El 20 de enero inaugurará el nuevo ciclo. Las presidenciales estadounidenses, por razones obvias, tienen un impacto de magnitud global.
Y a diferencia de lo que se ha visto en las dos décadas pasadas, el fenómeno que representa el retorno de Donald Trump demuestra que su primer mandato no fue, a despecho de muchos, un accidente en la historia, un cortocircuito menor en el sistema.
Por el contrario, pareciera que ese estatus le corresponde a la administración Biden. La nueva etapa consolidará viejas tendencias e inaugurará otras a nivel planetario. Y sistémico.
Make America Great Again es un eslógan que contiene irremisiblemente la conciencia del ocaso, y como tal se reorganizarán las coordenadas del GPS. Sobrará tela para cortar.
Estas son tres líneas visibles desde el inicio.
Apocalipsis liberal
Es un cambio de época. El "fin de la historia" llegó a su fin. Porque también culmina el orden de postguerra, el mundo después de 1945.
El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca supone un nuevo movimiento tectónico que corona el colapso del consenso liberal que ha definido la visión de mundo del sistema de poder transatlántico las últimas décadas.
Más de dos meses han pasado desde la victoria electoral de Donald Trump, con pocos días antes de su inauguración y la conmoción continua. Y el presidente 47 lo sigue haciendo.
Se sabe que la historia no es una línea recta, pero señales y eventos fueron acumulándose para anunciar el resquebrajamiento de la visión e implementación programática del establishment de turno (postrimerías del covid-19, la estrepitosa retirada de Afganistán, la desventura ucraniana, y el genocidio por streaming en Gaza), pero, de nuevo, no quisieron verlo.
La clase experta y managerial, con sus modelos predictivos, patrones de análisis de conducta, y sus convicciones de grupo no solo no quisieron verlo, sino que despachaban las señales de malestar concreto de la población (descartada por retardataria, racista, reaccionaria, etc.), llevándolos a la contundente, y mayoritaria, impugnación electoral el 6 de noviembre de 2024.
Impugnación que le confiere a Trump un mandato incuestionable, con el partido republicano controlando ahora mayoría en gobernaciones y ambas cámaras de la rama legislativa, además de la legitimidad de los votos electoral y popular.
La legitimidad que no le sustrajo el número de obstáculos extrapolíticos que van desde una cadena de acciones de lawfare a dos intentos de asesinato.
Desde la perspectiva extramuros y afuereña (la nuestra), el rechazo general al catecismo hiperliberal (para emplear el término del filósofo John Gray), o woke, o híperidentitario puertas adentro, se corresponde con la certificación de lo endeble del orden internacional basado en reglas.
La realidad "cancelada" empero la abrumadora abundancia de señales y evidencias que atentaba contra el establishment vigente hasta el 6 de noviembre no evitó que fuera menos real las ansiedades y preocupaciones de la mayoría del electorado estadounidense (incluyendo las fetichizadas "minorías"): migración, salario e inflación.
No importó cuán internalizada estuviese la convicción de que Biden y compañía (y antes de eso Obama y Bush jr.) como el irrefrebable avance del modelo de organización y gobernabilidad más acabado e irrenunciable: la marcha incesante al perfeccionamiento del fin de la historia. Pero cada vez menor el círculo de convencidos fuera de la política formal.
De esto ya habían señales en el pesado y directo mundo del dinero. Se hizo manifiesto en los desgajamientos del consenso en Davos 2024, fue certificado por el portaestandarte histórico del discurso de la globalización ortodoxa y desregulada, The Economist, cuando le dedicó un amargo seriado especial al fin de la globalización, el fin del neoliberalismo tal como se venía entendiendo hasta ahora.
Así dictaminó en mayo del año pasado:
"Tres grandes flagelos están socavando a la globalización: la proliferación de medidas económicas punitivas de varios tipos, la repentina moda por políticas industriales y la decadencias de las instituciones globales".
Naturalmente, esto no condujo a una aspirada (para algunos) situación revolucionaria desde abajo, sino al choque entre oligarquías, la emergencia de una contraélite que ahora vendrá a reemplazar y redibujar los contornos del poder con sus formas de manifestarse.
