Mié. 18 Diciembre 2024 Actualizado Sábado, 14. Diciembre 2024 - 10:42

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¿Qué carajo vamos a pensar los esclavos, si se nos dijo que ya todo estaba constituido, que el pensamiento es hasta donde las élites instaladas en Europa dijeron que era? (Foto: Brent Stirton / Getty Images)

¿No podemos pensar los come-arepas?

"Es difícil lograr que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda"

Upton Sinclair

Antes de entrar directamente en el tema, queremos aclarar que cuando nos referimos a intelectuales y políticos, solo estamos refiriéndonos a aquellas personas que son, fueron o se llaman a sí mismas de izquierda, religiosas de toda adoración o culto que creen en la salvación de los pobres; comunistas, socialistas, anarquistas en todas sus ramas, reformistas, radicales o ultra radicales que militan en el campo de reformar o destruir el sistema o ayudar a los pobres o educarnos en las escuelas y universidades en el capitalismo y su cultura humana; a los que creen que los esclavos tenemos derechos y se dedican con todo fervor, amor, por sus actos, a defendernos buscando leyes para que la igualdad, libertad, democracia, civilización, progreso, seas practicadas por todos aquí dentro del capitalismo, pero sin entender, o tal vez sí, que eso solo es posible en los dueños, pero se hacen los lomoebaba, porque en definitiva también cobran por sus sacrificios a favor de la clase pobre.

Téngase claro que nos referimos solo a ellos, con el lejano deseo de que puedan aceptar que, si bien se cobra por favores prestados, es posible hacer que el cerebro se retuerza y usarlo para crear otra cultura distinta al matar, robar, tener, competir; donde la vida sea el centro del pensar, el hacer y el decir.

A los otros intelectuales que defienden por salario o convicción la existente cultura, les diremos que ese es su deber, para eso cobran, por eso la alientan, por eso engañan, mienten, denigran, esconden, ensalzan, promueven, buscan premios, aplausos, micrófonos, tarimas; su superioridad exclusivista, su racismo, su nazi-fascismo mercenario, al final termina convirtiéndoseles en carne y hueso y por eso nos odian hasta lo indecible y solo nos quieren ver con el lomo partido proveyéndoles sus sustentos. Lo que ellos no saben, ni lo sabrán nunca, es que un día ya no estaremos, pero ellos tampoco, por eso no tenemos ninguna preocupación por su sabiduría mercenaria que nos somete.

Y cuando hablamos de estos intelectuales no estamos incluyendo a los trepadores, palangristas, anclas, periodistas, in-comunicadores sociales, locutores, animadores, ministriles, payasos, comentaristas hasta del mal que se morirán las hormigas, adivinadores, leedores de cartas, magos, saltimbanquis, diplomáticos de televisión, maromeros de la política, escritores e historiadores de las redes atrapa-pendejos, porque estas personas no pertenecen a nada, estos asalariados son simples coleccionadores de barajitas que, cuando los sacan del confort de su canarín de mierda donde viven, entonces se arrechan y odian, odian y se arrechan, y arremeten como toros cogidos por el rabo hacia donde les dicen los dueños que arremetan. A esos no les importa la vida ni el daño que puedan causar y causarse, a ellos solo les interesa el confort en su olla de excremento.

Dicho lo anterior, hablemos entre nosotros sobre esta cultura humanista cuya base fundamental es el egoísmo-individualismo, la competencia, el yo único y pleno; destilación absoluta del hambre, el miedo y la ignorancia; alimento principalísimo de la guerra, que ha sido su sostén en todos los tiempos; no solo asesina y destruye a la vida, sino que además desecha sus propios constructos, llámese familia, estado, arte, filosofía, ideología, en beneficio propio, sin importar lo efímero de ese consumo, de ese oropel, de esa fantasía con la que nos deslumbramos los esclavos a la espera de que algún día, también, disfrutaremos de esas mieles. Porque, en definitiva, la memoria en los esclavos no dura más allá de cada generación.

