Nota del autor: Publicado originalmente el 4 de febrero de 2014, como nota de redacción (sin autor). Misión Verdad lo vuelve a publicar siete años después, y ahora asumo la firma (con sus bemoles y sus sostenidos) no sé muy bien por qué. Al fin y al cabo, también era nota de redacción porque el espíritu de ella era asumido como de todos. Ese "espíritu" de esa época entrañaba la desazón y la conmoción de conmemorar el primer 4F sin él y a pocas semanas de conmemorar el primer año de su muerte. También invoca, en medio de esa primera incertidumbre, el brío para lo que venía (todavía no tan claro) y que una semana después vivenciamos con la primera jornada violenta contra el país con la nueva factura y el enorme andamiaje que ahora sostenía las acciones de desestabilización y violencia política del país, inaugurando definitivamente un prolongado ciclo de intentos de cambio de régimen. Las primeras heridas de esa etapa de la guerra.
Pensar de nuevo, revisitarlo, insertarlo en el torrente ininterrumpido de la historia que se escribe con minúscula y nos incluye a todos, y en el de la Historia con mayúscula, que nos excluye y trata de tapar los acontecimientos del 4 de febrero de 1992, son, en sí mismas, en su propia tensión, el cómo la lucha de clases entra a interpretar la historia y cómo fue ese mismo motor el que la transformó y la condujo hacia lo que es hoy Venezuela Bolivariana.
A 22 años del estremecimiento nacional que significó el alzamiento del MBR-200 con el Comandante a la cabeza, volver a revisar lo que ocurrió, el cómo, el dónde y el quiénes, es una tarea necesaria ahora que en la memoria inmediata de mucha gente (de mucha gente joven) estos sucesos no tuvieron lugar ni cuerpo que remita al temblor de ese día, de la misma forma que ya el mismo golpe de abril de 2002 se emborrona en la mente de las nuevas juventudes, chavistas y escuálidas por igual. Así nos preocupen centralmente los primeros, que los segundos tienen su propia y criminalizada versión.
Pero esta tarea, este análisis de uno de los puntos de quiebre de la historia contemporánea que va de la Venezuela desmantelada a Venezuela Bolivariana, al menos tiene la ventaja de que por más que algunos quisieran borronear la historia y reubicarla dentro de la narrativa del gorilismo tradicional (precisamente por esa franja mediático-académica que se encargó de gorilizar el resto de la historia y que busca torcer el significado radical del alzamiento) existe un registro audiovisual, impreso y testimonial que lo salvaguarda de esa reducción y simplificación.
Para ello, siempre está ahí, a la disposición de todos nosotros, la palabra misma del protagonista central de esos hechos: el Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, el hombre que del "por ahora" logró voltear el país pasando de la crítica de las armas a copar las estructuras de la desvencijada y esclerótica democracia representativa.
En ese libro indispensable llamado De Yare a Miraflores: el mismo subversivo de José Vicente Rangel, que congrega la voz del Comandante desde sus días en Yare hasta los días en el poder, en esas entrevistas ilustra con mucha precisión qué se jugaba y qué se movía en torno a esos agitados días de 1992, esa corriente del pueblo encabronao que Kléber Ramírez (uno de los protagonistas civiles, ideólogo del MBR-200 y el primer gran pensador de la democracia comunera) llamó el "mar de fondo", y que la clase política tradicional apenas pudo agarrar en su momento, con la reelección de Caldera en 1993, pero incapaces fueron –lo dice claramente la historia– de suspenderlo, apenas lo postergaron.
Pero, ¿qué sentían los comandantes? ¿Qué sentía el Comandante Chávez? ¿Qué pasaba por su alma cuando se decidió a tomar las armas para reconquistar la dignidad venezolana que él mismo como veguero conoció en los montes de la patria antes de aplicar ese conocimiento a la conspiración?
En su primera entrevista en 1992, con las acciones todavía en caliente, nos dice el Comandante:
"La realidad actual, la situación actual de la nación no puede ser llevada a la simpleza, no puede depender de dos, o tres, o cinco figuras fulgurantes, llameantes, que se paseen por el escenario nacional. Lo que sí es cierto es que hoy hay una incandescencia general en la sociedad civil, en las Fuerzas Armadas venezolanas. La incandescencia, doctor Rangel, abarcó todo el panorama nacional y se extiende; y nada ni nadie podrá ya detenerla hasta que no ocurran de verdad los cambios que requiere esta actual situación".
La "incandescencia", lo llamó, y poeta al fin, a todo riesgo, busca en la metáfora la mejor explicación del espíritu de ese tiempo convulso:
"Hay incluso algo mucho más importante aún, hay un profundo candelorio que invadió el alma del venezolano, la conciencia del ser venezolano, la racionalidad del hombre, de la mujer y hasta del niño venezolano. Esa incandescencia, ese candelorio azul interno ha despertado y difícilmente podrá detenerse, así como no puede detenerse la incandescencia del sol en el sistema planetario, por ejemplo".