Así muchas cosas nos resulten familiares, esta película todavía no se ha estrenado. No la hemos visto. Y lo que nos quedan, a la espera de lo que se concrete después del 20 de enero, son las (alocadas) señales.
Todo lo apuntado hasta aquí reseña lecturas y las observaciones de amistades. Ninguna idea es mía.
La extraña configuración del poder reemplazante
Como algunos han apuntado, existe una peculiar no-correlación entre un alza en la movilización de la sociedad y un reflejo institucional concreto.
Las protestas en los campus universitarios contra el genocidio o el aumento de la participación electoral en las presidenciales no tiene una correspondencia con el "involucramiento cívico" en todas las escalas institucionales.
A pesar del alza relativo de la movilización política en la calle, de la que las protestas estudiantiles y callejeras contra el genocidio en Gaza del año pasado pueden ser un ejemplo, operan en el mismo momento en que la afiliación a sindicatos, partidos, e incluso en las iglesias ha disminuido.
Un curioso "híbrido recalcitrante" entre esas dos tendencias divergentes que, al decir de Anton Jäger, se compagina con una "epidemia de soledad" que es una metástasis de la pandemia propiamente.
Pareciera aceptable entenderlos como nuevos síntomas de la atomización general en la sociedad que, por supuesto, redunda en una brecha aún mayor entre la sociedad y la política formal.
La contribución (por necesaria acción y por inesperada omisión) de los "enanos miméticos" del liberalismo disolutivo, para usar la expresión de Emmanuel Todd, del partido demócrata con su rosario de especialistas, expertos, operadores de data pueden tener una buena parte del crédito, aunque esto también obedece a una sintomatología estructural más dramática.
El momento Biden-Harris pareciera haber sido el punto máximo de sobre-extensión.
Para Todd, la desafiliación esquemática y sistemática de la sociedad estadounidense (y del occidente ampliado) es lo que ha conducido, negación de la realidad mediante, al nihilismo que hoy mismo emplaza a la sociedad por un lado, y por el otro al propio poder.
Con todo esto, el cambio de época opera como un reemplazo entre la élite del fin de la historia y el saco de gatos por venir.
Probablemente la mejor aproximación al despeje de la incógnita ideológica la ofrezca el propio Gray:
"Tras el triunfo de Trump abundan los absurdos. Las élites que se hunden temen la imposición de una siniestra visión de mundo de derecha, pero la ideología trumpiana es un híbrido imperfecto. El mercado irrestricto es celebrado como un motor de la innovación, pero el proceso de destrucción creativa elogiado por Joseph Schumpeter y Friedrich Hayek debe operar en una economía protegida de la competición foránea por aranceles. El individualismo libertario y el tecno-futurismo cohabitan con el fundamentalismo cristiano. Un anhelo aislacionista choca a empellones con una voluntad por intervenir donde sea que los intereses estadounidenses pudieran estar en juego, realismo frío con un culto por la grandeza americana que hace eco de la visión neoconservadora. Nada está asentado o arreglado".
"Puede que haya un vacío en el centro", continúa Gray, "pero hubo un viraje decisivo del poder en los Estados Unidos". Pero se trata de una competencia entre oligarquías.
Esa dinámica de reemplazo se encuadra en las variables de Peter Turchin.
Sobreproducción de élite, competencia interna y depauperización de las condiciones sociales como motores que pueden conducir a grandes transformaciones.
En ese marco, el reemplazo de una élite por una contraélite emergente se disfraza en simulación de lucha social.
Trump, recuerda Turchin, ha sido el catalizador de esos movimientos, pero la focalización objetiva sobre el personaje facilitó obviar movimientos no menos dramáticos en la configuración del propio partido republicano.
De este modo, conviven esas variables alocadas enumeradas por Gray, los tech-bros tipo Elon Musk con el nacionalismo MAGA. En paralelo con una notoria transformación interna en el seno de los republicanos.
El abandono demócrata de la base que en la historia reciente lo ha caracterizado ha hecho que esa "plaza" ahora sea ocupada por su antagonista, enfocada en la clase obrera, la dignidad del trabajo y la amenaza del declive producto de la globalización y desindustrialización capitaneada por el consenso liberal (que no difiere en los temas de fondo entre W. Bush y Obama).