Para algunos intelectuales, reformistas o salvadores de pobres no importa bajo cuál ideología se muestren (lo importante son sus hechos), separar los conceptos élite y humanismo les lava los sentimientos de culpa, como si fuera diferente una cosa de la otra, como si no estuvieran íntima y siamésticamente ligadas lo uno a lo otro, como si el Guernica de Picasso no se iguala en la compra-venta a la ametralladora que se usa para asesinar; como si los casi 8 mil millones de esclavos no formáramos parte de la humanidad o como si fuéramos distinto a las élites, que de acuerdo a esas apreciaciones, pareciera ser que aquellas no son humanistas o están por encima del humanismo o por debajo del humanismo, o son un accidente del buen desenvolvimiento del bello humanismo que si les quitáramos todos esos horrores de pobres; y guerras y contaminación y muerte y muerte y muerte, porque viéndolo bien, el humanismo no es más que una isla rodeada de muerte por todas partes, pero si le quitamos todo eso, desaparecería.

Pero ¿no podemos quitarle, aunque sea, los pobres sobrantes? ¿Es que ningún gobierno de este planeta tendrá la valentía de desaparecerlos de una vez y no por partes? Porque hasta molestan esas noticias de genocidios de indios, obreros, pescadores, mujeres, negros, masacres, desaparecidos, ríos donde florecen cadáveres, fosas comunes, pozos de la muerte, exterminios, haitianos, somalíes, palestinos, africanos, eso por más que sea da grima y hasta nos hace sentir culpables.

Estas personas muy bien preparadas y educadas en cualquiera de las profesiones conocidas para servirle a la cultura y el sistema de producción existente no logran entender que tal cultura y sistema de producción, llámesele como sea o convenga a cada quien como convenga, genera y sostiene por un lado a las élites que hoy deciden qué pasa y no pasa con el mundo, porque habita tanto en China como en los yanomamis.

También quieren hacernos creer o dar a entender que el mundo marcha bien, pero pudiera marchar mejor, pero que hay una gente mala, muy mala, que siempre está echando a perder las cosas en función de sus intereses. Para ellos, no es que hay un sistema de producción que genera unas relaciones de producción que se constituyen en modos, usos y costumbres o cultura que todo el mundo comparte y considera natural que así sea, en donde es natural que exista la fábrica, los bancos, los ejércitos, los hospitales, las universidades, en fin, lo que mal o bien funciona, donde todo el mundo intenta competir por llegar a la cima, un mundo que se divide entre ganadores y perdedores y donde las culpas siempre deben recaer en los individuos, sean presidentes, artistas, médicos, empresarios, intelectuales, profesionales, académicos, generales, obreros, campesinos, pescadores, mujeres, negros, indios, blancos, policías, deportistas, pero nunca, jamás, debe ser visto como totalidad, sino separado, dividido, pixelado al infinito.

Para ejemplo un botón: en Estados Unidos casi todos los días hay asesinatos masivos, pero los noticieros lo tratan como uno a la vez, o culpan a la asociación del rifle, o a los blancos supremacistas, o a los negros drogadictos, o a un loco fugaz, o a un tipo que lo dejó la novia, pero nunca, jamás, será tratado como un hecho sistémico estructural. Ellos nos siguen diciendo que todo lo que ha pasado era obligatorio, porque el mundo necesita la civilización y el progreso, y para ello se hizo necesario, imperativo, urgente, la invasión, el saqueo, el sometimiento, la violación, el robo, el crimen, como males inevitables, porque la grandeza del hombre requiere de los sacrificios de los otros, de las mayorías; porque no hay tiempo para explicar a los ignorantes que el mundo se vive mejor mientras ellos no tengan conocimiento, que nadie intenta atentar contra ellos y que los daños que sufren son colaterales, porque nadie puede avisarles que están en el momento y el sitio equivocado, por ignorancia, porque los pueblos son como los ríos, siempre están atravesados en donde no debían, porque ¿cómo hace la guerra para avisar que pasará por esos sitios? Y sucede lo inevitable, lo que nadie quiere que sobrevenga, pero lamentablemente acontece.

Ahí tiene usted. Si no fuera por esos daños colaterales, culpa de la gente y los ríos, la guerra fuera perfecta en sus beneficios. Por la guerra se descubrió la penicilina que ha salvado tantas vidas, se ha desarrollado el arte y la arquitectura, la ingeniería y la física, la química, la biología, el arte, el deporte y el espectáculo de Don Francisco, el reguetón, Netflix y MTV, las curas de las pestes. Las guerras han producido mucho beneficio a la humanidad futura, claro que en su momento es dolor y sufrimiento para los saqueados y asesinados, pero se justifica por las grandes riquezas que produce hoy el esplendor del humanismo, la civilización y el progreso; son inconmensurablemente mayores a los conocidos por otras culturas.

