cada diez personas respiran aire contaminado, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) causó 3 millones de fallecimientos en 2016, las infecciones de las vías respiratorias inferiores (calificada como la enfermedad transmisible más letal con independencia del nivel de ingresos) otros 3 millones y el cáncer de pulmón, junto con los de tráquea y de bronquios, se llevó la vida de 1,7 millones de personas.

Hay más:

  • Las muertes atribuibles a la demencia se duplicaron con creces entre el año 2000 y 2016, y el suicidio es la segunda causa de muerte entre los 15 y los 19 años.
  • Menos de la mitad de las personas que viven en el mundo de hoy reciben todos los servicios de salud que necesitan.
  • En 2010, 100 millones de personas ingresaron a la franja de pobreza extrema porque tuvieron que pagar los servicios de salud de sus propios bolsillos.
  • En 2016, 15 mil niños murieron antes de cumplir los 5 años.

Estar sano es el deseo de las mayorías, se nos ha vendido la idea de que es un logro individual, y este imaginario ha llegado de la mano de dos productos bien pulidos por el mercado: la medicalización y la walmartización de la asistencia sanitaria.

Medicalización: el cuerpo humano y su salud como parte del sistema de consumo

A través de la medicalización el poderoso complejo médico industrial convierte los problemas personales, laborales o sociales, en problemas médicos, creándoles dependencias y necesidades ficticias a los pacientes-clientes.

La gente termina renunciando a la posibilidad de ejercer un cuidado responsable de sí misma pensando que el nivel de salud aumenta con el nivel de consumo médico, transfieren sus problemas personales, familiares y existenciales a historias médicas tratando de encontrar una “solución” o “paliativo” que les permita andar por el mundo en condiciones casi ideales.

Es así como la belleza y la fealdad, el cansancio, la irritabilidad, la adolescencia, la vejez y la menopausia, la tristeza, la hiperactividad, la caída del cabello, el desgano, el dolor, el sobrepeso leve, el duelo, la desatención en circunstancias puntuales, cualquiera sea su intensidad, duración o localización, la desmotivación, la intolerancia, la dedicación a determinados pasatiempos y hasta el embarazo caen en la agenda de los médicos y de la plenipotenciaria medicina contemporánea.

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Esta expresión de la medicina-negocio, como demanda de la mercantilización y la globalización neoliberal de la salud, se manifiesta en:

  • La imposición del monopolio curativo de los médicos creando nuevos mercados generados a partir de un mayor alcance de las estrategias comerciales de las industrias farmacéuticas y biotecnológicas.
  • La transformación del paciente-cliente en un objeto en reparación al que se le satura de estudios y de medicamentos procurando únicamente el beneficio económico de quienes poseen laboratorios farmacéuticos, médicos, etc.
  • El consumismo de consultas, medicinas, hospitalizaciones innecesarias y todo lo relacionado con la salud hasta la insistencia en controlar a pacientes ya declarados terminales.
  • Las personas tratan de escuchar la voz de la “ciencia” acerca de lo que les aflige aunque esta jamás se haya dedicado a estudiar esos “problemas de salud”.

Como el cuerpo humano y su salud se han hecho parte del sistema de consumo y de mercado, el nivel de vida se define por la capacidad de consumo de los individuos, aun así, el gasto en alimentos, la educación y los ingresos familiares influyen más que el consumo médico en la tasa de mortalidad, enmascarándose las condiciones políticas que minan la salud de la gente.

Según la BBC, el gobierno de Estados Unidos publicó los montos pagados por las compañías de medicamentos y dispositivos a doctores y hospitales docentes que recetaron sus productos en 2016, más de 8 mil millones de dólares fueron repartidos entre 630 mil médicos. Purdue Pharma, que produce el popular analgésico opiáceo OxyContin, realizó casi 80 mil transacciones durante ese año por más de 7 mil millones de dólares.

Hasta el año 2002, de los 73 mil millones de dólares invertidos en el mundo anualmente para la investigación en salud, solo un 10% se destinó al 90% de los problemas que mayor carga de enfermedad representaban, tales como neumonía, diarrea, tuberculosis y malaria, frecuentemente instalados en poblaciones con mayores índices de pobreza, sin embargo, el mercado farmacéutico supera las ganancias por ventas de armas o las telecomunicaciones.

