Para los que añoran vivir cómodos en el marco del capitalismo, estos son tiempos incómodos, inestables, difíciles, empantanados, angustiosos, de ansiedades, miedos, pánico. Estas personas desearían que el mundo fuera como antes, que se detuviera, que nos devolviéramos, que nada se moviera; otros creen que aplicando los viejos dogmas, las viejas creencias económicas de aumentar la productividad se pueden resolver los problemas.
Pero para quienes pensamos en la posibilidad de crear otra cultura, estos tiempos son de oportunidades, de análisis, de comprensión, de creación, de experimentación, de nacimiento, donde el miedo, la angustia, las ansiedades sirven para pensar, para separarse del capitalismo y mirarlo cara a cara desde el pensamiento, en la soledad creativa de los juntos, para nosotros los pobres, parafraseando al poeta Carlos Angulo: “Es más lejos devolverse que seguir”.
El capitalismo es un sistema cultural productivo, que tiene como característica la crisis de la hartura, este defecto es de fábrica, siempre produce más de lo necesario para efecto de la ganancia, obligando a los dueños a tener que quemar mercancías y medios de producción.
Sus crisis cíclicas tienen trágicas consecuencias para nosotros los pobres, que pagamos masivamente con la vida, el reacomodo del sistema.
Cada vez es mayor el crimen. Inicialmente eran guerras focalizadas, masacres, desmantelamiento de fábricas en distintos puntos del planeta, pero a partir del siglo XX los efectos criminales de las crisis son masivas, la primera y segunda guerra europea son el botón de muestra.
A partir de entonces ensayan y aplican con descaro todo tipo de crímenes que intentan ocultar con su aparato de propaganda; no ha pasado un día sin que no se hayan cometido masacres en la mayoría de los países mina que sostienen al capitalismo. No hay país en donde no se haya aplastado el ensayo del intento democrático, ya sea que el poder se tome por las armas o por vía electoral, en donde los medios de información se encargan de condenarlo acusándolos de comunistas, islamistas, terroristas y, en la actualidad, de chavistas.
En cada crisis el proceso de reacomodo ha traído como consecuencia que en algunos países los pueblos han tomado el poder y de inmediato se les declara la guerra, generándose los bloqueos criminales, destruyéndoles la moneda, robándoles las finanzas, cortándoles las cadenas de producción, sometiendo la población a penurias y, por vía de los medios de información, convierten en monstruos a los pueblos y sus líderes.
Los pueblos podemos ser muy fuertes, muy valientes, muy tira coñazo, pero eso no evitará que el capitalismo nos robe y asesine periódicamente. Como ejemplo, los venezolanos nos fuimos en la guerra de independencia hasta el Perú y expulsamos a la corona española de estas tierras, ¿acaso ese desprendimiento, esa valentía, esa voluntad de hierro, evitó que hoy seamos los pobres que somos? La realidad nos abofetea.
Lo mismo sucedió con la Unión Soviética, Vietnam, China, el este de Europa, y muchos otros países, en donde el mismo arrojo, la misma valentía escribieron páginas brillantes en la historia de estos pueblos, pero el resultado sigue siendo condenadamente el mismo. Los pobres continuamos bajo los designios del plan capitalista.
Mientras los pueblos y sus dirigentes sigamos intentando salir del atolladero del capitalismo con las mismas fábricas, los mismos modelos de producción, las mismas ambiciones, los mismos análisis económicos, los mismos manuales, las mismas escuelas, liceos y universidades, los mismos planes del humanismo, estaremos condenados a ser explotados de por vida, generación tras generación, frustración tras frustración.
No es posible para los pobres superar la condición de esclavitud en que nos mantiene el capitalismo sin primero sustituir radicalmente los modos, usos y costumbres de la cultura capitalista.
Parafraseando la canción de Alí Primera, para algo debe servir la memoria histórica en este mundo; si la estudiamos, como decía Chávez, no deberíamos repetir la tragedia nuevamente. Es preciso que analicemos, que pensemos, que no nos conformemos con ser los arrechos, los valientes, los sacrificados en la batalla, que superemos los panfletos, los clichés, los dogmas, los manuales intelectuales del humanismo, tanto de las derechas como de las izquierdas, porque ninguno de ellos nos dan respuestas a los desafíos actuales.
Necesario es entender que no peleamos por nosotros y la satisfacción de nuestras miserias, sino por heredar tierra abonada al futuro, que nuestro desprendimiento no es para satisfacer el ego de que en el futuro nos nombren como grandes héroes o que hoy nos lo masajeen los jala bolas y trepadores que pululan en los rincones del poder.