Claro que se puede maliciosamente argumentar que la pobreza es superior después de cada guerra, y esa pobreza no es más que gente loca persiguiendo la riqueza a donde quiera que va, pero ya lo dijimos: la historia es así y siempre será así, un constante movimiento dialéctico, una lucha permanente de los contrarios, donde siempre vencerá el más fuerte. Eso nos lo dice Darwin, Kissinger, Biden, el limpiabotas de la esquina y todas las ciencias. El derecho a gobernar siempre estará en los más aptos, quienes tienen la responsabilidad de conducir los destinos de la humanidad por los senderos del progreso, el crecimiento económico, bajo los contratos de la democracia y…

Por esas retahílas se va el humanismo y todas sus ramas del pensamiento, expresadas en sus iglesias y religiones, ideologías y filosofías, partidos y sindicatos, ejércitos, escuelas, universidades y academias, artes y deportes, espectáculos y desinformaciones, hospitales y clínicas, industrias, fábricas, agriculturas y crías. Justificando siempre lo existente. Mientras tanto, los casi 8 mil millones de esclavos, con la esperanza y la ilusión intactas de que algún día disfrutaremos de esas mieles, perseguimos esa zanahoria soportando la carga, porque la felicidad futura bien merece los sacrificios.

Al principio, no era la turbulencia que hoy vemos, era más bien como un pequeño entrenamiento para llegar hasta estos días. Sí, sumerios, fenicios, griegos, las púnicas, las médicas, Roma, Germania, francos, sajones, normandos, Bizancio, la Galia, los carolingios, godos, visigodos, otomanos, moros, Cruzadas, cristianos y su Santa Inquisición, Britania, y otros desangraderos fueron el reguetón que nos trajo a este desnalgue humanista, en donde todo el mundo quiere la botella para sí mismo.

Sí, fue un entrenamiento, allí se aprendió y se llevó a niveles excelsos la tortura, el robo, el engaño, el crimen, el divide y vencerás, la hipocresía, la desinformación, que nos trajo al capitalismo imperial y su etapa superior el nazi-fascismo, con todo su exclusivismo, machismo, racismo, superioridad, destino manifiesto, dios, el arte, la ciencia, que bellamente amalgamados, en definitiva nos pusieron aquí para gobernar y punto, arréchese quien se arreche, sin enmascarar nada, porque el rabo del cochino es torcido y torcido se queda.

El humanismo es el producto cultural de un modo de producción que le da continuidad a la guerra, es la forma elegante de asesinar y robar al planeta, es su justificativo, su máscara… Pero ya hoy no puede seguir justificándose, ahora el aparato está desnudo a la vista de todos, hoy de nuevo tiene que mostrarse tal y como es. Ninguna ciencia ni religión, Osmel Sousa o arte puede lavarle el rostro. Aunque la magia de la propaganda y la publicidad lo maquille diariamente, siempre muestra sus trastazos como Dorian Gray en su retrato.

El humanismo como cuerpo de ideas, convertidas en físico-material, ha llegado a su final sin poder dar continuidad al hermoso paraíso que propuso cambiar los primeros desafueros de las anteriores élites. Por el contrario, ha copado a todo el planeta eliminando miles de culturas bajo el trillado método de la invasión, el crimen, el robo y la imposición de la fuerza, y lo único que ha logrado a diferencia de las preliminares culturas guerreras es superar el kilometraje andado por la guerra, pero una vez más, como toda cultura guerrera, hoy se acabaron las fronteras y de nuevo el enemigo quedó dentro, por tanto, se inicia el declive porque todo lo que conquiste, invada o destruya es una íntima parte suya, es decir, debe convertirse en su propio sustento.

Sí, desde la segunda guerra intercapitalista imperial, el humanismo ha pasado a una etapa superior conocida como el nazi-fascismo, en donde toda otra cultura debe ser engullida y sus restos sometidos al pensamiento único del humanismo y fin de la historia de… ¡señoras y señores, con ustedes de nuevo la guerra, lo nunca visto o vivido por nadie!

