El papel de las contratistas militares privadas en las guerras se ha expandido notablemente desde que Estados Unidos invadió Afganistán e Irak de manera consecutiva a principios de este siglo. De esta manera, los escenarios bélicos facturados por el Pentágono se han convertido en una mina de oro para aquellas empresas con mayor involucramiento e influjo en el complejo industrial-militar estadounidense.
Las compañías más sonadas en los medios, que tienen contratos multimillonarios con el Departamento de Defensa estadounidense, han sido DynCorp, CACI y Blackwater —posteriormente absorbida por el conglomerado Constellis—, esta última fundada por Erik Prince, personaje que ha tomado un protagonismo creciente en el contexto venezolano de los últimos lustros.
Aquel ha sido uno de los empresarios-soldados más beneficiados de la llamada"Guerra contra el terrorismo", y en adelante su figura se asocia con la percepción fabricada en torno a la supremacía militar estadounidense, producto de las invasiones a países en Asia Occidental y a las operaciones del Pentágono en África, cuya capacidad de respuesta estuvo en franca inferioridad por el nivel de fuerza que pudieron desplegar.
Misma imagen de superioridad que, entre usuarios de redes sociales, medios y constructores de opinión en el mundo opositor, está siendo vendida como una oportunidad para que se plantee otra invasión mercenaria contra Venezuela tras el fracaso de la Operación Gedeón en mayo de 2020, liderada por la contratista militar SilverCorp, fundada por el exboina verde Jordan Goudreau.
A Prince se le ha envuelto en esta aura, pretendidamente justificada por su papel como contratista con cierto grado de éxito. Pero los escándalos sobre el papel de Blackwater en Afganistán e Irak, sobre todo la masacre de civiles y la privatización de la guerra, corresponden más a una realidad que mina esa narrativa y no a la idea de que el Pentágono es una entidad infalible.
Sobre falsos héroes
La mitología alrededor de la supremacía militar estadounidense ha sido desmontada por el exoficial de la marina rusa Andréi Martyanov en una tetralogía de libros (Losing Military Supremacy, 2018, The (Real) Revolution in Military Affairs, 2019, Disintegration, 2021, y America's Final War, 2024), así como en sus análisis en tiempo real sobre el despliegue de Rusia en el Dombás y Ucrania, a través de su recomendado blog.
En sus textos demuestra que, en realidad, tal como ocurre actualmente, Estados Unidos ha procurado mantener la idea de que su ejército es infalible y capaz de llevar a cabo todas sus misiones con éxito, aun cuando es inocultable el transmitido bochorno padecido tras su retiro de Afganistán luego de dos décadas de fracasar en sus objetivos políticos, a pesar de tener el control del cultivo de amapolas —materia prima para la elaboración de heroína— hasta el establecimiento del gobierno Talibán.
Con Irak ocurrió algo similar, puesto que en buena parte Estados Unidos perdió la guerra por no haber entendido la dinámica política interna. Aun así, Washington hace todo su esfuerzo por sostener su supremacía militar —bajo el formato de acoso o intimidación sobre otras naciones— en un mundo donde justamente ese frente está siendo desafiado por China, Rusia e Irán.
Sin embargo Prince se considera a sí mismo un portaestandarte del legado militar estadounidense en virtud de lo hecho en esos países. Ello se explica desde lo revelado por el periodista Adam Ciralsky en Vanity Fair en 2010, quien confirmó que públicamente actuaba como presidente de Blackwater pero que en secreto había estado trabajando bajo "las órdenes de la CIA, ayudando a diseñar, financiar y ejecutar operaciones que van desde la inserción de personal en 'zonas denegadas' —lugares en los que la inteligencia estadounidense tiene problemas para penetrar— hasta la formación de equipos de asalto dirigidos contra miembros de Al-Qaeda y sus aliados".
En 2009 Jeremy Scahill, autor del libro Blackwater: The Rise of the World's Most Powerful Mercenary Army (2007), publicó información reveladora sobre el pago que hizo la CIA de 5 millones de dólares a Blackwater en abril de 2002 para desplegar un equipo de asesinos mercenarios en Afganistán.
Scahill dice que un mes después Prince fue a ese país como parte del equipo. También confirma que Blackwater trabajaba para las estaciones de la CIA tanto en Kabul como en Shkin y actuaba desde una fortaleza llamada El Álamo; además, tuvo contratos con el Pentágono para operar en Pakistán. La cada vez mayor externalización de los servicios militares y de inteligencia tenía a la compañía de Prince en un sitial privilegiado.
Prince vendió Blackwater en 2010 y se trasladó a los Emiratos Árabes Unidos, donde su nombre se vinculó a una nueva empresa privada militar llamada R2 Reflex Responses, radicada allá. De ahí en adelante se le vio públicamente involucrado en política, conectado con Donald Trump y su administración.
El currículo de Prince está ligado a las operaciones estadounidenses en esos países. En ese sentido, el éxito de sus misiones se corresponde con la inferioridad militar iraquí —luego del bombardeo aéreo que culminó en tierra arrasada— y afgana a principios de la década de los 2000.
Pongamos por ejemplo Irak. El think tank Council of Foreign Relations explica que "los expertos militares occidentales estimaron que, a principios de 2003, las fuerzas armadas iraquíes se habían reducido a aproximadamente 40% de sus niveles de la Guerra del Golfo de 1991, cuando desplegaban alrededor de un millón de soldados. Las sanciones internacionales habían impedido que Irak mantuviera o modernizara armas y equipos obsoletos, y los soldados iraquíes carecían de formación en técnicas de guerra modernas".