Los padres del capitalismo, del humanismo, fueron atacados por las coronas o los estados absolutistas porque los humanistas tenían un plan: cambiar radicalmente, desde sus cimientos, las maneras, usos y costumbres existentes en la época, es decir, arrancar de raíz todo lo que oliera a feudalismo. Para ello tuvieron necesidad de crear una memoria histórica, otro aparato de producción, con su arquitectura, su sistema educativo, sus medios de propaganda, su arte, su filosofía, su lenguaje, incluso su comida.
Los humanistas le robaron a los pueblos del mundo desde su conocimiento hasta las semillas para construir el mundo social que hoy conocemos, pero nunca esperaron que los reyes o la iglesia les dieran derechos, o pidieron prestado a alguien para constituirse como cultura. Entonces mal podemos los pobres de este mundo andar mendigando derechos que no tenemos, ni nadie nos ofreció, pendejeando con cancioncitas lloronas y poemas cursis, gritando que el capitalismo es malo y que no ama a las mujeres, ni a los indios ni a los negros, en general a los pobres; mientras pensemos de esta manera, el capitalismo estará feliz, y seguiremos siendo presa no sólo de los dueños del mundo, sino de los gremios carroñeros que viven de las migajas que suelta de vez en cuando el capitalismo con sus George Soros o el filántropo malandro Bill Gates.
Para comprender la tarea que como pueblo nos debemos imponer, como es la de construir otra cultura que sustituya al imperialismo, fase superior del capitalismo, debemos comprender en primer lugar que desde la llegada de los europeos a estas tierras siempre hemos sido el bocado en el plato del capitalismo, no somos el plato, ni los cubiertos, ni la mesa, ni mucho menos el comensal.
Tanto es así, que cada vez que lo creemos, que nos afiliamos a ideas, como por ejemplo la libertad, la democracia, el progreso, la igualdad, lo que nos cae encima como pueblo o como líderes es todo el peso de la mano dura de los dueños, que nos dicen “No toque eso muchacho, que no es suyo”. Entender que somos el bocado y no el comensal, nos ayuda para el diseño de la otra cultura.
El principio de la guerra de todo el pueblo pasa por entender que no estamos sentados en la misma mesa con el imperialismo, sino que somos su bocado, y entiende que es su derecho natural comernos diariamente.
Cuando el Che decía “Al imperialismo ni un tantito así” es porque con el imperialismo no se negocia, porque él no entiende que con una comida se pueda negociar, jamás el imperialismo ha negociado, a regañadientes a tolerado a los pueblos que en los campos de batalla lo han derrotado, siempre esperando el momento en que pueda recuperar lo que por derecho de las armas considera suyo; de hecho, todas las personas que creen haber negociado con el imperialismo han terminado como piltrafas históricas, vulgares coletos.
La guerra de todo el pueblo requiere ser diseñada no como como una simple estrategia militar en donde todo el pueblo se constituye en milicia y en conjunto con el ejército regular, lucha y vence al imperialismo, vía una táctica y una estrategia inteligente, de conocimiento del terreno, de organización militar, de uso y ubicación de armamento.
La guerra de todo el pueblo debe ser entendida en el marco de una dinámica en donde como pueblo estamos obligados al abandono de la cultura capitalista, estamos hablando de que todo el pueblo debe organizarse para diseñar otro modelo productivo, el que podamos controlar sin intervención del afuera, desde la semilla para la comida hasta el último pertrecho de la guerra propiamente dicho.
Estamos hablando de sistemas de transporte, fábricas, métodos productivos, en definitiva, estamos hablando de convertirnos en comensales y desde allí iniciar las negociaciones. Hay personas inocentes que piensan que pueden negociar con el imperialismo en las condiciones actuales; desconocen que eso es una imposibilidad. Si bien el imperialismo hoy muestra algunas debilidades, no es porque lo estamos venciendo, sino porque se está reordenando y eso les deja las nalgas afuera y crea la sensación en algunos liderazgos, intelectuales, fanáticos, de que efectivamente el imperialismo se puede derrotar; eso al final nos causaría como pueblo un inmenso daño; las experiencias de recuperación del imperialismo son constantes, después de cada crisis, llámese recesión o depresión como la actual.