El devenir de la guerra creó la fábrica y la industria como método de crimen y robo, pero el resultado es que en su dinámica genera una mercancía que tiene la cualidad de reproducirse. Hablamos de la gente, y esta es la que evita la felicidad total del capitalismo, y por eso este debe eliminarla para poder seguir robando y acumulando riqueza que, a diferencia de la vida, es muerta y no puede reproducirse por sí misma, de manera que, para lograrla, el capitalismo debe asesinar la vida permanentemente en cualquiera de sus formas conocidas o desconocidas.

Esta contradicción siempre atentará contra el capitalismo, pero hasta que los esclavos no seamos capaces de pensar y generar nuestros propios intereses, el capitalismo seguirá navegando en esa contradicción y nosotros llevando del bulto. En la medida en que se genera riqueza, crece desmesuradamente la pobreza en el planeta. Hoy somos casi 8 mil millones de personas y solo el uno por ciento disfruta de la riqueza a plenitud.

Seguirla disfrutando indica seguir generando pobreza sin aliciente tal y como ocurre hoy, donde la prometida zanahoria de la felicidad de los jóvenes pobres estudiando para volverse profesionales exitosos y ser alguien en la vida ya no es un estímulo, o las grandes promociones del famoso emprendedor, es decir, todos los jóvenes son dueños de su propio destino, todos trabajando por su empresa, "la empresa soy yo", pero la cruda realidad es que el capitalismo les está exprimiendo hasta la última gota de sudor sin pagársela.

Por ejemplo, un muchacho en Venezuela trabaja haciendo videos para una empresa en España y esta le paga a destajo un salario mínimo incluso en Venezuela, pero la empresa no solo se queda con el esfuerzo físico del joven sino con el intelectual, el transporte, el alojamiento, las prestaciones, el uniforme, el seguro de vida, la jubilación, pero además con los servicios de aguas limpias, servidas y energía muy barata del país, es decir, caída y mesa limpia.

Esta situación llevará a los esclavos a tal condición de asfixia que no les quedará otro remedio que pensar en sí mismos y no como dueños, y tal vez por esta vía, conseguir sustituir esta cultura por una donde vivir sea la única meta del existir como ser, sin ataduras.

Para el capitalismo, superar su condición en todo el planeta requiere vigorizarse, pero es muy pesado y lento este paquidermo. Mover toda esta maquinaria, reestructurarla, requiere que todas las mafias se pongan de acuerdo en cómo lo harán y cómo van a quedar en la jugada, cómo es el reparto del pastel, con cuántas minas se quedará cada quién, cómo las administrarán, bajo qué nuevo sistema, y lo más importante: cómo convencerán a los esclavos de que esta vez sí serán felices como esclavos.

Porque sería como moviéramos un inmenso edificio para eliminar las alimañas, perdón, los esclavos. Tal vez con decisión e inteligencia se puede mover, pero se van a caer paredes, techos, se doblarán columnas, se destruirán sistemas de aguas limpias, servidas y energía, y todo eso aquejará no solo a los esclavos, perdón, las alimañas, que serán eliminadas por millones, sino que también afectará a los grandes y pequeños que viven confiadamente dentro del edificio.

Pero los dueños ya han demostrado que pueden soportar los daños colaterales sin dolor de barriga, incluso los esclavos se convencerán de su felicidad como esclavos, pero se repetirá el ciclo al infinito, con bancos, empresas… todo tiene que ser removido, reorganizado, rearmado dentro del capitalismo, porque no pueden seguir funcionando como están. Hay que eliminar organismos diplomáticos como la OEA, la ONU; las ONG, los Estados-nación, gremios de todo tipo, sindicatos, partidos políticos; todas esas visiones no le sirven al capital financiero especulador porque ya son bagazos, panfletos, palabras y acciones huecas; porque el capitalismo, en el marco práctico real, lo que busca es control de todos los recursos, sean materias primas, agua, combustible, mano de obra, para usarlo más efectivamente y obtener mayor ganancia a cambio de un gran deterioro de la vida.

Al capitalismo no le importa cómo se ve ni el qué dirán, él no tiene el dilema cantinflero de “nos comportamos como caballeros o como lo que somos”. El capitalismo es lo que es: una máquina de guerra que se alimenta de la vida en todas sus facetas, y así lo veremos en adelante, con la violencia descarnada del nazi-fascismo en todo su esplendor, expandiéndose como un virus, como una peste nauseabunda, transmitiéndose enfermo a todo el planeta.

