Los resultados electorales en Brasil dieron como victorioso a Lula da Silva, quien asumirá su tercer mandato presidencial con 50,90% de los votos, poco más de 2 millones de votos de ventaja sobre Jair Bolsonaro.
Por el contexto y los actores involucrados, esta es una elección histórica para el país sudamericano. Lula gobernará Brasil desde el próximo 1° de enero de 2023, luego de haber pasado por prisión en una conjura vía lawfare y salir, 580 días después, en libertad para arrancar una carrera política que parecía necesitar respiración artificial, y a la cabeza del Partido de los Trabajadores (PT).
El aún presidente brasileño, al cierre de esta nota, no se ha pronunciado sobre los resultados de este domingo 30 de octubre, si bien sus aliados políticos reconocieron la victoria de su antagonista, lo que le da poco espacio de maniobra para lanzar el anunciado reclamo de fraude, sin basamento real ni comprobable.
Los ojos de todo un continente estaban en el desenlace del sufragio presidencial brasileño porque da un vuelco definitivo al pregonado "segundo ciclo progresista", en un país que ha sufrido una continua crisis económica desde 2015, un golpe parlamentario en 2016 contra Dilma Rousseff (última representante del PT en ejercicios de gobierno), el encarcelamiento leonino de Lula y el auge del bolsonarismo como una opción política estable.
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Polarización y gobernabilidad
Es cierto que el mapa electoral de este domingo 30 da cuenta de un panorama bastante definido en cuanto a la polarización se refiere. Básicamente, cada bando tiene sus bastiones en términos territoriales: las grandes ciudades apoyan a Bolsonaro (Belo Horizonte, Brasilia, Río de Janeiro), mientras que las vastas poblaciones del agro y el noreste brasileño hacen lo mismo con Lula.
Pero más allá de lo electoral, la polarización es un fenómeno que tiene claras invocaciones políticas y sociales que generan tensiones en y entre los poderes estatales, los grupos políticos y la población activa políticamente, tanto en Brasil como en otros países del mundo.
La composición del Congreso y el Senado se reparte con mayoría dominante por parte del bolsonarismo, representado por el Partido Liberal (PL), por lo que las alianzas serán determinantes para la gobernabilidad de la próxima administración de Lula.
Sin embargo, en el espacio parlamentario existe una representatividad de unos 30 partidos, sumamente fragmentada, que tiene al PL como real contraposición en tanto baluarte político, unificado, lo que jugará en contra del PT y la presidencia de da Silva que cuenta con 10 partidos aliados.
No en balde, el mensaje de Lula fue de reconciliación: "Voy a gobernar para 215 millones de brasileños y no solo para aquellos que votaron por mí", dijo, y remató: "No hay dos Brasiles. Somos un país, un pueblo, una gran nación".
Al tiempo que la mediática hace lo propio, la polarización no parece tener una reducción en su influjo en el futuro próximo, sobre todo en un Brasil donde los medios fungen como actores políticos y el bolsonarismo intentará capitalizar políticamente todo desafío negativo de la nueva administración.
El pragmatismo pudiera llevar a generar alianzas inéditas entre las rendijas de ambos bloques en el Congreso, pues hay grupos dentro de las coaliciones que a partir de enero de 2023 serán opositores y estarían dispuestos a negociar y ser cooptados por una que otra agenda del petismo, por ejemplo, alrededor de la reforma fiscal, la privatización de las empresas estatales y el gasto público.
Pero en el Senado, con la mayoría a favor de la agenda bolsonarista, pudiera impulsarse nuevos procesos de lawfare, sea contra funcionarios del Tribunal Supremo Federal con los que el actual presidente ha tenido enfrentamientos declarativos y judiciales, sea contra los líderes del PT. La historia reciente indica que esta última opción es probable junto con la campaña que se ha entronizado en los últimos años sobre la supuesta "corrupción" aún no demostrada de Lula da Silva durante sus dos periodos de gobierno consecutivos (2003-2011).
