Recientemente ha trascendido la información sobre un inminente acuerdo amplio de seguridad entre Arabia Saudita y los Estados Unidos. El asunto podría contemplar, según información de Reuters, garantías de seguridad y defensa por parte de Estados Unidos y asistencia nuclear civil para Arabia Saudita.
Los respaldos en seguridad y defensa ofrecerían al reino saudí acceso a tecnologías de vanguardia, especialmente en áreas como la Inteligencia Artificial y el armamento de última generación, además de posiblemente incluir un compromiso formal de defensa mutua. Por otro lado, el acuerdo nuclear, aunque más complejo, podría brindar a Arabia Saudita la oportunidad de desarrollar estas tecnologías con propósitos pacíficos, lo que abriría una puerta potencialmente peligrosa que permitiría la diversificación de fuentes de energía y, posiblemente, el desarrollo de aplicaciones militares.
A pesar de que se consideraba en varios círculos que el pacto podría abarcar la normalización de las relaciones entre Riad y Tel Aviv, lo que representaría un éxito diplomático para la administración de Joe Biden al nivel de los Acuerdos de Abraham establecidos durante el mandato de Trump, cuando cuatro países predominantemente musulmanes —Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos— normalizaron sus relaciones con Israel, la realidad se revela más compleja, no solo en cuanto al alcance mismo del acuerdo sino también en su relación con Israel.
Si bien históricamente las relaciones entre Arabia Saudita y los Estados Unidos siempre fueron cercanas y estratégicas, desde la década pasada con la irrupción en la región de las primaveras árabes, la constitución de la plataforma OPEP+ y el acercamiento que tuvo Arabia Saudita con la República Popular de China, la interacción se ha mostrado en franco deterioro.
Este último punto referido a las relaciones sino-árabes no es irrelevante, comenta el investigador Hasan Sweidan, ya que en las últimas dos décadas Arabia Saudita se ha convertido gradualmente en la principal fuente de petróleo de China, y las importaciones chinas de petróleo de Arabia Saudita aumentaron 16,3% entre 1994 y 2005, alcanzando los 1,75 millones de b/d en 2022.
Las intenciones detrás del acuerdo
En este sentido, la promoción de un acuerdo entre Washington y Riad buscaría ante todo contrarrestar la creciente influencia de China y Rusia sobre el Reino Saudí, cuya expresión reside en los vínculos energéticos mencionados en el párrafo anterior, pero también estaría implicando una suerte de "desvinculación" a la incorporación de Arabia al grupo de los Brics prevista para la reunión de Kazan de octubre de 2024, que de concretarse consolidaría el diálogo y la cooperación que mantiene la Casa Saud con las potencias emergentes euroasiáticas.
Otro aspecto crucial es la necesidad estadounidense de contrarrestar el proceso de desdolarización en curso, que gira en torno a los Brics y que podría obtener un impulso adicional con la expansión de este bloque mediante la inclusión de tres de los principales exportadores de petróleo (Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Irán). Este proceso podría estar impulsado por la posibilidad de establecer un nuevo mecanismo que incorpore una cesta de monedas nacionales, o incluso una moneda propia, entre los miembros del grupo, que incluye a los mayores exportadores y consumidores de petróleo.
Por último, de concretarse el acuerdo como lo informó el secretario de Estado Blinken, Estados Unidos estaría recuperando el papel estelar de árbitro en la región, que se vio debilitado entre otras cosas por la influencia china que logró un acercamiento entre Teherán y Riad en 2023 bajos sus auspicios y por relocalización de sus intereses en la zona de Asia-Pacífico.
No obstante, como lo plantea el analista MK Bhadrakumar, a pesar de los anuncios que dan por sentado el acuerdo, pareciera que al mismo le falta superar algunos escollos nada sencillos, dada la complejidad del contexto regional actual.
¿Es inminente el acuerdo Arabia Saudita-Estados Unidos?
Más allá de la pretensión futurológica, la realidad es que el acuerdo entre Washington y Riad debe superar algunas trabas, complejas y profundas, que en el corto y mediano plazo cuesta verlas resueltas, pudiéndose acentuar de cara a las elecciones de noviembre de 2024, cuando además de la presidencia en los Estados Unidos se estará renovando un tercio del Senado y una parte de la Cámara de Representantes.
El primero de los cuellos es el genocidio en Gaza y la ocupación israelí. Para la parte saudí es necesario la normalización y pacificación de la Franja de Gaza, así como la construcción de una ruta creíble que permita la creación de un Estado palestino. El secretario de Estado Antony Blinken lo expresó en el Senado de la siguiente manera:
"Sin embargo, para que la normalización continúe, Arabia Saudita ha dejado muy claro que incluso con los acuerdos entre nosotros completados tiene que haber dos cosas: tiene que haber calma en Gaza y tiene que establecerse un camino creíble hacia un Estado palestino".