Y Marco Rubio es uno de sus principales exponentes.
Así, la conmoción y pavor del muy temprano proceso de nominación y designaciones del gabinete, que para algunos recuerda a un gobierno de coalición, ofrece ese retrato al que deben agregárseles desde los mencionados hasta ahora a los tránsfugas demócratas, como Tulsi Gabbard y Robert Kennedy.
Pero incluso antes de asumir el presidente 47 se han manifestado sus límites en, al menos dos áreas. La guerra civil en tuíter que generó la defensa o detracción de las visas H-1B y la discusión sobre el presupuesto en el Senado. Lo cierto es que a pesar de ostentar todavía poder, la facción tradicional del partido republicano gradualmente se convierte en una minoría.
Pero esta enumeración de cortocircuitos no conjura, a pesar de ciertas promesas de campaña, que la nueva administración, mejor organizada, más aprendida y con mayores lealtades, no esté compuesta también por facciones guerreristas repletas de halcones (halcones-gallina, para usar la convención).
Lo que cambia es el objetivo principal.
Imperialismo del declive
El asunto de concentrarse más de la cuenta en el árbol borroneando lo que hace al bosque es que le pareciera conferir una lógica irracional y volátil a lo que Trump ha pergeñado en el periodo que va desde su victoria electoral a la antesala de la inauguración.
Canadá, Panamá, Groenlandia, la guerra de aranceles, México, Asia occidental y, por sobre todas las cosas, la República Popular China desvinculados de lo que se concibe más allá del Donald le confiere un aura inconexo y algo demencial.
Pero, como ha sido su costumbre (y una de sus extrañas virtudes), leer en voz alta las letras pequeñas del contrato imperial y romper con la omertá de la visión conjunta de Estados Unidos como un imperio benigno, promotor de libertades, democracia y el sentido común imperante.
Claramente, no le importa, lo que supone una innovación. El imperio tiene necesidades, poco importa el empaque legitimador con que se represente.
¿El paso de un imperialismo "wilsoniano" con un presunto propósito virtuoso y enaltecedor, esparciendo democracia o valores automáticamente superiores a uno "rooseveltiano" no me importa nada ni nadie sino mis objetivos?
Mientras el establishment de las últimas dos décadas se ancló en una visión unívoca de la condición excepcional, infalible y en excelente estado de sus cosas, la visión emergente que lo antagoniza y que ahora llega al poder asumió el problema del declive concibiendo al imperio bajo la amenaza de los poderes emergentes, en especial, China.
Más allá del presidente re-electo, otros actores ofrecen una visión más organizada de lo mismo. En particular, Marco Rubio.
Mientras que en el nuevo gabinete algunos actores tienen una visión radicalmente chata, violenta y predecible (Waltz, Rattcliffe, Stefanik), otros son contradictorios (Kennedy, Gabbard) y un tercer lote insertado dentro de la (inestable) horma MAGA (Musk, Noem), Rubio entraña la evolución de una línea con exponentes que se han dedicado a pensar el partido republicano a partir del actual estado de las cosas asumido como decadente.
En líneas muy generales, esa visión parte de la premisa de que la globalización liberal (el fin de la historia) con la desregulación radical, el libre tránsito de almas y bienes, junto al sistema de señales de lo políticamente correcto basado en una simulación de soberanía identitaria, su correlato ha sido la desindustrialización, la deslocalización, la disolución de la familia y la depauperización de las condiciones laborales (la dignidad del trabajo) y sociales en general.
Rubio explícitamente planteó en 2023 que el partido republicano "debe convertirse en una coalición de clase obrera y multiétnica dispuesta a pelear por el país, abriéndole paso a un nuevo siglo americano".
Su reflejo de cara al mundo ha estado también labrado y constantemente expresado en su labor legislativa. Lo suficiente como para inferir las líneas maestras de esa visión.
