Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia desde 1994 y candidato a la reelección, últimamente ha coqueteado con Occidente y hoy tiene al frente una revolución de colores clásica que amenaza con derrocarlo.
Las elecciones presidenciales del pasado 9 de agosto en la ex república soviética estuvieron marcadas por la tensa calma semanas antes de su realización, así como de un importante despliegue de fuerzas de seguridad en su capital Minsk debido a la considerable agitación política por la amenaza de un “Maidán bielorruso”.
El gobierno de Alexander Lukashenko ha venido atravesando su momento más inestable hasta la fecha. Aunque ha asegurado en numerosas ocasiones que jamás toleraría desestabilización, señaló que todos pueden expresar su opinión y aclaró a los “fanáticos de Maidán” que haría todo lo posible para evitarlo.
Su contendiente más notable es Svetlana Tikhanovskaya, quien ha conseguido movilizar a un gran número de simpatizantes en sus actos de las últimas semanas.
Entre sus ofertas está un referéndum para volver a la Constitución de 1994, que establece límites a los mandatos presidenciales. Su esposo Sergei Tikhanovsky es un youtuber que fue arrestado por acusaciones de preparar un golpe de estado y fue retirado de la carrera electoral; ella, que asumió la candidatura, es presentada por The New York Times como la gran nueva esperanza.
Comicios del 9 de agosto: de la amenaza a la tempestad
Durante el proceso de votación del domingo el acceso a Internet estuvo limitado en Bielorrusia, a la vez que observadores independientes señalaron el exceso de personas en algunos colegios electorales donde la participación habría superado el 100%, teniendo en cuenta los datos de las votaciones anticipadas.
Se observaron largas colas durante las horas cercanas al cierre de las votaciones, a lo que la presidenta de la Comisión Electoral Central bielorrusa denominó una “provocación organizada”, asegurando que el horario no se ampliaría. Reconoció también la escasez de papeletas en algunos centros electorales. A las 6 pm la participación era del 79,01%.
También hubo gran afluencia de electores en el exterior del país en los centros de votación de ciudades como Moscú, San Petersburgo o Londres y dentro del país la oposición ya convocaba a concentraciones durante el proceso. Tras la jornada de votación, las primeras encuestas oficiales a pie de urna otorgaban, como las previas a la elección, la victoria a Lukashenko con un 79,7% de apoyo frente al 6,8% de Tikhanovskaya.
En las calles de Minsk y Brest, decenas de personas marcharon por las avenidas y, luego de enfrentamientos con la policía, hubo detenciones. En las redes sociales fueron publicadas supuestas pruebas de fraude en colegios electorales en los que hubo reconteo de votos y ganó la candidata opositora, sin embargo se conoce de pocos focos de protestas en las ciudades bielorrusas.
Asimismo se han hecho públicos los pronunciamientos de ONG internacionales como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, lo que claramente se enmarca en la estrategia de golpe blando.
¿Ambientación de una revolución de colores?
Aunque las relaciones de Bielorrusia y Rusia son estrechas, y se pudiera decir que el nivel de simbiosis entre ambos países parecía inexpugnable, en los últimos años Lukashenko ha tratado de distanciarse de Rusia retrasando la conformación de un Estado de la Unión acordado desde 1999 mientras ha preferido obtener algunos beneficios de Occidente.
El tradicional formato de una revolución de colores consiste en que, ante unas elecciones “controvertidas”, los medios y ONG financiadas por Estados Unidos y/o Europa ponen en duda los resultados públicamente incluso antes de que comiencen los comicios. Luego de los escrutinios dicen que difieren de la expectativa que ellos mismos crearon y, por lo tanto, han sido “falsificados”.
La gente es empujada a las calles para protestar y, para aumentar el caos, algunos infiltrados disparan a la policía y a los manifestantes como se hizo en Ucrania. La revuelta termina cuando es reducida bajo negociación o cuando el candidato favorito de Occidente es puesto en su lugar.
El jueves 6 de agosto salieron miles de opositores al Parque de la Amistad de los Pueblos de Minsk para apoyar a Tikhanovskaya saludando, aplaudiendo y gritando “¡Vete!” a Lukashenko.
A su vez, medios como Belsat.eu y Radio Europa Libre (RFE/RL), financiados por el Departamento de Estado, y The Guardian, vienen posicionando una llamada “Revolución de las Pantuflas”.
El año pasado, la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés) financió al menos 34 proyectos y organizaciones en Bielorrusia. Este tipo de atenciones financieras y mediáticas son una señales seguras de que algo está en marcha.
