Ciudades del Norte Global como Nuremberg y Ottawa han sido focos de protestas debido al rechazo a las restricciones relacionadas con la covid-19, las manifestaciones callejeras se han ido sucediendo en otras ciudades como Helsinki, Londres, París, Atenas y Estocolmo. El pasado 22 de enero una red llamada World Wide Rally For Freedom convocó una jornada que también hizo presencia en las calles de varias ciudades de Canadá, Australia e India.
Quizás la más notoria de las protestas recientes fue la desarrollada por los camioneros de Canadá, quienes llegaron el pasado sábado 29 de febrero a la capital del país, Ottawa, en el denominado "Convoy de la Libertad" para protestar contra el primer ministro Justin Trudeau y la decisión de las autoridades canadienses de obligar a los camioneros a vacunarse. La organización fue atribuida a movimientos antivacunas y grupos extremistas de Canadá que tienen el apoyo de personajes como el empresario Elon Musk o Donald Trump Jr.
It would appear that the so-called “fringe minority” is actually the government
— Elon Musk (@elonmusk) January 30, 2022
Los camioneros se han opuesto a la decisión de Canadá y Estados Unidos de requerir que el 15% de los conductores comerciales (no vacunados), que cruzan la frontera entre los dos países, estén vacunados contra la covid-19 para evitar cuarentenas de 14 días. En días recientes se sumaron otros grupos opuestos a las medidas de sanidad pública adoptadas que van desde los pasaportes covid hasta límites de público en establecimientos comerciales.
Los medios destacaron que se trata de una mezcla de gremios como los transportistas, otros ciudadanos afectados por las restricciones impuestas para contener la pandemia, grupos extremistas de derechas, antisemitas, islamofóbicos y supremacistas.
Otro hecho curioso fue que el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, y su familia fueron trasladados por los servicios de seguridad de su residencia oficial en Ottawa a un "lugar seguro" en la capital por temor a que las protestas provocaran disturbios. Trudeau describió el convoy de camioneros como una "pequeña minoría marginal" que tiene "puntos de vista inaceptables" sobre las medidas.
Aullidos en la selva neoliberal
Aun cuando son encabezadas por grupos ultraconservadores que recurren a la idea de defensa de las libertades constitucionales para oponerse a cualquier decisión contra la circulación de personas, las protestas antivacunas y antirestricciones han ganado seguidores por razones tan diversas como los gremios que se han ido sumando.
Los grupos antivacunas, antes que ser redes de personas delirantes, están vinculados a poderes financieros que son señalados hasta de promover la depreciación de la vida. Han logrado impactar y captar a una parte de las clases trabajadoras a la que el sistema ha dejado a la deriva en plena pandemia. Sigue siendo memorable la reacción de la élites corporativas durante los primeros meses del confinamiento (o cuarentena) cuando, por "salvar la economía", fueron despedidos millones de trabajadores que ya sufrían los efectos de sistemas sanitarios cundidos de austeridad y abandono estatal, cuando no privatizados. Además las medidas restrictivas han sido caóticas, cuando no dejan completamente fuera a las mayorías trabajadoras y llevan al extremo la explotación de todo y de todos en favor del 1% más rico.
Son conocidas las astronómicas cifras de ganancias de esas mismas élites. La ONG Oxfam reportó en enero pasado que la riqueza total de los multimillonarios saltó de 8,6 billones de dólares en marzo de 2020 a 13,8 billones en noviembre de 2021, un aumento mayor que en los 14 años anteriores combinados. Según el informe llamado "Las desigualdades matan", solo los 10 hombres más ricos del mundo vieron cómo su riqueza colectiva se duplicaba con creces, con un aumento de 1 mil 300 millones de dólares al día.
Dice el informe de Oxfam:
Se estima que las desigualdades entre países crecerán por primera vez en una generación. Los países en desarrollo, privados de acceso a suficientes vacunas debido a la protección que los gobiernos ricos otorgan a los monopolios de las grandes empresas farmacéuticas, tuvieron que recortar el gasto social a medida que aumentaban sus niveles de endeudamiento, y ahora se enfrentan a la posibilidad de tener que adoptar medidas de austeridad.
