Hace exactamente 200 años se libró uno de los hitos geopolíticos y militares más destacados de las Américas, estudiado durante décadas en varias partes del mundo por la audacia y determinación del ejército comandado por el general cumanés Antonio José de Sucre, el cual decidió con la batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824) la Campaña del Sur, iniciada después de Carabobo. Fue el punto final de las grandes campañas por la independencia, y el sello definitivo del derrumbamiento del dominio colonial español en Sudamérica.
El Libertador Simón Bolívar, pocos meses después de la contienda decisiva, en 1825, escribió el "Resumen sucinto de la vida del general Antonio José de Sucre", donde describió el episodio de la siguiente manera:
"Nuestro ejército era inferior en mitad al enemigo, que poseía infinitas ventajas materiales sobre el nuestro. Nosotros nos veíamos forzados a desfilar sobre riscos, gargantas, ríos, cumbres, abismos, siempre en presencia de un ejército enemigo, y siempre superior. Esta corta, pero terrible campaña, tiene un mérito que todavía no es bien conocido en su ejecución: ella merece un César que la describa.
"La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del General Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron en una hora a los vencedores de catorce años, y a un enemigo perfectamente constituido y hábilmente mandado. Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho, semejante a Waterloo, que decidió del destino de Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas. Las generaciones venideras, esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y el imperio sagrado de la naturaleza".
De modo que se trató de una épica (otra más) que le dio una vuelta de tuerca definitiva a las luchas de emancipación en el continente, gesta que comenzó con la revolución haitiana (1791-1804) para culminar en la altísima pampa de Quinua, en Perú.
En casi toda Sudamérica se conmemora la batalla de Ayacucho por lo que significó política y militarmente; sin embargo, se debe resaltar el aspecto geopolítico que Bolívar ya venía calculando con los avances de la campaña dirigida in situ por Sucre, previendo la victoria final del Ejército Libertador.
Anfictionía de ayer y hoy
Dos días antes de la victoria liderada por el Gran Mariscal de Ayacucho, título adjudicado posterior a la batalla, el 7 de diciembre de 1824, El Libertador -entonces jefe de Estado del Perú- dirigió un comunicado (página 211 de Doctrina del Libertador Simón Bolívar, editada por Biblioteca Ayacucho) a los gobiernos de Colombia, México, Río de la Plata, Chile y Guatemala para convocar a un congreso anfictiónico para que "los intereses y las relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos".
En el documento, Bolívar insiste en que dicho congreso plenipotenciario debe celebrarse en el istmo de Panamá:
"(...) colocado, como está, en el centro del globo, viendo por una parte el Asia, y por la otra el África y la Europa. El istmo de Panamá ha sido ofrecido por el gobierno de Colombia, para este fin, en los tratados existentes. El Istmo está a igual distancia de las extremidades; y, por esta causa podría ser el lugar provisorio de la primera asamblea de los confederados".
Hay que tomar en cuenta que esta convocatoria se produce meses después de que el gobierno estadounidense anunciara la implementación de la Doctrina Monroe, así inaugurando la clásica dicotomía americana de bolivarianismo vs. monroísmo/panamericanismo (amén de la caracterización hecha en la década de 1970 por el historiador cubano Francisco Pividal) que ha tenido distintos capítulos y desarrollos en los dos siglos de historia republicana continental.
El Congreso Anfictiónico de Panamá se celebró entre el 22 de junio y el 15 de julio de 1826, casi dos años después de Ayacucho, pero fue convocado y perfilado como opción geopolítica en medio de su desarrollo. El fracaso de la asamblea una vez constituida tuvo múltiples factores. No fue solo la falta de cohesión de los proyectos republicanos nacientes, convertidos en "republiquetas"; la injerencia diplomática foránea tuvo un peso de rigor en el lastre.
Entre Ayacucho y Panamá, se consolidó el quiebre definitivo con la metrópolis española, junto al devenir de la independencia en los campos de la política, lo social y la integridad territorial (con notables excepciones en el Caribe). Pero lo económico siguió una tendencia tributaria de lo foráneo, durante un proceso en que los tratados anfictiónicos fueron ignorados, boicoteados y traicionados.
El epílogo se materializó en 1830 con el asesinato de Sucre y la muerte de Bolívar. El post-epílogo con la historia de América Latina y el Caribe como territorio de realización de los intereses ajenos.