- Por el contrario, Bolsonaro, ya desvestido de la inmunidad presidencial, podría enfrentarse a cargos por investigaciones en la malversación de fondos públicos, el robo de salarios de personal público y mala gestión de la pandemia del covid.
De igual manera, el gobierno petista va a tener que lidiar con estados gobernados por su principal rival político, en especial Sao Paulo (donde también ganó en balotaje Tarcísio de Freitas, exministro de Energía y Minas de Bolsonaro), quizás la entidad federativa más importante del país, por su inmensa capacidad industrial.
Desde que el PT tomó las riendas del gobierno en Brasil a comienzos del siglo XXI, no había habido un contexto como el actual en el que la polarización tuviera una contundencia tan rígida. Si bien la oposición al petismo ha tenido acentos derechistas y conservadores en el pasado, hoy se manifiesta de una manera coherente en el liderazgo de Bolsonaro y demás personalidades alrededor del PL, entre ellos destacadas figuras religiosas (protestantes y sectas afines) y personalidades de redes digitales.
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Economía y sociedad
El legado de Bolsonaro en la presidencia está marcado, sobre todo, por el hecho de que fallecieron más de 700 mil personas en Brasil durante la pandemia del covid, el peligro ambiental en la Amazonía y la miseria multiplicada entre la población.
Al menos 33 millones de ciudadanos brasileños están sumidos en el hambre, una cifra que Lula ha puesto en la mesa en cada debate y promesa electoral. Asimismo, 115 millones de personas luchan contra la "inseguridad alimentaria". Nada menos que 79% de las familias son rehenes de altos niveles de deuda personal.
La economía se ha estado recuperando lentamente de la caída pandémica, basada en el aumento de los precios de las materias primas durante 2022. Pero el historial económico a largo plazo de Brasil, especialmente desde la crisis de 2008, es de desaceleración del crecimiento del PIB y la productividad, aumento de la deuda pública y privada y, sobre todo, de extrema desigualdad en la riqueza y los ingresos.
Para tener una perspectiva: entre 2010 y 2014, Brasil ocupó el séptimo lugar entre las economías más grandes del mundo. En 2020, cayó al puesto 12. En 2021 llegó al puesto 13, según la calificadora de riesgo Austin Rating. La tasa de crecimiento tendencial ha ido cayendo, como bien lo demuestra el economista británico Michael Roberts.
El economista marxista brasileño Adalmir Marquetti analiza la razón de por qué durante los gobiernos de Lula hubo un crecimiento tendencial:
"Los gobiernos del PT combinaron elementos del desarrollismo y el neoliberalismo en una construcción contradictoria, organizando una gran coalición política de trabajadores y capitalistas que permitió ampliar el salario real y reducir la pobreza y la desigualdad manteniendo las ganancias de los capitales productivos y financieros. La caída de la rentabilidad después de la crisis de 2008 rompió la coalición de clases construida durante la administración de Lula. El gobierno de Dilma Rousseff adoptó una serie de estímulos fiscales para la acumulación de capital privado con magro crecimiento económico. Después de su reelección, el gobierno implementó un programa de austeridad que resultó en tasas de crecimiento negativas. Con la profundización de la crisis económica y sin apoyo político, Rousseff fue destituida del poder".
La ruptura de la coalición política organizada por el PT y el liderazgo de Lula, cristalizada en el golpe contra Dilma en 2016, fue en parte un producto de esa caída en el crecimiento económico, a su vez consecuencia de la crisis de 2008 y la caída en los precios de las materias primas en la década de 2010. "La caída simultánea de la tasa de ganancia y la rentabilidad financiera fue el principio del fin de la coalición de clases construida por el gobierno de Lula", concluye Marchetti.
Es cierto que ha habido una cierta recuperación económica desde el año pasado en Brasil, pero la inflación creciente (6,85% anual) y las perspectivas económicas del año que viene no parecen favorecer a un contexto de gobernanza por parte de la administración de Lula similar al de sus dos anteriores gobiernos.
