El caos que los "expertos" esperaban que se revelase en Rusia "con entusiasmo libidinoso", que con certeza iba a tener como protagonistas a "rusos… matando a rusos", y con Putin "probablemente escondiéndose en alguna parte" sí llegó, solo que explotó en Francia, donde no se esperaba, con un Macron contra las cuerdas en vez de que fuera un Putin en Moscú.
Hay mucho por ser destilado de esta interesante inversión de expectativas y eventos, de la historia de dos insurrecciones muy distintas:
El sábado en la tarde, luego de que Prigozhin llegase a Rostov, la noticia de que el jefe de Wagner había llegado a un acuerdo con el presidente Lukashenko para finalizar su protesta e irse a Bielorrusia se esparció por todo Estados Unidos. De este modo terminó un asunto considerablemente sin derramamiento de sangre. Ninguna clase de apoyo le llegó a Prigozhin, ni de la clase política, ni dentro del ejército. El establishment occidental quedó tambaleante; en horas, sus expectativas en apariencia inexplicablemente destruidas.
Igualmente sorprendente para Occidente lo fueron los videos que salían de París, y de ciudades en toda Francia. Automóviles ardiendo; estaciones policiales y edificios municipales en llamas; policías siendo atacados y negocios extensamente saqueados. Estas eran escenas como si fuesen tomadas de "La caída de la Roma imperial".
En última instancia, esta insurrección, también, se desvaneció. Pero, aún así, no fue nada como el desvanecimiento del "motín" de Prigozhin que terminó con una demostración de apoyo al Estado ruso per sé, y al presidente Putin personalmente.
En la insurrección francesa, precisamente nada se "resolvió", el Estado siendo expuesto como "sin remedio" en su actual iteración: no más una República. Y el lugar personal del presidente Macron denigrado, posiblemente sin posibilidad de rehabilitarse.
A diferencia del caso ruso, el presidente francés vio mucho de la policía volteándose en su contra (con el sindicato policial emitiendo un comunicado con tufo de guerra civil inminente, con los manifestantes etiquetados como alimañas). Generales de alto nivel del ejército también le advirtieron a Macron que "tome control" de la situación, o se verán ellos forzados a hacerlo.
Claramente –tan solo con nueve días de diferencia– los medios de ejecución del Estado se le habían volteado al jefe del mismo. Toda historia nos dice que un líder que ha perdido el apoyo de los encargados de hacer cumplir los mandatos probablemente se pierdan también (en la próxima insurrección).
Este amotinamiento de los banlieues es demasiado fácil de descartar como una llaga antigua de origen argelino/marroquí reapareciendo, una vez más. Es cierto que el asesinato del joven de origen norafricano fue el detonante inmediato para los disturbios en varias ciudades, todas alzadas en la franja de una hora.
Para aquellos dados a desestimar cualquier significado más amplio (a pesar de las primeras protestas masivas no haber sido protagonizadas por los banlieusards), ¡es desestimado con refunfuño sobre cómo los franceses de alguna manera son tan dados en ir a la calle!
Puesto de manera franca, el problema de fondo que Francia acaba de revelar es el de la crisis paneuropea –macerándose desde hace tiempo– para la cual no hay ninguna solución a disposición. Es una crisis que amenaza a toda Europa.
Sin embargo, los comentaristas se apresuran a sugerir que las protestas callejeras (como las de Francia) no pueden amenazar a un Estado europeo, que las protestas ahí fueron difusas, y sin un núcleo político.
No obstante, Stephen Kotkin escribió un libro llamado Sociedad incivil (Uncivil Society) en respuesta al mito prevalente de que sin una sociedad civil paralela organizada, que haga oposición y que finalmente desplace al régimen, los Estados de la Unión Europea están perfectamente a salvo y pueden "seguir adelante" ignorando la ira popular.
La tesis de Kotkin dice que los regímenes comunistas cayeron no sólo de forma inesperada y básicamente de un día para otro, y (a excepción de Polonia) sin la existencia previa de una oposición organizada de algún tipo. Es un mito total que el comunismo cayó como resultado de una sociedad civil que se le estuviese oponiendo, escribe. El mito persiste, no obstante, dentro de un Occidente que atareadamente crea sociedades civiles de oposición para el fomento de sus objetivos de cambio de régimen.
En su lugar, la única estructura organizada en la Europa Oriental comunista era la nomenklatura gobernante. Kotkin estima que esa burocracia tecnocrática al mando era del cinco al siete por ciento de la población. Esta gente interactuaba entre ellos diariamente, y formaban una entidad coherente que tenía un poder real. Vivían en una realidad paralela privilegiada, por completo cercenada del mundo que los rodeaba, dictando cada aspecto de la vida en su propio beneficio, hasta que, un día, ya no. Fue esta tecnocracia la que colapsó en 1989.