Es así como se confunden las protestas de sectores antivacunas, defensores del estatus que facilita este modelo de saqueo y acumulación desmedida, con las protestas de sectores que rechazan unas restricciones impuestas en detrimento de los trabajadores y de las actividades que les permiten percibir el salario de subsistencia. Estos sectores, ya vencidos de protestar contra la flexibilización laboral y la alta informalidad de las economías neoliberales, rechazan que los gobiernos no le permitan el libre tránsito a las personas no vacunadas (que en muchos casos son minorías).
En las relaciones formales de trabajo, cada vez más a la baja, lo que predominan son legislaciones laborales que facilitan la explotación y el despido, mientras que lo que va en alza es la economía informal, intensificada por el discurso del emprendimiento y la uberización. No les queda otra que pedir que se les deje trabajar (en las condiciones que sea) porque ya no les da por perder el tiempo pidiendo salud pública, gratuita y de calidad, mucho menos medidas compensatorias que protejan a sus familias de un evento extraordinario como el que está en proceso.
Debido a la aparición de la variante ómicron, de alta capacidad de contagio, muchos gobiernos han impuesto restricciones de tránsito y acceso a lugares públicos a quienes no estén vacunados, al punto de que los críticos de las vacunas anticovid hablan de apartheid y persecución. La experiencia de las mismas medidas draconianas dispuestas al comienzo de la pandemia estimula rechazo debido no solo a lo traumático del encierro y confinamiento para las poblaciones urbanas sino a los impactos socioeconómicos ya descritos. En el fondo muchos trabajadores acatarían las restricciones si pudieran gozar de licencias y programas sociales sostenibles que les permitieran mantenerse confinados sin ver en riesgo los ingresos de sus hogares.
Sin embargo, detrás del discurso antivacunas está la manoseada libertad que Occidente vende a sus rebaños ensimismados a los que se les ha anulado cualquier atisbo de conciencia del deber social, por lo que prevalece el culto a una noción de libertad que desconoce el riesgo que significa para otros negarse a usar la mascarilla o vacunarse para evitar ocupar una cama de hospital que pudiera disponerse para personas con problemas de salud no transmisibles.
Virus de desilusión y desconfianza
Asistimos entonces a la escenificación de movilizaciones en las que unas multitudes le exigen al sistemas de cosas en el que predomina el darwinismo social que le deje vivir la supuesta libertad que le ha vendido. En este caso la libertad de tránsito se ve coartada por la obligación a inocularse las vacunas anticovid, las mismas con las que esos países han establecido ciertos mecanismos de control geopolítico como los descritos en un informe del Instituto Samuel Robinson.
No hay cómo entender ese discurso de libertad, además, cuando ocurren eventos como el de la Organización Mundial para la Salud (OMS) postergando infinitamente la autorización para el uso de emergencia a un fabricante ruso de vacunas mientras gobiernos de Occidente obligan a sus poblaciones a utilizar otras inmersas en controversias tanto políticas como clínicas.
Ese mismo discurso de libertad se utiliza para acusar de dictatoriales a países como China por sus mecanismos para prevenir los contagios masivos y también para propugnar la privatización de las vacunas por parte de megacorporaciones como Pfizer o AstraZeneca, cuyas ganancias han sido mayores al 100%, aun cuando las fases de investigación y desarrollo (I+D) fueron financiadas por los respectivos gobiernos con fondos públicos.
Más que dudar sobre las vacunas, mucha gente desconfía de los gobiernos occidentales que han venido improvisando de manera alarmante desde el comienzo de la pandemia. Aunque los expertos llevaban años advirtiéndolo, estos gobiernos no estaban preparados para una pandemia, ni a lo interno de sus países ni en la aldea global que pretenden dirigir.
En países como Estados Unidos y Reino Unido solo el 49% de sus ciudadanos confían en las empresas, según una encuesta elaborada en 28 países durante noviembre de 2021 y publicada por la plataforma Statista. Los países con mayor confianza en ellas resultaron ser los emergentes China (84%) e India (79%); es posible que tenga que ver con el modo como los sectores corporativos han asumido la pandemia, siendo las farmacéuticas estadounidenses unas de las menos rechazadas, por cierto.
