El pasado 3 de junio, la administración Biden anunció la donación de 25 millones de vacunas anticovid a otros países, esto en el marco de una estrategia de distribución de excedentes que podría alcanzar un total de 80 millones de dosis en el largo plazo. Un día antes, en su primer viaje oficial a Latinoamérica con destino a Costa Rica, el secretario de Estado, Antony Blinken, estableció esta cifra como una meta a ser cumplida para finales del año 2022.
Las donaciones tienen como destino a países de África, Asia, América Latina y el Caribe, incluyendo el mecanismo COVAX, que recibirá cerca de un 75% de los fármacos provenientes de Estados Unidos. En América Latina un total de 6 millones de vacunas anticovid, según la nota oficial de la Casa Blanca, se repartirán con un criterio poco detallado entre Brasil, Argentina, Colombia, Costa Rica, Perú, Ecuador, Paraguay, El Salvador, Honduras, Panamá, Haití y países caribeños de la Caricom.
En marzo, Washington dio los primeros pasos de su campaña de donaciones cuando anunció el envío de 1,5 millones de dosis a Canadá y 2,5 millones a México de la vacuna producida por AstraZeneca. La compañía farmacéutica, con sede en Cambridge, aún no ha recibido la aprobación de la agencia de Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) para ser aplicada en Estados Unidos, por lo cual un importante lote de vacunas almacenado en Ohio fue aprovechado por la administración Biden para anunciar las entregas, en vista de que los fármacos no serán utilizados por los momentos.
Previamente, Washington se sumó al mecanismo COVAX y en febrero, durante la primera cumbre (virtual) del G7 en la que participaba Joe Biden, el mandatario informó que EE.UU. se comprometía a inyectar 4 mil millones de dólares al instrumento lanzado por la OMS, monto que se distribuiría en diversos tramos hasta el año 2022.
“Si tenemos excedentes, los vamos a compartir con el resto del mundo”, dijo Joe Biden en marzo, respondiendo indirectamente a los reclamos del Tedros Adhanom, director general de la OMS, quien exigió a los países ricos donar 10 millones de vacunas. Desde el principio de la carrera francamente desigual por la inmunidad global, la OMS se ha mostrado seriamente preocupada por la viabilidad del mecanismo COVAX, diseñado con el objetivo de inmunizar al 20% de la población de 91 países de medianos y bajos ingresos que han quedado excluidos de los primeros suministros sacados al mercado.
En mayo, Tedros Adhanom volvió a insistir en la misma dirección, esta vez pidiendo que los países con mayores reservas de vacunas disponibles priorizaran las donaciones al extranjero antes de inmunizar a niños y adolescentes.
En declaraciones reseñadas por la BBC, el director general afirmó:
"En países de renta baja y media baja, el suministro de vacunas contra la covid-19 no ha sido suficiente ni para inmunizar a los trabajadores sanitarios, y los hospitales se están viendo inundados de gente que necesita asistencia urgente para salvar su vida […] Entiendo que algunos países quieran vacunar a sus niños y adolescentes, pero les urjo a que lo reconsideren y en lugar de ello donen más dosis a COVAX".
Sin embargo, y aunque pudiera pensarse que fue producto de uno de sus tantos desatinos mentales, las declaraciones de Joe Biden sobre el excedente de vacunas anticovid fueron una mezcla de cinismo y desinformación.
Estados Unidos, a través de compras adelantadas y gestiones de cabildeo con las farmacéuticas occidentales, aseguró un stock de más de 800 millones de vacunas, con la opción de duplicar su reserva una vez aumente la producción de fármacos. Pese a tener suministros de 600 millones de dosis mediante los contratos iniciales con Pfizer y Moderna, una cantidad más que suficiente para inmunizar a toda su población, también se realizaron pedidos por adelantado de 100 millones de dosis a Johnson & Johnson, incluyendo encargos a Novavax y AstraZeneca.
Aunque la política de acaparamiento de Estados Unidos inició con Trump, fue continuada por Joe Biden apenas tomó posesión oficial de la Casa Blanca. En febrero, el nuevo presidente formalizó un pedido de 200 millones de dosis adicionales tras ampliar los contratos con Pfizer y Moderna.
La acumulación de vacunas por parte del Norte Global ha forjado un cuadro de inequidad inaceptable, agudizando las líneas divisorias de poder, clase y dinero que han configurado la evolución global del capitalismo neoliberal en las últimas décadas. En consecuencia, las asimetrías derivadas del acaparamiento de los países más ricos han alcanzado niveles abismales, al punto de que solo el 0,4% de los fármacos se han administrado en países de bajos ingresos, mientras Estados Unidos, Canadá y Reino Unido tienen vacunas suficientes para inmunizar a sus poblaciones varias veces.
Por ende, las donaciones presentadas bajo un discurso altruista tienen su origen material en la captura monopólica de suministros, sin lo cual Estados Unidos no tendría un excedente de 300 millones de vacunas, según un informe especial de la Universidad de Duke reseñado por la prensa el pasado mes de abril.
Visto de otra manera, no harían falta donaciones, o al menos su perfil no estaría condicionado por una premisa de dependencia absoluta, si en vez de iniciar una carrera egoísta por las vacunas se hubieran implementado mecanismos multilaterales de distribución equitativa con la finalidad de alcanzar metas equilibradas de inmunización global.