Además, dicha organización comenta: "Se calcula que el ejército regular contaba con entre 300 mil y 350 mil hombres organizados en cinco cuerpos y 16 divisiones. Dos tercios de los soldados eran reclutas y la mayoría de las armas eran obsoletas, según los expertos. Los planificadores de guerra estadounidenses habían pronosticado que muchas de estas tropas se rendirían rápidamente", lo que terminó ocurriendo en parte ya que la mayoría pasó a la clandestinidad o volvieron a la civilidad.
A ello se unió el hecho de "que el país contaba con unos 300 aviones de combate, aunque se pensaba que muchos de ellos tenían poca o ninguna capacidad de combate efectiva. De hecho, ningún avión de combate iraquí voló en el conflicto" ya que la flota fue prácticamente destruida durante la Guerra del Golfo en 1991 y durante los primeros bombardeos de la invasión en 2003.
En este contexto, ante la superación de las fuerzas convencionales iraquíes, Blackwater participó en torturas e interrogatorios, en operaciones encubiertas y de combate contra los insurgentes iraquíes, con poca o ninguna supervisión.
Se suma que en 2007 Blackwater asesinó a 17 civiles iraquíes en la plaza Nisour, en la capital Bagdad, habiendo tomado parte previamente, en 2004, en la matanza indiscriminada de civiles y prisioneros desarmados y heridos durante operaciones en Faluya. Los crímenes de guerra han sido característicos en las operaciones de esta empresa durante la jefatura de Prince. En importantes medios de Estados Unidos (como Rolling Stone) sus iniciativas han sido caracterizadas como "asesinas".
Es por ello que las autoridades afganas rechazaron en 2018 su propuesta de profundizar la privatización de la guerra en su país, decisión que deja ver que entienden que la participación del contratista estadounidense afectaría todavía más el país.
Sobre mitos desvelados
Tomando en cuenta que, en este caso, el mote de "asesino" supone una posición de indefensión de la víctima ante el victimario, la narrativa de que Prince tiene la capacidad de llevar a cabo una "operación quirúrgica" contra el presidente Nicolás Maduro, y en Venezuela, está minada y se cae por sí sola debido a su prontuario.
Incluso otro think tank, Brookings, publicó en 2007 un análisis cuyo autor, Peter W. Singer, un convencido de la necesidad de que Estados Unidos extienda su hegemonía imperial, afirma que:
"Si analizamos los hechos, parece que el uso de contratistas militares privados ha perjudicado, en lugar de ayudar, los esfuerzos de contrainsurgencia de la misión estadounidense en Irak, yendo en desmedro de nuestra mejor doctrina y socavando los esfuerzos críticos de nuestras tropas. Peor aun, el gobierno ya no puede llevar a cabo una de sus misiones más básicas: luchar y ganar las guerras del país. En cambio, la subcontratación masiva de operaciones militares ha creado una dependencia de empresas privadas como Blackwater que ha dado lugar a vulnerabilidades peligrosas".
La tercerización de las operaciones militares estadounidenses tiene a personas acaudaladas como Prince en un sitial privilegiado, con propuestas como crear un ejército privado de 10 mil millones de dólares en Ucrania desde la comodidad de su casa, mientras los mercenarios extranjeros que allí combaten se mantienen en condiciones precarias y a merced del poder de fuego de las superiores fuerzas rusas, además de que a menudo tienen antecedentes penales y sufren trastornos mentales, abuso de alcohol o adicción a las drogas.
Pero esto ocurre debido a lo que el propio Martyanov (2019) llama la "verdadera revolución en los asuntos militares", la cual surgió con el desarrollo de armamento hipersónico y demás tecnología militar de punta, lo que redefiniría por completo la forma en que se librarán o evitarán las guerras, además de la privatización del conflicto que impulsa la Doctrina Rumsfeld. De esta manera, todo ello se supone que reconfigurará la organización de las fuerzas armadas estadounidenses, con el componente mercenario como factor importante en el despliegue del Pentágono.
Lo que no quiere decir que dicha reorganización sea un éxito, en palabras de Martyanov (2019):
"A falta de experiencia histórica de Estados Unidos con la guerra continental y todos los horrores que conlleva, sembró las semillas de la destrucción definitiva de la mitología militar estadounidense de los siglos XX y XXI, que es fundamental para la decadencia de Estados Unidos debido a la arrogancia y al desapego de la realidad. Este proceso no es sorprendente en una sociedad donde, como afirma Latiff, gran parte de lo que el público sabe o piensa sobre el ejército deriva del entretenimiento. El entretenimiento estadounidense presenta la tecnología militar de Estados Unidos como la cúspide de la guerra moderna, lo que ignora a menudo el hecho de que esto ya no es así y que los competidores no se quedan de brazos cruzados aceptando las declaraciones estadounidenses de su superioridad militar. Simplemente no funciona así, nunca lo hizo. Incluso la tecnología más avanzada funciona mal en las condiciones más laxas".
La mitología en torno a Prince tampoco está exenta de esa confección perceptiva; de hecho, se alimenta de ella.
Sin embargo, el fundador de Blackwater quiere recuperar los días de gloria mercenaria y está haciendo campaña para conseguirlo a través de "Ya Casi Venezuela" y sus conexiones íntimas con Trump, quien pudiera volver a la Casa Blanca en 2025. Sin embargo, lo persiguen los fiascos del pasado aun cuando se quiera olvidar con propaganda que solo busca una oportunidad de negocios manchándose las manos de sangre.