Por otra parte, en India, el Serum Institute, principal fabricante de vacunas del mundo, dejó de exportar vacunas en cuanto apareció la variante delta y aumentaron los contagios, hospitalizaciones y muertes de manera explosiva, esto para atender a la población interna. Mientras que China, donde no hubo tal aumento de casos, ocupa el primer lugar en exportaciones de vacunas contra la covid-19, con más de 80 millones de dosis enviadas a 60 países, seguido por la Unión Europea e India con 77 y 64 millones respectivamente. Además, el 91% de los encuestados chinos dijeron que tenían confianza en su gobierno mientras el 74% de los indios afirmó lo mismo.
La divulgación de información falsa con respecto a la pandemia y otros asuntos políticos de interés global ha hecho que los medios de comunicación lideren la lista de tipos de empresas que tienen menos credibilidad a nivel mundial, seguidos de las redes sociales por el cada vez más evidente manejo de datos privados de las personas para lucrarse con ellos. Además, 23 de los 28 países desconfían más del gobierno que de las corporaciones, por lo que el escepticismo y la desconfianza es viral.
Son los mismos gobiernos que ahora presionan para que la mayoría esté inoculada, los mismos que precarizan la sanidad pública y el trabajo dejando a la intemperie a las mayorías en nombre de la libertad de los ricos. La pobreza, la marginación social, el desconocimiento, la promoción de la ignorancia y la banalidad que llevan a la pérdida de sentido histórico, las fallas de los sistemas de salud, la privatización de la sanidad en algunos países, las guerras, etc., califican como la contribución velada de gobiernos y corporaciones a las manifestaciones antivacunas y antirrestricciones.
Llama la atención cómo no se registran protestas contra las corporaciones que han creado esa especie de "juegos del hambre" en torno a la pandemia, esas mismas que han creado las condiciones para que los gobiernos den prioridad a sus utilidades amenazadas por los confinamientos y las otras medidas anticovid. Estas desestabilizan el funcionamiento de la economía de mercado como resultado de la caída vertiginosa de los precios de su maquinaria acumuladora, casi que ninguna prioridad a la salud y a la vida de los seres humanos.
¿Mercancía o vida? Los debates pendientes
Es complicado, a estas alturas de la historia, obligar a las personas a vacunarse y a confiar en las vacunas que han sido utilizadas como instrumento de control geopolítico y económico, sin embargo la desconfianza acerca de estos fármacos no es nueva, ha sido ampliamente reseñada. Algunas de las críticas están englobadas en el rechazo a la mercantilización de la salud y a la medicalización como mecanismo que la facilita.
En su libro Némesis Médica (1975), el filósofo austríaco Iván Illich señaló el problema del funcionamiento de las instituciones del saber y del poder de los médicos: "La excesiva medicalización de la sociedad fomenta dolencias reforzando una sociedad enferma que no solo preserva a sus miembros defectuosos, sino que también multiplica exponencialmente la demanda del papel del médico".
El poderoso complejo médico industrial, del que forma parte la Big Pharma, impulsa el consumismo de consultas, medicinas, hospitalizaciones y todo lo relacionado con la salud en muchos sectores sociales. El paciente pasa a ser solo un consumidor más de la industria médica que, a decir de Illich, "queda reducido a un objeto en reparación, deja de ser un sujeto al que se le ayuda a curar". Así se ha transformado a la ciencia médica en una maquinaria donde el uso de tecnologías suprime las viejas concepciones de la semiología médica: hablar, revisar y examinar al paciente.
Por otra parte, la investigación en áreas de salud marcha a la par de las ganancias de la Big Pharma, no de la salud de las mayorías. La mercantilización del conocimiento es un debate que no debería desmayar en la comunidad científica, sobre todo cuando muchas agendas científicas de países periféricos no se corresponden con sus problemas o urgencias sino con los de las metrópolis.
Los sistemas sanitarios han sido precarizados en función de esos intereses corporativos que, antes que promover la salud preventiva, prefieren la asistencialista que, cuando llega, usualmente actúa tarde. De allí nace la desconfianza, no solo en las vacunas, sino en el entramado industrial que diseña, produce, distribuye e impone los precios de los medicamentos.
La Big Pharma ha cometido numerosos delitos entre los que destaca la crisis de los opiáceos que azota a Estados Unidos. La empresa Janssen inventó el fentanilo, un analgésico altamente adictivo que se podía comprar y promocionar (premiando a los médicos que lo recetaran) libremente en Estados Unidos, por lo que Johnson&Johnson (actual dueña de Janssen) fue condenada.