Walmartización: la salud como confeti

Por otro lado, la walmartización de la asistencia sanitaria es un proceso mediante el cual las corporaciones tratan de descargar sus obligaciones en materia de salud y transfieren más de la carga de los costos a los trabajadores individuales, empujándoles a arriesgados planes de salud públicos, con altos deducibles y beneficios limitados.

La pionera en esta modalidad es la gran cadena de automercados Wal-Mart, el mayor empleador privado de Estados Unidos. Alrededor de 100 mil de sus trabajadores se han inscrito en planes que incluyen deducibles de hasta 6 mil dólares.

Las empresas estadounidenses, viendo que era más barato aumentar los beneficios que aumentar los salarios, proporcionaron cobertura sanitaria a la gran mayoría de la población trabajadora y esto funcionó para aquellos que tenían un trabajo “decente” o dependían de alguien que sí lo tenía.

El número de estadounidenses con seguro de hospitalización en grupo privado se disparó de unos 11 millones en 1940 a alrededor de 100 millones en 1960, cubriendo aproximadamente el 70% de la población durante las dos décadas siguientes y privatizando el sistema sanitario.

Luego los costos de la atención médica comenzaron a aumentar y los empleadores comenzaron a recortarlos al punto que, durante el último cuarto de siglo, las empresas han ido reduciendo constantemente la calidad de la cobertura, tanto pidiendo a los empleados que asuman una mayor parte de los costos (mediante el aumento interminable de los copagos y los deducibles) como utilizando la llamada atención médica administrada para restringir la cantidad de tratamiento disponible para los trabajadores y sus familias.

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Ofrecen a los trabajadores de bajos salarios la oportunidad de inscribirse en planes de salud con costos de primas muy reducidos para los empleados, pero el inconveniente es que estos planes son de poca ayuda en caso de una enfermedad o accidente grave. Este formato suele ser atractivo para las personas sanas, solteras y jóvenes, pero hay pruebas de que los participantes en esos planes obvian los chequeos periódicos y otros cuidados primarios, lo que aumenta el riesgo de que se produzcan problemas más graves y costosos en el futuro.

Las llamadas pólizas “mini-médicas” o de “beneficios limitados” cubren un número limitado de visitas al médico y tan solo 2 mil dólares en costos de hospital. El deterioro de la cobertura hace que muchos trabajadores opten por no participar en los planes de salud que se ofrecen en el lugar de trabajo, mientras que muchos otros no tienen derecho a participar debido a un período de espera o a la situación de trabajo a tiempo parcial.

Hoy en día, aunque ya las pruebas de coronavirus son gratuitas para todos los estadounidenses, aquellos que son hospitalizados con sus síntomas pueden esperar pagar entre 42 mil 486 y 74 mil 310 dólares si no tienen seguro o si reciben atención que su compañía de seguros considera fuera de la red, según un análisis reciente de la organización independiente sin fines de lucro FAIR Health.

En nombre de la “calidad de vida y el bienestar económico” no se detuvo la pandemia a tiempo; en su mismo nombre deben pagar por una enfermedad adquirida a causa de ello. Es posible que, si no mueren, se endeuden y se precarice más su “calidad y bienestar económico”.

Siempre será un problema individual, nunca colectivo.

Es desmantelamiento pero suena a democracia

La actual crisis sanitaria global, develada por la pandemia, también pone en evidencia la estafa que ha significado uno de los principios que la democracia liberal vende como panacea: la libertad de elección.

Los sistemas sanitarios que surgieron a raíz de la gran aceleración industrial, posterior a las guerras europeas, se basaron en las nociones de universalidad, solidaridad y equidad, pero el neoliberalismo ha impuesto una visión netamente particularista que convierte a la seguridad social en seguridad individual, poniendo a un lado el ejercicio del poder público, la colectivización de los riesgos a la salud y la solidaridad social.

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En muchos países, cuyos sistemas políticos son alternativos (normalmente bipartidistas) y se precian de poder elegir o sacar del poder a quien lo hace bien o mal, una misma política de salud puede ser instrumentada por regímenes de gobiernos distintos.

Lo que ha sido consistente es que cada partido que toma el gobierno profundiza la instrumentalización de los dogmas neoliberales imponiendo determinaciones económicas, políticas e ideológicas en las modalidades de financiamiento y prestación de servicios que dan cuerpo a las de los sistemas de salud.

