Las consideraciones iniciales sobre una posible hoja de ruta para la desdolarización —al menos parcial— de operaciones comerciales desde Venezuela con el mundo tienen mucho que ver con la aparente relación "inseparable" del dólar en la economía venezolana.
La relación del dólar estadounidense con el comercio exterior venezolano está claramente explicada por el tipo de economía de este país; la dependencia de las exportaciones petroleras y el histórico vínculo con Estados Unidos —el que fue el principal destino del crudo venezolano— hicieron posible que el dólar se impusiera como medio de pago de nuestra actividad comercial internacional durante casi 100 años.
De igual manera, la inserción de la divisa estadounidense en muchas actividades comerciales internas —hecho que ha signado la economía venezolana en los últimos años— refuerza la creencia sobre la hegemonía "imbatible" de la divisa norteamericana en Venezuela.
Estos elementos generan el "sentido común" de que el uso de cualquier otra divisa para la actividad comercial internacional es "inviable". Tal aseveración se instala como una conclusión casi absoluta, cuando en realidad el comportamiento económico del país ha cambiado para abrirse a otras posibilidades.
Lo anterior refiere principalmente a la República Popular China, país que desplazó a Estados Unidos como principal socio comercial de Venezuela.
La cuestión comercial con China
China es el principal destino de las exportaciones venezolanas en los últimos años y, de igual manera, es el principal punto de origen de las importaciones desde Venezuela.
De acuerdo con el sitio especializado para la actividad comercial Observatorio de Complejidad Económica (OEC, por por sus siglas en inglés), hay una distinción importante entre la relación de ambos países, antes y después del bloqueo al Estado venezolano, tanto en volúmenes como por su caracterización.
Esto lo han expresado gráficamente de la siguiente manera:
Como puede apreciarse, en el año 2016 las exportaciones venezolanas a China estaban delineadas únicamente por el movimiento que realizaba el Estado venezolano, con un predominio casi absoluto del rubro petrolero y sus derivados, mientras que de China era importada hacia Venezuela variedad de gama de productos.
Tal como se puede apreciar, en 2016 —antes del escalamiento del asedio a Venezuela— las exportaciones de China a Venezuela totalizaron unos 2,52 mil millones de dólares, mientras que las exportaciones venezolanas al país asiático fueron de 4,97 mil millones. La balanza comercial era favorable a Venezuela.
En el año 2021, el más actualizado por el OEC, el resultado es muy diferente:
En el año 2021 el petróleo sale de la lista de las exportaciones venezolanas a China, fenómeno que se explica porque las limitadas exportaciones de crudo venezolanas se realizan de manera evasiva al bloqueo y no generan datos sólidos disponibles.
Pero es apreciable que otros productos, algunos de ellos generados por actores privados, son los que componen la matriz de exportaciones a China. Por otro lado, desde China se ha mantenido al patrón en una diversidad muy grande de rubros con destino a Venezuela.
Sin embargo, el primer dato distintivo del año 2021, comparado con 2016, es que la balanza comercial pasó de manera favorable a China. Las exportaciones venezolanas a China alcanzaron 843 millones de dólares. Los bienes importados desde China alcanzaron los 2,19 mil millones de dólares.
Visto así, y considerando el conjunto de incentivos que China está generando para situar su moneda en el comercio internacional, por regla simple es evidente que el Yuan se abre paso como candidato para incorporarse a modo de medio para el relacionamiento comercial entre China y Venezuela.
Superar la inercia comercial venezolana
Durante años, especialmente desde la expansión comercial de China en las últimas dos décadas, productos de ese origen comenzaron a llegar a Venezuela en cantidades muy grandes, pero estos han estado triangulados mediante una estructura que ha tenido a Panamá y a Estados Unidos —especialmente el estado de Florida— como intermediarios de negocios.
Es decir, los importadores venezolanos, siempre ávidos de dólares generados por la renta petrolera que ingresaba en el Estado venezolano, suelen pagar en dólares por servicios comerciales y adquieren bienes desde Panamá o triangulándolos en Miami, para finalmente colocarlos en Venezuela.
Gran parte de estos bienes han sido comprados a China por estos grandes intermediarios mediante el uso de dólares, de ahí que tal moneda ha seguido siendo un medio de pago para las importaciones desde China.
Si se trata de reflexionar sobre la "inviabilidad" del empleo del Yuan para el comercio exterior desde Venezuela, es necesario revisar la matriz de nuestro comercio exterior (la que es ejecutada por el sector privado) y considerar que en realidad se trata de un negocio con altas ganancias a beneficios de los factores de intermediación comercial, muchos de ellos, también de origen venezolano y con afición a situar su dinero fuera de Venezuela.
Al obtener dólares en Venezuela y triangular las compras de productos chinos con otros países, se ha desarrollado una cadena de intermediación que aumenta los costos de las importaciones de productos chinos hasta el país, lo cual ha incidido en la presión y demanda sobre la divisa estadounidense.
No está demás agregar que estos sujetos comerciales han constituido de facto una especie de "impuesto comercial" que les deja beneficios, y luego encarece los productos en Venezuela.
Claramente, estos sectores serían los más proclives a promover casi como verdad absoluta que no es viable realizar compras directas en China, pagaderas en yuanes, y que únocamente el dólar debe mediar el comercio desde y hacia Venezuela.
Venezuela podría considerar con China efectuar un tratado comercial de gran amplitud y con grandes incentivos a fin de que los importadores públicos y privados —especialmente estos últimos— puedan realizar importaciones directas desde el país asiático, pagaderas en yuanes, todo a partir de la colocación de ese signo en Venezuela mediante un acuerdo monetario —que podría ser el de SWAPS, como el que ahora aplica Argentina—.
China, a cambio, podría pagar productos venezolanos en bolívares y así permitiría la cotización del bolívar para ayudar a contener de forma estructural su devaluación y desuso en la actividad comercial, lo cual debe ser tratado como el asunto de fondo a resolver, pues en la medida en que el bolívar continúe marginalizado en la actividad comercial se verá sujeto a las depreciaciones frente a otras monedas.
Estos posibles procesos o convenios con China, que tendrían un carácter integrador de la actividad comercial con cortapisas —en reconocimiento de las asimetrías entre ambos países— podrían abaratar las importaciones de productos desde China, y también aliviar parte de la demanda de dólares en el sistema cambiario venezolano, lo cual podría contribuir a contener la cotización al alza de esa moneda.
Como sabemos, en la medida en que el dólar sea más cotizado —para cualquier razón comercial o para resguardo de capital— se va siempre al alza, en detrimento de la moneda venezolana.
Tal como se puede apreciar, la composición a detalle de las impo-expo de China y Venezuela en el presente ofrece oportunidades que conviene revisar en aras de implementar una desdolarización —al menos parcial— de las actividades comerciales de Venezuela.
Un escenario de esas características implica superar la inercia comercial del país y repensar nuestras formas de relacionamiento, todo con miras a diversificar el uso de medios de pago —divisas— para el desarrollo de nuestras actividades económicas.