Es decir, Ayacucho fue una acción necesaria de rompimiento con un imperio moribundo que dio origen político a una idea fascinante de unión continental en clave geopolítica, netamente bolivariana (y mirandina, para hacerle justicia al generalísimo). Pero también dio comienzo a un largo periodo lamentable de formación republicana maltrecha y dependiente de los poderes económicos angloparlantes, con Estados Unidos liderando la carga civilizatoria del capitalismo en pleno apogeo industrial.
Fue un peligro advertido por el mismísimo Libertador y materializado tras su deceso.
En ese sentido, Bolívar sigue vigente con toda la carga geopolítica de su propuesta anfictiónica, porque, como publicó el pensador puertorriqueño Eugenio María de Hostos el 9 de diciembre de 1870:
"(…) el triunfo de aquella batalla no es completo, el compromiso contraído en el campo de Ayacucho por todos los pueblos en él representados, no se ha cumplido todavía. ¡Todavía no hay una Confederación Sudamericana! ¡Todavía hay pueblos americanos que combaten solitariamente contra España! ¡Todavía hay repúblicas desgarradas por las discordias civiles! ¡Todavía no tienen fuerza internacional las sociedades y los gobiernos colombianos! ¡Todavía puede un imperio atentar alevemente contra Méjico! ¡Todavía puede otro imperio destrozarnos impunemente al Paraguay!".
Ya sabemos qué sucedió con los países señalados por Hostos, y en todo el continente cuando revisamos la historia de los últimos 200 años.
Venezuela sigue insistiendo tercamente en una anfictionía adaptada a los signos y experiencias del siglo XXI, con la convocatoria continua de una integración regional que demora, pero que también es exigida por los tiempos multipolares y pluricéntricos en ciernes. Es, básicamente, una cuestión de supervivencia en un mundo caótico y cambiante, donde se remodelan agresivamente correlaciones de fuerza y fronteras de poder geoestratégico.
El despliegue de los BRICS abre una ventana geopolítica para la actualización del pensamiento bolivariano en clave multipolar, una idea que se viene desarrollando desde Venezuela a partir de 1999. En efecto, el comandante Hugo Chávez fue el único estadista y líder regional en elevar el concepto de multipolaridad para adaptarlo a la política exterior venezolana, lo que dio fundamento a la llamada Diplomacia Bolivariana de Paz.
El modelo de integración y cooperación económica de los BRICS ha logrado avanzar con la estrategia de grupos de trabajo conjunto en áreas concretas y específicas, lo cual permite potenciar las capacidades de cada país integrante en los sectores financiero, comercial y de inversión. Ello permite ir construyendo una agenda consensuada de temas puntuales en los que existe un interés compartido y que permite, en consecuencia, avanzar en lógicas de bloque, de manera unitaria.
Nuestra región podría tomar este ejemplo para experimentar y tomar acciones concretas, a través de los mecanismos de integración regional como ALBA-TCP o CELAC, los cuales se encuentran actualmente debilitados, expresión de la visión de corto alcance de los liderazgos del denominado ciclo progresista.
De esta manera, el bicentenario de la batalla de Ayacucho debe conmemorarse con miras hacia la construcción de un bloque de poder latinoamericano, una idea que, por difícil de realizar, no deja de ser estimulante (al decir del poeta cubano José Lezama Lima). Estamos en un momento global que exige la creación de un engranaje geopolítico que rompa con los intereses unipolares aún consistentes en nuestra región, y que se encuentre más a tono con las circunstancias multipolares en ascenso.
Bolívar, en carta al general Francisco de Paula Santander el 6 de enero de 1825, justificaba el congreso ístmico refiriéndose a sus potencialidades integracionistas como "un templo de asilo contra las persecuciones del crimen": el crimen, sobre todo, contra la soberanía de las nacientes repúblicas, que se encontraban en su "primera infancia". Hoy, se trata de Estados bien establecidos, pero que no han terminado de madurar hacia un destino común que brinde mayores grados de independencia real ante los poderes pesados del capitalismo global.
En definitiva, el bicentenario de Ayacucho nos convoca a pensar en la materia que sigue estando pendiente: la integración geopolítica y la actuación en bloque, solo posible dentro de los contornos teóricos y filosóficos del Libertador, para prevenir que se restituya, bajo los mecanismos de opresión postmoderna de la actualidad, vehiculizados a través de sanciones destructivas y guerras híbridas, el lazo colonial que se rompió en Perú.
La idea es que no se disponga "recurso ni a la fortuna ni a las armas" de quienes intentan recolonizar, día tras día, Sudamérica, negándole alguna ventaja en un contexto de integración regional, porque -como lo sentenció Bolívar en la carta citada- "Ayacucho ha sido el juicio final".