Reindustrialización implica
- repatriación de capitales,
- relocalización de la industria dentro del hemisferio (más sobre esto, más adelante),
- el desarrollo de la industria local en áreas estratégicas donde China tiene una ventaja comparativa para mitigar los efectos de shock de la cadena de suministro,
- fiscalización de las corporaciones que no se sumen al onshoring,
- autarquía de todos los recursos primarios esenciales,
- escrutinio de las condiciones laborales de bienes producidos en otros lados y
- desconexión con China amurallando económica, legal y militarmente al hemisferio occidental.
Con esto presente, quizás, se pudiera comenzar a extrapolar su visión para América Latina.
Más pistas sobre esto último las vuelve a ofrecer el propio Rubio en un artículo en el National Interest de abril del año pasado bajo el título "Construyendo un futuro pro-Estados Unidos en nuestro hemisferio".
En él, Rubio ya sugiere una suerte de hoja de ruta, siempre afincado en su específica y particular visión de mundo: más allá de ver "con preocupación" las distintas "crisis" en el continente (predeciblemente, Venezuela, Nicaragua, Cuba, Haití y la migración hacia el norte) considera al panorama general como "brillante", y solo le resultará contradictorio a quienes no vean los “puntos” que, de acuerdo a él, brillan,
Particularmente, Rubio encuentra una "nueva generación de líderes potencialmente pro-americanos en el hemisferio occidental".
Basado en visitas que realizó en 2024 a Argentina, Paraguay y El Salvador , se refiere, por supuesto, al ascenso de los nuevos y disímiles líderes ideológicamente indigestados y dispares que ahí gobiernan.
"Noboa, Bukele, Milei, Peña y agreguen a esta lista a Luis Abinader en República Dominicana, Dina Boluarte en Perú, Irfaan Ali en Guyana y Rodrigo Cháves en Costa Rica. Estos nombres poco alcanzan nuestros titulares, pero están al frente de más de 120 millones de personas y más de un billón de dólares en PIB. Y están dispuestos a fortalecer su asociación con Estados Unidos".
Destaca, como es obvio, el beneficio que pudiera tener una colaboración ampliada basada en, por ejemplo, el litio argentino, las reservas de cobre peruano y el "petróleo guyanés".
Oficialmente, en estado aparentemente germinal, ahí queda pre-establecida la red de figuras afines, aún más pro-estadounidenses que la generación presidencial precedente, la de 2015-2020, y aún más dispuestos a rendir soberanía y territorio por poco a cambio.
¿Heredarán el Grupo de Lima con una nueva tanda de electroshock?
Ese grado de disposición a una "apertura" garantiza suficiente bloque y cemento para la aspirada muralla hemisférica. Garantiza, también, franca hostilidad a los focos de multipolaridad.
Parcialmente despejada la incógnita ártica a partir del show respecto a Groenlandia y Canadá, con Trump y Musk al frente, el foco en el sur ha sido menos explorado o explícito, directamente, exceptuando uno que otra manifestación pública obligatoria y de rutina, salvando a México.
Dada la complejidad de todos los factores de proximidad entre Washington y México, es natural que en todas las escalas, lo que le toque a este último está más particularizado y expuesto.
Pero en líneas muy generales lo dicho respecto al resto del continente ha sido poco. Pero está claro que a partir del antecedente 2016-2020, la nueva etapa que se vertebra y el nuevo rol que juegan algunos actores lo que hay es una suerte de "silencio táctico".
Les importa y mucho.
Esto empieza a explicarse mejor a partir de los dos temas centrales de la campaña presidencial: migración (y seguridad) e inflación.
La primera de las dos promesas sigue en el centro y han ratificado que habrán acciones contundentes desde el día 1.
Conviene no perder de vista el papel de Mauricio Clavier Carone. Para esta administración, enviado especial para América Latina, asesor senior en la anterior, ocupándose entre otras cosas de las clavijas del programa de sanciones contra Venezuela.
El cubano-estadounidense, que pasó por el Banco Interamericano de Desarrollo (hasta que cayó en desgracia por un lío de faldas en 2022), probablemente tuvo un papel más significativo que el visible en aventuras como la Operación Gedeón, desde el Consejo Nacional de Seguridad.