Roberts es tajante en cuanto a la prospectiva económica de Brasil:
"El FMI pronostica un crecimiento del PIB real de solo 1% para Brasil el próximo año. Al mismo tiempo, más de la mitad de la población de Brasil permanece por debajo de un ingreso mensual per cápita de R$ 560. Reducir este nivel de pobreza por debajo de 25% requeriría una productividad cuatro veces más rápida que la tasa actual. Y no hay perspectiva de eso bajo el capitalismo en Brasil".
Sin embargo, el presidente electo declaró que, para sus planes de gobierno económico, plantea una nueva relación comercial con potencias del Atlántico Norte como Estados Unidos y la Unión Europea: "No nos interesan los acuerdos comerciales que condenen a nuestro país al eterno papel de exportador de materias primas. (…) Para que dejen de ver a nuestro país como una fuente de lucro inmediato y depredador, y pasen a ser nuestros socios en la recuperación del crecimiento económico, con inclusión social y sostenibilidad ambiental".
Para llevarlo a cabo, Lula ha indicado que su administración será más centrista. El presidente electo parece estar buscando revivir el pragmatismo que encarnó durante su primer mandato, centrándose en la economía con el tradicional manual social del PT, que buscaría una mejora en las condiciones de desigualdad del pueblo brasileño.
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Brasil, el imperio y la multipolaridad
Lula fue uno de los fundadores de los BRICS en 2006 y ya ha manifestado que desea insistir en nuevos relacionamientos multilaterales, como una reforma a la dinámica del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Al mismo tiempo, el próximo gobierno brasileño tiene la intención de "ampliar la cooperación" con Estados Unidos.
Habría que destacar el hecho de que Bolsonaro jugó para el bando estadounidense en las relaciones internacionales hasta que, producto de la guerra en escalada de Washington y la OTAN contra Rusia (y China), se sentó también a participar en los foros geopolíticos y geoeconómicos del bloque multipolar en asunción. De la misma manera, pero arropado por un estilo ya reconocido en el máximo líder del PT, Lula buscaría balancear sus relaciones con uno y otro bloque.
Sin duda, Brasil volverá a enfocarse en sus relaciones con Sudamérica, teniendo en cuenta que sus aliados más cercanos se encuentran en la región y gobiernan en diferentes países, como Argentina, Chile y Colombia, y en menor medida Cuba y Venezuela. Esto inclina mucho más la balanza a una especie de "segundo ciclo progresista" en la región, donde podrían activarse mecanismos de integración sobre todo desde el lado económico, comercial y financiero.
- Recordemos que Lula está promoviendo la idea de crear una moneda única en América Latina, una que remite al SUCRE, propuesta del presidente Hugo Chávez en el marco de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR).
La conexión globalizada entre países ha creado una compleja red de cadenas de suministros donde Brasil es un factor fundamental en este lado del mundo. Reino de materias primas, como productos del petróleo y la agroindustria, este país seguirá fortaleciendo su músculo exportador que tiene a China como principal socio (con 67,9 mil millones de dólares en exportación), muy por delante de Estados Unidos (con 21,9 mil millones de dólares) y Argentina (con 8,57 mil millones de dólares).
Con Bolsonaro estas relaciones tuvieron su cauce regular, sin problemas políticos de ningún tipo, a pesar de las presiones (fallidas) de Washington para que el Palacio de Planalto condenara a Rusia por sus acciones militares en Ucrania. Eso sí, con Donald Trump, la relación de Brasilia con Washington era mucho más fluida por afinidades ideológicas y políticas que con la actual administración demócrata, que saluda con entusiasmo un nuevo gobierno del PT.
Pero con Lula, de acuerdo a lo dicho durante la campaña electoral, habrá un mayor afinque en la participación brasileña en los BRICS (que en 2023 muy probablemente se expandirá con nuevos miembros, tal vez entre ellos Arabia Saudí, Argentina e India) y una profundización en la relación con China, punto crucial de la política exterior del petismo desde el primer gobierno de da Silva.