¿Cómo desentrañar esa imagen? Ese candelorio, esa imagen iluminada es precisamente lo que dice inmediatamente después, ante el secuestro del país, lo que se movió en la calle, en los montes, en los barrios, en la extensión entera de la nación luego del "por ahora", esa "incandescencia" venezolana comenzó a reafirmarse, volvió a aparecer el componente más aterrador para las élites de distinta curtiembre y pelaje: "la conciencia del ser venezolano", y llegar a esa conciencia obliga a las preguntas, y al respondernos encontramos que el país lo llevaban salvaje y arbitrariamente a la mierda, al mercado, a consolidar el plan que las élites querían para Venezuela, el sucio sueño mezquino de dejar a Venezuela en el estatus permanente de bomba de gasolina con nombre gringo, y no el epicentro más violentamente creador de la independencia continental; el país que creó la unidad continental. A partir de entonces volvió a la memoria, a la piel, se hizo irreversible la conciencia de ser de esta tierra. Esa fue lección, también, del "por ahora".
La quijotada necesaria
La esencia de la historia arterial venezolana tendrá en su centro, y confrontado en el mismo núcleo, el mismo choque histórico entre la Venezuela descalza y la Venezuela opulenta. La Venezuela del hambre y la Venezuela del vómito, la Venezuela dormida y la que todavía es capaz de soñar un piso común, un sueño en conjunto, un país para la infancia. Pero fácil es verlo ahora, con tanto tramo conquistado (irreversiblemente conquistado) y que todavía sigue avanzando, peleando, confrontando y superando los más feroces y sofisticados obstáculos en estos tiempos de tiranía global en conformación. En 1992, en los primeros días de febrero, ni de cerca se trató de algo obvio, evidente y extendido.
Es difícil encontrar comparaciones de un pueblo tan levantisco y jodido como este. El siglo XIX fueron casi 100 años ininterrumpidos de rebeliones campesinas. Con la maldición de la abundancia que significó el petróleo y la desruralización, los nietos de los rebeldes campesinos conformaron los primeros sindicatos (los pre-adecos) que con la misma frontalidad de los que siguieron a Zamora, a Montilla o a Maisanta, echaron el resto en las grandes huelgas petroleras y textileras de los 30; luego les tocó irse al monte y perder la guerra momentáneamente contra una maquinaria consolidadamente asesina.
No en balde fue Carlos Andrés Pérez el jefe de la contrarrevolución de los 60, y es, también, el gran arrinconado del 4 de febrero de 1992. Pero esa línea, esa torrencialidad fue trasladándose a la Academia Militar y por esa vía, luego de que los herederos de esa memoria campesina saquean y se alzan contra la mercancía y la exclusión en el 89, lo terminan enfilando los comandantes rebeldes hacia lo que hoy es nuestra patria, la que tenemos.
Y así como se puede describir desde ese transcurso, desde este lugar de la historia, bien podría contarlo el otro lado y los planes que los grandes cacaos tenían para ese momento. La combinación entre duda y amenaza cierta a la que hay que romperle el cerco es otro de los grandes motores donde algunos individuos se le plantan a la historia, y así se lo contó el Comandante a José Vicente en una de las últimas entrevistas:
"...Un millón de dudas (responde el Coman a José Vicente), pero no estoy exagerando, digo un millón y pueden ser un millón y medio. En verdad el 4 de febrero, José Vicente, fue una quijotada. Un mar de dudas individuales, colectivas. Cuando venía cruzando el Valle de Aragua, de Maracay hacia La Victoria en un viejo Jeep militar con mis muchachos y el batallón, decía: '¡Dios mío, no sé qué va a pasar esta noche, pero somos libres!'. Ahora estoy recordando al gran Brecht, él desarrolla la duda y dice, en alguna parte: 'La duda es propia del entendimiento humano, de la naturaleza humana'. Ahora, de la duda debe salir, dice Brecht, alada la esperanza, alada. Así veníamos, alados. 4 de febrero, un millón de dudas.
—Una gente flota en la duda, pero llega un momento en que tiene que tomar una decisión. (Tercia José Vicente).
A prueba de mitos: el 4 de Febrero de 1992 con sus temores y sus dudas (y por tenerlas, precisamente) fue un momento de duda y de riesgo, esos raros momentos en los que se encauza la historia de la mano de una persona, aunque una persona aquí signifique la salida de una voz que acumula más que una persona: un pueblo que sigue en la calle, bien lo dijo Martí: "No es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes en un hombre".