Todo ordenado desde carteles financieros multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, e inmerso tanto en la crisis del patrón actual de acumulación capitalista mundial como en la búsqueda de nuevos ámbitos para la generación de plusvalor.

Los poderes económicos apropiados de lo curativo y la academia venden la ilusión de “respetar la autonomía de la gente, para que pueda participar en la toma de decisiones sobre su propia salud”, noción que conecta la libre elección con las decisiones y se relaciona a su vez con la tendencia a responsabilizar a los individuos y sus familias de las condiciones de salud.

Antes que planificar la salud pública para 20 ó 30 años y sentar las bases para garantizar la vida a todos los ciudadanos mediante la organización social para la salud preventiva, educación y garantía de condiciones ambientales vivibles, las élites occidentales han optado por una “liberalización” de las relaciones sociales que consiste en modificar la relación de lo público y lo privado pero poniendo el peso hacia esto último.

Así se han ido desmantelando los sistemas públicos con expresiones universalmente aceptables como “democratizar”, “mayor participación de la sociedad” y “diversificar el financiamiento”, en fin: privatizar.

Para ello, los burocratismos han llevado a los sistemas públicos a condiciones deplorables que luego entran en diagnósticos de baja calidad y eficiencia, segmentación y falta de coordinación, centralismo y cobertura insuficiente. A continuación, si no se venden los activos se transfieren a particulares ciertas responsabilidades que en su momento fueron públicas, con presupuesto público o social.

No hay planes de vida diseñados en colectivo sino estimaciones de gastos y ganancias; aun cuando los trabajadores producimos plusvalía para los dueños, nuestras vidas no valen ni una proporción significativa de estas.

En Estados Unidos lo único que cambió entre el Obamacare y el Trumpcare fue la cantidad de millones de personas sin seguro. La Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés) estimó que si continuaba la Ley de Cuidado de Salud Asequible (Obamacare o ACA) se mantendrían los mismos 28 millones de estadounidenses sin seguro durante la siguiente década, mientras que, en un análisis de una versión anterior del proyecto de Ley de Salud Americana (AHCA), un total de 54 millones podrían estar sin seguro para 2026.

En 2017, Trump anunció que no tenía fondos para los 9 mil millones de dólares de subsidios que otorgaba el ACA a las compañías aseguradoras (administradoras mayoritarias de la salud pública) y que estaban destinados a ayudar a personas de bajos recursos a pagar costes extras, como copagos.

Si analizamos los mensajes que promueven los medios, la enfermedad supone una resolución individual de los problemas que en realidad tienen su causa en decisiones individuales o en la carencia de voluntad para resolverlos, no en el orden de las condiciones materiales en que tiene lugar la vida cotidiana de la gente, ni en los límites que estas condiciones imponen ni en la cantidad de “atajos” que se deben buscar para sobrevivir.

Mientras se responsabiliza a los individuos y sus familias de la satisfacción o no de sus necesidades de atención médica, se enfoca la crisis del sistema sanitario como un problema de recursos monetarios escasos, imponiéndose a sí mismo los techos financieros fijados por la política económica, sin cuestionarse en ningún momento si la política de salud debe ser prioritaria financieramente, lo que privilegia lo curativo y, como ha pasado con el coronavirus, se asume lo preventivo como amenaza a lo económico.

Sistemas como los de Cuba y Venezuela centran su atención en la planificación de la vida y las condiciones sociales de las comunidades garantizando, aun en medio del asedio y el bloqueo, la alimentación, la vivienda, las condiciones de trabajo y la organización comunitaria.

Es un tránsito salir del capitalismo, seguimos siendo una sociedad de la enfermedad; la gente sana será la que viva en hogares sanos, comiendo sano y en un equilibrio adecuado para nacer, crecer, trabajar, curarse y morir

Hoy día se incrementan las ganancias de los seguros y farmacéuticas debido a la pandemia que nos azota. Aun cuando estar informado y actuar a tiempo ante la enfermedad es lo que le garantiza a los gobiernos menor cantidad de muertes de sus poblaciones, siguen optando por dejar pasar hasta que el consumo médico resuelva.

No es coyuntural por el coronavirus, es estructural del capitalismo.

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