Zancadilla preelectoral: Ucrania participa en la jugada
El 29 de julio se dio a conocer la detención de 33 supuestos mercenarios de nacionalidad rusa afiliados a los candidatos de la oposición local (detenidos anteriormente) Sergei Tikhanovsky y Nikolai Statkevich que, según las acusaciones de los servicios de seguridad, se habrían trasladado a Bielorrusia a desestabilizar los comicios del pasado 9 de agosto.
Según la agencia estatal de noticias Belta, los operadores detenidos a las afueras de Minsk pertenecían a la compañía privada “Wagner”, propiedad del ruso Evguenii Prigozhin, conocida por su participación en el conflicto sirio.
El hecho en sí se mostraba extraño debido a que, en el formato Maidán, no existe la contratación de mercenarios extranjeros para los disturbios post-electorales sino de personal local, sin embargo Lukashenko arremetió contra Rusia. Pocos días después apareció una pista que involucraba al servicio secreto ucraniano (SBU).
El medio ruso Komsomolskaya Pravda (KP) reveló que los mercenarios atrapados no trabajaban para Wagner sino que habían sido contratados directamente por un hombre que fingió trabajar para el conglomerado petrolero ruso Rosneft. El grupo, que luchó en el Donbass al lado de la milicia prorrusa, no estaba en Bielorrusia para intervenir en su elección.
Se suponía que serían guardias en los campos petroleros de Rosneft en Siria y que esperaban un vuelo a Turquía desde donde serían transportados a su destino final. Pero la contratación fue hecha por testaferros de los servicios secretos ucranianos usando teléfonos virtuales con códigos de los países de destino y recibieron 14 mil dólares, depositados por un desconocido a través de un cajero automático del Alpha Bank. La historia que se les había contado era una mentira.
El servicio secreto ucraniano (seguramente alentado por Estados Unidos) informó a Lukashenko que los mercenarios rusos estaban en su país para dar un golpe de estado durante las próximas elecciones, así lo reconoció él mismo. Bielorrusia detuvo a los hombres y Ucrania exige inmediatamente su extradición, aun cuando son ciudadanos rusos.
Putin pasa la página y extiende la mano
Unos días antes también la misma agencia de noticias Belta informó que los servicios secretos bielorrusos tendrían constancia de la llegada al país de más de 200 mercenarios con el objetivo de desestabilizar las principales ciudades de Bielorrusia antes de los comicios presidenciales.
Aunque fuentes oficiales rusas anunciaron que no habían sido informadas de dichas detenciones, esto sirvió para la continuación de intercambios malhumorados entre Minsk y Moscú, antes aliados cercanos pero hoy distantes a los que unía la cautela compartida con Occidente, pero que ahora son intensamente cautelosos el uno del otro.
El conflicto de los 33 ciudadanos rusos quedó zanjado luego de que, vía telefónica, el presidente ruso, Vladimir Putin, le manifestara a Lukashenko que “la parte rusa está interesada en que en Bielorrusia se mantenga una situación política estable y en que las elecciones presidenciales que se avecinan se desarrollen en un clima de tranquilidad” poco después de develada la participación de Ucrania en los hechos.
Además, la presidencia de Rusia indicó que abordaron “asuntos de actualidad relativos al desarrollo de las relaciones fraternales ruso-bielorrusas”. Lo visto hasta ahora es que Lukashenko ha intentado enfilar contra Rusia, mientras que Putin, por el contrario, le ha respondido con diplomacia, pero todo dependerá de su decisión de extraditar a los ciudadanos rusos.
La partida está abierta
Queda mucho por ver respecto al destino de Bielorrusia, el giro díscolo de Lukashenko deja muchas preguntas al aire, en particular respecto a cómo manejará esta crisis postelectoral prefabricada por Occidente y sus operadores internos.
También queda por ver si su reacción hacia el plan de las potencias occidentales será de confianza visto lo ocurrido con Gadaffi, quien fue traicionado.
Las perspectivas económicas de Bielorrusia, como las de muchos países del mundo, no son alentadoras y la respuesta de Lukashenko ante la epidemia de Covid-19 no ha sido la mejor. Sin embargo, existe poca probabilidad de que haya habido fraude electoral debido a que la igualdad de ingresos en Bielorrusia es relativamente alta y la seguridad social y los servicios funcionan en un grado significativo.
Si Bielorrusia cayera en manos de Occidente, su futuro sería complicado debido a que las industrias estatales, hoy productivas, serían privatizadas por precios irrisorios y el sistema social, que todavía funciona bien para la mayoría de su población, se desmantelaría.
Las relaciones económicas con Rusia, que ya están altamente integradas, se verían afectadas. Al final, Bielorrusia probablemente llegaría a estar peor que Ucrania.