La señalización preventiva respecto al aumento de aranceles sobre la actividad comercial, en particular China, en el recién inaugurado puerto peruano de Chancay refleja el costado seudo proteccionista.
Sabremos en forma cómo se asociará a otros “escritorios” de la región, en particular a las carpetas de Venezuela, Cuba y Nicaragua, del 20 en adelante.
Lo de Chancay ratifica que sea en lo comercial, lo migratorio, los temas de seguridad, las iniciativas de cooperación en defensa y lucha contra el narcotráfico (también en el Caribe), se comienzan a revelar el cambio de una visión respecto al sur de América.
Ahora somos un tema interno. Extraoficialmente subordinados al ámbito de la seguridad hemisférica de los Estados Unidos, y por lo tanto su tratamiento es doméstico cuando se contrasta con las referencias a los BRICS y a las principales potencias euroasiáticas: Rusia, Irán y China.
Los enviones dentro de "la interna" de la plutocracia hace que emerja en forma y fondo una percepción aún más primaria sobre la región.
Se pone a dialogar con lo que ya se ha dicho, y la interpretación se vuelve aún más viable.
Por más entretenido que puede ser ver el paso conmocionado de un orden a otro (que está por verse), las traducciones locales pueden ser brutales.
El patente desprecio por la vida fronteras afuera de su casa de la abrumadora mayor parte del conglomerado del recambio MAGA, con Gaza a cuestas y en solución de continuidad entre un partido y otro, obligan a pensar en los precedentes.
La conciencia de declive aún más explícita, la asimilación en la forma existencial que está adoptando, no la absuelve del nihilismo generalizado que permea la faceta actual de las cosas allá arriba.
La primitividad de las formas, casi garantizada en la prosecución de los objetivos, demostrado en muchos sectores del mercado (empezando por el energético) sobre una vía negociadora y cautelosa, también están presentes las lecciones por pérdida de la aventura anterior.
Pero la continuidad de los imponderables imperiales persistirá.
Lo que queda claro, es que la proyección de fuerza será un elemento decisivo en la forma en que inicie la relación. Muchos recuerdan que the art of the deal es que si la presión te sorprende en el lado débil, ya estás en la negociación y no te das cuenta.
Sino, pregúntaselo a Europa.
Esteban Hernández, uno de los observadores más agudos de los movimientos internos de la derecha, los sectores conservadores y el partido republicano, escribía luego de la victoria del 6 de noviembre:
“El partido republicano ha mostrado una constante desde hace 50 años, y es su continua evolución hacia posiciones más arriesgadas.Tras Nixon, llegaron Reagan, los dos Bush y Trump. Reagan lo transformó todo, Bush Jr. trajo el profundo viraje neocon y Trump sacudió el orden internacional. Los republicanos no han dado pasos atrás, han sido todos hacia adelante. La especificidad de esta administración, sin embargo, es que tomará posición en un instante histórico distinto, en el que existe una amenaza a la hegemonía de EEUU”.
El período muerto entre un cambio de gobierno y otro (lame duck period) siempre ha estado sujeto a que la administración saliente, en un esprint de última hora, concrete algunas cosas de su agenda, por lo general medidas controversiales o que pudieran haber encontrado resistencia.
Pero quizás nunca como ahora se ha visto un esfuerzo tan abrumador para poner las cosas más difícil a la administración entrante en algunos casos, mientras que en otros se perpetre la mayor cantidad de destrucción posible en sus puntos obsesivos, como Ucrania. Más cuando el gobierno entrante tiene una posición diametralmente opuesta.
Pero no es casual que muchos de ellos, como la deriva relativamente proteccionista (que comezó con las "bidenomics") se pronuncie, y respecto a Israel la posición es aún más cómoda (o se supone).
A pesar de estar jugando gallo tapado, la animadversión y mirada de vasallaje cuando se piensa en América Latina tampoco cambia, y eso incluye la relación con Brasil, tan cercana a la anterior administración.
Todos puntos donde hay "continuidad administrativa" a nivel imperial. Cambian las formas y tal vez la implementación de vueltas de tuerca en la visión reformista de alguien como Rubio. Pero el fondo permanece.
Se verá más claro a partir del 21 de enero. El hemisferio occidental de primero.