Para ejemplo de lo que estamos diciendo veamos el caso de la industria agrícola. En los países donde el imperialismo la ha desarrollado y se ha convertido en potencia, es porque fabrican tractores, sembradoras, cosechadoras, sistemas de riego, camiones, abono, veneno, y pagan sueldos de esclavos, generalmente a inmigrantes, y por otro lado el estado subsidia el proceso, de manera que toda la ganancia o plusvalía les queda a estas corporaciones. Emplean sus excedentes para sembrar en tierras de otros países, que a su vez les compran desde el tractor hasta la semilla y todo eso es plusvalía que se traslada a las corporaciones, dejando en ruina a estos países, que sólo le queda la chatarra, la contaminación, las enfermedades, la tierra arrasada y, lo peor, el desmembramiento de las poblaciones y su crecimiento en pobreza.
Pero generan la sensación de que nosotros podemos ser como ellos, siempre y cuando hagamos lo que hacen ellos. Algunos profesionales y técnicos del área agrícola, la economía y la administración, y en general de la intelectualidad, formados por los manuales de las grandes corporaciones, le hacen el coro y nos comparan y nos dicen que podemos ser como ellos, que debemos trabajar más, hacer más. Pero como no tienen memoria, se olvidan que estas corporaciones duraron más de 300 años saqueando y robando los recursos naturales de todo tipo en estos territorios y eso les permitió acumular capital, que luego lo reinvierten para seguir saqueando, presentándose ahora como honestos inversores, aplaudidos por políticos, tecnócratas, intelectuales, artistas, que nos los venden como la panacea del trabajo y la honestidad, que sin ellos es imposible salir de abajo.
“Ideas y milicias, ¡qué creación!”
En el Aló Presidente Teórico N°4, del 2 de julio del año 2009, el Comandante Chávez, tomando la brillante frase de Simón Rodríguez “Ideas y milicias, ¡qué creación!”, nos dijo:
“Estamos retomando el camino, porque después partieron las ideas, las picaron en pedazos, partieron el ejército libertador, la armada libertadora que fueron los dos componentes iniciales de la fuerza popular libertadora, era un pueblo hecho ejército, era un pueblo sobre las aguas, era un pueblo sobre las montañas, era un pueblo por todos lados… Ideas y milicias y aquellos hombres andaban era, y mujeres también, andaban arengando, escribiendo, lanzando proclamas, ideas, ideas, ideas, ideas, ideas, ganaron la Guerra de Independencia… Pero luego eso se convirtió en nada, en polvo, porque perdieron la batalla de las ideas, ganaron la guerra en las armas y en los campos de batalla, pero perdieron la batalla de las ideas y con eso se perdió la Guerra de Independencia”.
En la filosofía chavista están todos los códigos y claves que los pobres necesitamos para crear el conocimiento que nos conduzca a construir otra cultura, superar los pegostes ideológicos que nos heredó el humanismo en todas sus variantes, sean liberalismo, comunismo, socialismo, anarquismo o cualquier otro ismo de raíz religiosa o humanista, es el gran salto que como pueblo debemos dar para superar el individualismo egoísta, y disponernos en lo junto a crear la cultura de lo colectivo.
Ideas y milicias: somos más de 4 millones dispuestos a esa creación, sólo necesitamos pensar, diseñar, experimentar un plan que no dependa del afuera, un plan que no copie a las corporaciones como modelo, un plan que abandone definitivamente al capitalismo, un plan que nos permita construir hechos, para que cuando se escriba la historia, se diga: el pueblo venezolano con sus ideas, su sentimiento, su entusiasmo, su valentía, aportó para la construcción de una cultura colectiva, de la que hoy la especie se siente contenta de habitar en ella, una cultura sin competencia, una cultura sin clases, sin egoísmo, sin propiedad privada, sin ideologías, con gente que vive consciente de su existencia, en armonía con su entorno, sustentada en el conocimiento, como base fundamental de su hacer, una cultura donde el hambre, el miedo y la ignorancia ya no sean motivación de guerras.
Hoy preparémonos para enfrentar la guerra que se nos impone, hagámoslo creando, concluyamos como comenzó el Comandante Chávez su Aló Presidente Teórico citado: “En Venezuela estamos inventando y la revolución es un laboratorio de inventos”.
Los libros en los que nos toca leer el proceso y la creación de la otra cultura tienen en blanco sus páginas, a la espera de que nuestros hechos las escriban. Los libros de nuestros inventos deben ser nuestra propia creación. El pueblo intelectual colectivo está por nacer. Chávez nos dejó claves para desarrollar su filosofía, agarremos al toro por los cachos.
Enterremos de una vez al pensamiento humanista y que florezcan millones de ideas, en miles de pueblos.