¿Por qué los come-arepas no podemos pensar?

Desde todo el aparato escolar en los países-mina se le hace creer a los estudiantes que lograrán el conocimiento necesario para desarrollar su país, sin entender que eso no es posible. Después de quinientos años de saqueo, en ningún país-mina se ha visto a grupos de graduados colectiva y entusiastamente planificando el desarrollo, armonizando desde y con sus diversas carreras, aportando sus conocimientos como un todo en función de evitar la dependencia, el colonialismo y fundarse conscientemente como un país. Por el contrario, son furibundos admiradores de lo foráneo, se matan entre sí para conseguir los pocos puestos en las empresas transnacionales y no les importa cuánto entreguen de la gente y el territorio que los vio nacer.

Pensar genera temor. ¿Qué carajo vamos a pensar los esclavos, si se nos dijo que ya todo estaba constituido, que el pensamiento es hasta donde las élites instaladas en Europa dijeron que era? Ellas vencieron a Dios, pasaron a ser su sustituto y se plantearon el mundo como su propiedad privada, concibiendo la cultura humanista y su aparato de producción capitalista como lo eterno, lo inmutable, lo hasta aquí es.

A partir de entonces, desde todas las instituciones del sistema, se nos repite que el pensamiento ya está establecido. Desde todas las instituciones y organizaciones del sistema nos infunden temor ante la idea de pensar fuera de los márgenes del humanismo: Occidente es Occidente, lo demás es monte y culebra.

Nosotros, la especie esclavizada, tenemos la creencia de que pensar es decidir entre jugar lotería o ir a la playa, comer sánguche, perro caliente o arepa, cuando lo que en realidad hacemos es reaccionar ante los condicionamientos establecidos.

Para salir de la inercia, de la creencia, tenemos que plantearnos un pensamiento que sea causa y genere consecuencias. Hemos dicho que la otra cultura hay que concebirla. Eso requiere de gente pensante, pero no basta con que esté ilusionada con la idea: la gente que piense la vida más allá de la lógica de la compra-venta debe tener la capacidad de salirse de lo establecido y hacer real, por la vía del experimento y la realización práctica, el pensamiento que le quita el sueño.

Los experimentadores, los arquitectos, los poetas, los músicos, los filósofos, los políticos que estén pensando en una cultura distinta al humanismo no andarán acumulando plata o metiendo zancadillas para subir de cargo. Serán insomnes penitentes, con los ojos abiertos y los pies bien sustentados en la tierra de la realidad, pensando a otros, en otras esferas de existencia, sin anhelar estar ahí, con la seguridad de que lo que existe no hará falta.

Para que esto ocurra, varios factores deben ponerse en funcionamiento. Por ejemplo, la gran destrucción que hoy promueve el reacomodo capitalista, la aparición de otro pensamiento que pudiera sustituir al actual y, por otro lado, que la especie entera se afilie a partir de interrogantes profundas, a pensamientos que coincidan en la necesidad de superar las condiciones actuales de esclavitud y se trasnoche por la idea de vivir otra cultura, la colectiva, hasta hacerla realidad.

¿Cómo comerán? ¿Cuáles serán sus fuentes de energía? ¿Qué relación tendrán con las otras formas de la vida? ¿Dónde vivirán? ¿Cuál el vestido y el calzado, cuál la diversión, cuál el modelo de trabajo? ¿Cuál el arte que dejará de gritar la carencia? ¿Cómo crearán, aplicarán, sistematizarán y transmitirán el conocimiento?

¿Algo de lo existente podrá funcionar para las culturas que basen su existencia en el beneficio de lo colectivo? Solo aquello que tenga fuerza vital sobrevivirá a esta tragedia que vivimos.

Aferrarnos a que dentro del capitalismo podemos lograr lo anhelado es condenar a las generaciones futuras de la vida, a sufrir la carencia, cada día en peores condiciones de existencia, y hablamos de su satisfacción como ilusión, que es más dolorosa aún. Toda la especie está en capacidad de intentarlo, todos tenemos un cerebro y lo podemos disponer para el pensamiento que nos lleve a generar otra cultura: la colectiva.

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<