Cosa que luce cuando menos improbable en el corto y hasta mediano plazo.
Es decir, el acuerdo vincula a Israel al exigir el compromiso de frenar las operaciones militares en territorios palestinos y el reconocimiento de la existencia de la soberanía palestina sobre sus territorios —creación del Estado—; trascendido que estas exigencias, por lo menos para la alianza gobernante en Israel, son imposibles de cumplir.
La imposibilidad radica en que la operación militar está por ampliarse a Rafah, lo que complicarían aun más la situación humanitaria de los palestinos, y la coalición gobernante ha manifestado, tras la visita del asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, a Israel, que hará colapsar el gobierno si se aceptan las exigencias planteadas a Tel Aviv por el acuerdo.
La no vinculación de Israel complica el escenario a lo interno del entramado institucional de los Estados Unidos, donde el pacto tendría que pasar por la aprobación del Senado si se incluye una amplia cooperación defensiva —al estilo OTAN— y nuclear —programa civil—, y donde hasta ahora el mismo lobby sionista presionaría para su no aprobación.
Este escenario podría estar planteando, como lo refiere Bhadrakumar, que ambas delegaciones estén vislumbrando un plan "B" que excluya a Israel y se concentre en lo que Riad y Washington estén dispuestos a conceder sin líneas máximas establecidas:
"No es de extrañar que los saudíes estén ahora 'presionando por un plan B más modesto, que excluye a los israelíes', escribe The Guardian. Desde una perspectiva geopolítica, un plan B diluido aun podría ser atractivo para los diplomáticos de Biden ya que 'consolidaría una asociación estratégica con Arabia Saudita que mantendría a raya la influencia invasora china y rusa. [Pero] No está nada claro si la administración, y mucho menos el Congreso, aceptaría un resultado de menos por menos'".
La República Islámica como telón de fondo
Bajo los auspicios de China, Arabia Saudita y la República Islámica de Irán restablecieron sus relaciones diplomáticas y firmaron un acuerdo de cooperación que ha resultado beneficioso para ambos e, incluso, para la región en su conjunto, llegando a ser calificadas por Teherán de "brillantes y prometedoras".
La opinión generalizada sitúa el verdadero propósito del acuerdo de seguridad y defensa entre Arabia Saudita y Estados Unidos en servir como contrapeso y freno a las ambiciones iraníes en Asia Occidental. Se plantea la relación entre Riad y Teherán como la de adversarios temibles, aunque esto aparentemente no refleje completamente la realidad.
Como potencia regional relevante y país pívot euroasiático, mantener relaciones de cooperación con Irán adquiere importancia no solo para Riad sino para la diversidad de capitales de los países del Golfo, así lo establece el documento Visión del Consejo de Cooperación del Golfo en materia de Seguridad, en el que si bien no se menciona directamente, queda implícito la necesidad a coexistir y cooperar con Teherán para lograr los objetivos de la visión.
Para Alam Saleh, profesor de Estudios de Oriente Medio en la Universidad Nacional de Australia, el verdadero antagonismo no está en la relación Riad-Teherán sino en la percepción que genera la alianza Washington-Tel Aviv en todo el mundo musulmán.
Para el académico, más preocupados deberían estar Israel y Estados Unidos con la posibilidad de un programa nuclear saudí que el Estado iraní:
"Arabia Saudita puede convertirse en una potencia militar, e incluso en una potencia nuclear estable —en el sentido local— e independiente —está muy lejos de eso—, y antes de que Irán se preocupe por este asunto será una preocupación de Estados Unidos e Israel".
El conflicto que devino luego del 7 octubre de 2023 acercó incluso, aun más, las posiciones de Arabia Saudita e Irán con relación a Palestina, y si bien Riad ha mostrado dudas al momento de condenar y tomar acciones enérgicas contra Israel, su postura general está alineada con los intereses de Teherán.
La verdadera controversia pareciera estar en el hecho de que Arabia Saudita pueda convertirse en un actor que continúe profundizando su comportamiento internacional de forma independiente y alejado de los intereses de Washington, por lo que Estados Unidos buscaría regresarlo al redil occidental con el acuerdo que tampoco significaría mayores problemas para la Casa Saud.
En todo caso, los planteamientos geopolíticos que subyacen en las negociaciones del acuerdo entre Estados Unidos y Arabia Saudita dan cuenta de la transición geopolítica que no solo experimenta Asia Occidental como región específica sino el papel que las potencias están jugando en el diseño ya no solo del concierto internacional sino de las mismas reconfiguraciones regionales.