La campaña de donaciones de Estados Unidos que tan buena publicidad ha recibido, viene a mostrar cuán fracturado está el sistema internacional nacido de la posguerra y cuán débil ha sido la capacidad de negociación de los Estados frente al poder de arbitraje de los países ricos y la Big Pharma. Que ahora mismo la posibilidad de supervivencia de miles de millones de personas dependa de la "buena voluntad" y del criterio exclusivo de las potencias occidentales, mientras se intensifica la mortalidad, el colapso del sistema sanitario y la aparición de variantes más letales, nos indica lo mucho que ha avanzado la crisis existencial de un universo de institucionales mundiales, representativas de un mosaico de soberanías debilitadas en su constitución material, que finalmente han sido cooptadas por el poder del dinero.
El asunto problemático de las donaciones no es el acto en sí, ni mucho menos su contribución efectiva a elevar las tasas de inmunidad de países que no tienen otra opción que aceptarlas, sino lo que revela sobre el equilibrio de poder que va dejando la pandemia: la distribución de vida y muerte, bajo parámetros empresariales y geopolíticos, de acuerdo al esquema de aliados y enemigos de las potencias líderes en el acaparamiento de vacunas anticovid. Se trata de la emergencia de una ética de la crueldad llevada a la frontera de la vida en su acepción biológica, movilizada por dispositivos de poder impregnados de colonialismo moderno.
Sin embargo, existen otras dificultades técnicas vinculadas a las donaciones y a los retardos asociados a las compras monopólicas del Norte Global. En abril un lote de 75 mil dosis de AstraZeneca, al borde de su fecha de vencimiento, llegó a Jamaica tras una donación de Plataforma Africana de Suministros Médicos. Aunque todavía no hay estudios concluyentes sobre si el vencimiento de los fármacos condiciona su efectividad, el caso fue un ejemplo de cómo los retardos generados por la saturación de pedidos crean turbulencias políticas para los gobiernos que las reciben. Al otro extremo del Atlántico, 16 mil dosis de AstraZeneca donadas a Malaui por la Unión Africana, fueron destruidas por estar caducadas, en medio de la ansiedad de las autoridades. Sudán del Sur, por la misma razón, se unió a Malaui y destruyó 60 mil dosis también de AstraZeneca.
Estos casos evidenciaron que las donaciones solo dan una respuesta parcial a una problemática estratégica. Como indicó Adrián Alonso, investigador del Centro de Salud Global de Ginebra para El Diario de España:
"Donar manda un mensaje de solidaridad, pero desde el punto de vista técnico existen problemas […] la eficiencia en la cadena de suministro tenga que ser muy alta para que no caduquen o no lleguen con poco margen de tiempo".
Por otro lado, la demostración más nítida de que las donaciones de Estados Unidos están condicionadas políticamente vino de la mano de James Story, "embajador" no reconocido por la República Bolivariana de Venezuela. Story afirmó que Venezuela quedaba excluida de la lista de países receptores debido a la "falta de transparencia" del gobierno de Venezuela, desmantelando la retórica falsamente filantrópica de Biden, quien afirmó que "las donaciones" no tenían la finalidad de "recibir favores políticos a cambio". Claramente, el gobierno estadounidense condiciona el envío de vacunas a Venezuela desde la visión utilitaria de que eso no se traduciría en una victoria simbólica para el proyecto Guaidó.
También es evidente que la administración Biden busca un cambio de percepción internacional con respecto al gobierno anterior, por esta razón ha apoyado la posibilidad de flexibilizar las patentes, financia el mecanismo COVAX y busca liderar la campaña de donaciones de vacunas anticovid en un intento de reconstruir las relaciones con la OMS, prácticamente destruidas durante la gestión de Trump.
Pero el pasado reciente muestra que dicho giro es artificial y sólo busca ventajas geopolíticas. El Partido Demócrata hoy gobernante nunca mostró su oposición cuando la administración Trump secuestró insumos sanitarios enviados a otros países, al momento de bloquear la exportación de mascarillas N95 producidas por la empresa 3M o cuando se reforzó la intensa campaña de "sanciones" punitivas contra Venezuela e Irán, bajo la modalidad de la "máxima presión", para descarrilar la respuesta sanitaria de ambos Estados frente a la pandemia.
Las "sanciones" destructivas de la administración Trump contra Venezuela, y las feroces condiciones de secuestro de activos líquidos y patrimoniales del Estado venezolano, no han sido modificadas o relajadas por Biden, acción que pone de manifiesto el cálculo cruel de seguir socavando la capacidad de Venezuela para acceder a las vacunas anticovid por medios propios. La exclusión de Venezuela de la lista de países receptores de vacunación, en tal sentido, vino a sumar un nuevo intento de humillar al país todo.
Las donaciones planteadas por Estados Unidos enmascaradas bajo una retórica falsamente altruista implican el establecimiento de nuevos cánones de dependencia y tutelaje sobre los países del Sur Global. Es también un problema de orden ético, pues el gesto remarca el espíritu de "superioridad" geopolítica de las potencias occidentales, que luego de haber excluido a los países de bajos ingresos de la oportunidad de acceder a las vacunas mediante prácticas de acaparamiento, ahora se presentan como sus salvadores, con almacenes repletos de vacunas anticovid sin usar y que serán distribuidas de acuerdo a criterios abiertamente politizados.
El mensaje simbólico de dependencia y sumisión es claro, y apunta directamente contra los Estados del Sur Global: con las donaciones, a decenas de gobiernos se les está diciendo que con medios propios no pueden atender a sus ciudadanos, y que la única opción es esperar una obra de buena voluntad, siempre y cuando el comportamiento político de dichos gobiernos se corresponda con los intereses del donante.
Robert Hugh Benson, en su famosa novela Señor del mundo (1907), describía un mundo distópico donde el mal representado por el anticristo justifica cada una de sus acciones desde una narrativa bien intencionada.
El mal cambia de rostro, pero sigue siempre el mismo patrón.