¿Qué provocó que estos Estados cayeran repentinamente? La respuesta corta de Kotkin es una estrepitosa caída de la confianza: un "corralito político". Y el evento crucial en el derrocamiento de todos los gobiernos comunistas fueron las protestas de calle. Así, las de 1989 sorprendieron profundamente a todo Occidente por la carencia de una oposición política organizada.
La revuelta de Wagner contra Putin, le dejó al presidente ruso la prueba de mejorar el orden dentro de las fuerzas militares y sus aliados en el futuro. https://t.co/kEHlVwu23Z
— MV (@Mision_Verdad) July 15, 2023
El punto aquí es, por supuesto, que la tecnocracia europea de hoy en día, habitando su realidad paralela de extremismo de género, diversidad y cultura verde (para la mayoría de los europeos), de forma engreída asume que con control de la Narrativa, pueden suprimir las protestas y proseguir imponiendo un futuro formato Foro Económico Mundial que borre sin trabas las identidades nacionales y culturales.
Lo que está pasando en Francia –en diversas formas– es precisamente "un corralito político" contra su presidente. Y lo que está pasando en Francia, sin embargo, puede esparcirse...
Por supuesto, ya antes se habían dado protestas callejeras en los Estados comunistas. Lo que fue diferente en 1989, alega Kotkin, era la fragilidad extrema del régimen. Los dos causantes inmediatos –aparte de sencillas y vulgares incompetencia y esclerosis– fue el rechazo de Mijaíl Gorbachov (como Macron en esta insurrección reciente) de apoyar la toma de medidas severas, además de la fallida economía de esquema Ponzi en la que estos Estados se habían implicado (pidiendo prestado de divisas en efectivo del Occidente para apoyar sus propias economías).
Es aquí donde podemos ganar perspectiva sobre por qué los eventos recientes en Francia fueron tan graves, y transgreden con mayor amplitud. Ya que, de forma perversa, Europa está esencialmente tomando el mismo camino (con características occidentales) que ya tomó Europa oriental.
Al final de las dos guerras mundiales, los europeos occidentales buscaron una sociedad más justa (la sociedad industrial que había precedido a las guerras era francamente brutal y feudal al mismo tiempo). Los europeos querían un nuevo acuerdo que también se preocupara de los más desasistidos. No era socialismo per sé lo que se buscaban, aunque algunos sencillamente sí querían comunismo. En esencia, se trataba de reinsertar algunos valores éticos en la amoral esfera económica con su laissez-faire.
No salió bien. El sistema se infló al punto de que los Estados occidentales ya no podían financiarse a sí mismos. Saltaron las deudas. Y luego, en los años 80, un "remedio" aparente –importado de la Escuela de Chicago de fanáticos neoliberales, predicando la atrición de la infraestructura social y la financierización de la economía– fueron adoptados ampliamente.
Los proselitistas de Chicago le dijeron a la primera ministra Thatcher que dejara de construir barcos o fabricar autos, que eso era tarea de Asia. La “industria” de los servicios financieros era el ganso que pondría el huevo de oro en el futuro.
La cura terminó siendo "peor que la enfermedad". Paradójicamente, la falla de este dilema económico en desarrollo ya había sido percibida por Friedrich List y la Escuela Económica Alemana, tan temprano como en el siglo XIX. Vio la falla del modelo "anglo" conducido por la deuda y basado en el consumo: que (en esencia) el bienestar de una sociedad y su riqueza en general estaba determinada no por lo que la sociedad pudiese comprar, sino por lo que pudiese fabricar.
List predijo que un vuelco hacia la fijación de precios del consumo –por encima de atender la construcción de la economía real– inevitablemente conducirá hacia una atenuación de la economía real: mientras que el consumo, y el sector de los servicios y las finanzas efímeras, drenaban el "oxígeno" de las inversiones frescas de la fabricación de productos reales (todavía requeridos para pagar importaciones), la economía real se marchitaría.
La autosuficiencia se erosionará, y una base de creación de riqueza real en disminución apoyará cifras cada vez más pequeñas en empleos pagados adecuadamente. Y que la deuda cada vez mayor se convertirá necesaria para sostener una base que se encoje de aquellos empleados productivamente. Esto representa "la historia de Francia".
Hoy en los Estados Unidos, por ejemplo, las cifras oficiales de los desempleados se estiman en 6.1 millones; pero 99.8 millones de estadounidenses en edad de trabajar se consideran que "no forman parte de la fuerza de trabajo". De este modo un total de 105 millones de ciudadanos de los Estados Unidos en edad de trabajar hoy en día no tienen empleo.
Esta es la misma "trampa" desgastando a Francia (y a buena parte de Europa). La inflación está en ascenso; la economía real se está contrayendo; y el empleo bien remunerado está disminuyendo, al mismo tiempo que la fábrica de asistencia (por razones ideológicas) está siendo aniquilada.
Es desolador. El auge en la inmigración hacia Europa concentra el problema. Todos pueden verlo, a excepción de la nomenklatura europea que permanece en negación ideológica formato "sociedad abierta".
Este es el asunto: no hay soluciones. Enmendar las contradicciones estructurales de este modelo Chicago van más allá de las capacidades políticas occidentales.
La izquierda no tiene ninguna solución, y a la derecha no se le permite tener una opinión: zugzwang (jaque mate).
Lo que nos trae de vuelta a la "Historia de dos ciudades", y sus muy diferentes experiencias de insurgencia: en Francia, no hay solución. En Rusia, Putin y millones de otros experimentaron la "terapia de shock" de la liberación de precios y la hiperfinancialización durante los años Yeltsin.
Y Putin lo entendió. Como lo previó List, el modelo financierizado "anglo" erosionó la autosuficiencia nacional y redujo la base de la creación de riqueza real, que le proveía con las labores necesarias para sostener a la población rusa con trabajo.
Muchos quedaron desempleados durante la era Yeltsin; no recibían pago; y vieron desplomarse el valor real de sus ingresos; mientras que los oligarcas aparecieron aparentemente de la nada para saquear cualquier institución que tuviese valor. Había hiperinflación, gangsterismo, corrupción, corridas de divisas, fuga de capitales, pobreza desesperante, incremento del alcoholismo, salud en declive, y un exhibicionismo vulgar y derrochador de los super-ricos.
Sin embargo, la influencia primaria en Putin provino del presidente Xi. Este último ha dejado claro, en un análisis agudo titulado "¿Por qué se desintegró la Unión Soviética?" que el repudio soviético de la historia del PCUS de Lenin, de Stalin, "iba a provocar caos sobre su ideología y sumirse en nihilismo histórico".
Xi argüía que, dado los dos polos de antinomia ideológica –aquella del constructo angloamericano, en una parte, y la crítica escatológica nihilista del sistema económico occidental en la otra– el "estrato gobernante (del soviet) dejó de creer" en lo último, y en consecuencia se deslizó hacia un estado de nihilismo (con el pivote de la ideología de mercado liberal occidental de la era Gorbachov-Yeltsin).
El punto de Xi era claro: China nunca ha tomado este desvío. Puesto de forma simple, para Xi, la debacle económica de Yeltsin fue el resultado del giro hacia el liberalismo occidental. Y Putin estuvo de acuerdo.
En palabras de Putin, China "en mi opinión, se las arregló de la mejor manera posible, usando las palancas de la administración central para el desarrollo de una economía de mercado… la Unión Soviética no hizo nada de esto, y el resultado fue el de una política económica infructuosa que impactó sobre la esfera política".
Pero esto es precisamente lo que Rusia, bajo Putin, ha corregido. Mezclando la ideología de Lenin con la perspectiva económica de List (el Conde Sergei Witte como primer ministro en la Rusia del siglo XIX era seguidor de List) ha hecho a Rusia autosuficiente.
Occidente no lo ve de esta forma. Este último persiste en ver a Rusia como un Estado frágil y friable, tan en apuros financieramente que cualquier reversión del campo de batalla ucraniano podría traer un colapso financiero producto del pánico (como se vio en 1998), y anarquía política en Moscú, similar al de la era Yeltsin.
Sobre este análisis fallido y absurdo, Occidente lanzó una guerra contra Rusia vía Ucrania. Su estrategia bélica siempre estuvo predicada sobre la fragilidad política y económica rusa (y un ejército sumido en estructuras de comando rígidas, estilo soviética).
La guerra puede en no menor medida ser atribuida al fracaso de entender la fuerte convicción de Putin y Xi de que la devastación de cuando Yeltsin fue el resultado inevitable del giro hacia el liberalismo occidental. Y que esta falla requirió una corrección concertada, que Putin debidamente hizo; pero Occidente no se dio cuenta.
Estados Unidos no obstante persiste, contra la evidencia, en la convicción de que la fragilidad inherente a Rusia se explica por su apartamiento de las doctrinas económicas "anglo". Esto refleja las ilusiones occidentales.
La mayoría de los rusos, por otra parte, le atribuyen la resiliencia de su país frente a la arremetida combinada de occidente como explicable, porque Putin en gran medida se ha movido hacia la autosuficiencia, fuera de la esfera económica occidental dominada por Estados Unidos.
Así, la paradoja se explica: frente a la "insurgencia" de Prigozhin, los rusos expresaron su confianza y apoyo al estado ruso. Mientras que en la insurgencia francesa, el pueblo expresó descontento e ira frente a la "trampa" en la que se encuentran. El corralito político en el "banco" de Macron está en proceso.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Strategic Culture el 13 de julio de 2023, la traducción para Misión Verdad fue realizada por Diego Sequera.