Lo dicho no justifica la negación al uso de las vacunas; si así fuera no deberíamos ni comer, dado que la comida es también una mercancía en manos de grandes corporaciones. Lo que sí debe aumentar es el sentido crítico respecto a la instrumentalización de los derechos como mecanismos de control que mercantilizan las relaciones sociales y la de las sociedades con el resto de la naturaleza.
De hecho, mucha gente no se vacuna debido al difícil acceso a los sistemas sanitarios o a la información veraz respecto al SARS-CoV-2 y sus secuelas, por lo que una persona que no esté vacunada sencillamente es pobre y desinformada, no necesariamente antivacunas. Más complejo si se tienen líderes como el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, que denosta de las vacunas y califica de “gripezinha” a la covid-19, lo que ha dejado una estela de muerte y trastornos sociales en el vecino país.
En medio de una crisis global, las ciencias médicas hoy asisten a un debate que incluye lo epistémico, unos sectores reconocen y otros evaden que ha llegado la hora de construir deliberaciones sobre si deben vender fármacos o buscar la mejora del bienestar humano. Si las vacunas van en este último sentido no hay discusión superior a esa; es por eso que se requiere el desarrollo de nuevos planos éticos basados en el cuidado, la atención humanizada y el apoyo mutuo para que la salud sea integral, gratificante además de gratuita y pública además de colectiva.
¿Ómicron como punto de inflexión o curva peligrosa?
Un solo portador sano (o asintomático) del virus es suficiente para hacer que una persona no vacunada, o sin el esquema completo, se enferme. Aun cuando hay tratamientos que logran curar algunos síntomas con efectividad no existen fármacos altamente exitosos al alcance de las mayorías. Además, tanto autoridades sanitarias como corporaciones han avanzado poco en la fabricación de tests que le permitan saber a una persona si tiene la inmunidad ante el SARS-Cov-2 (midiendo sus células T que otorgan la inmunidad celular) y si necesita una dosis vacunal de refuerzo, lo que ahorraría vacunas.
Se atribuye la aparición de la variante ómicron a la posibilidad que tuvo el virus de mutar en países de África en los que las tasas de vacunación aún siguen siendo relativamente bajas, esto se debe precisamente al fracaso de las élites globales en la distribución justa de las vacunas. El acaparamiento de las vacunas, del que también participaron muchos de los países que hoy presencian acciones de calle, dejó a países semicoloniales o subordinados fuera de la vacunación.
Ómicron tiene 32 mutaciones de la proteína S (la corona del virus), el doble de las que tiene la variante delta, lo que habría implicado mayor transmisibilidad, severidad y menos efectividad de las vacunas para combatirla. Con el pasar de los meses se ha determinado que no es tan severa y que algunas vacunas pueden garantizar protección suficiente contra esta variante, lo que ha motivado a que en algunos países europeos se haya planteado la idea de "gripalizar" a la covid-19 o tratar a la pandemia como endemia. Esto consistiría en dejar de contener a las poblaciones para atacar la enfermedad en sí, obviando la prevención que se ejerce hasta ahora mediante confinamiento social, uso de mascarilla y cuarentenas. Se dejaría a responsabilidad del ciudadano la responsabilidad del control de los contagios, lo que ya ha sido visto con preocupación por la OMS.
El debate, que ocurre donde hay mayores tasas de población vacunada, pareciera responder a las protestas ya descritas; como es sabido, ómicron ha tenido un impacto mucho mayor y ha aportado una dosis de inmunidad masiva que, junto a las vacunas, ha permitido reducir el hacinamiento en las emergencias y unidades de cuidados intensivos. Sin embargo en los países con bajas tasas sigue el virus a sus anchas mutando y generando nuevas variantes cuyas características son indeterminadas.
Se ha llegado a decir que como ómicron causa menos casos graves ya el virus comienza a "domesticarse", pero de ello no hay pruebas sino apenas indicios. Las mutaciones son, por definición, aleatorias. Si ómicron o delta mutan a formas más graves, las consecuencias también lo serían, además la detección y contención es uno de los problemas más complejos para la comunidad científica abocada a su estudio. Al dejar de monitorearse las estadísticas de casos con la necesaria vigilancia genómica poco se podrá hacer en el caso de la aparición de otra variante como delta.
¿Cómo crear muchos movimientos antivacunas?
En un artículo reciente, titulado "Por qué Cuba no tiene un movimiento antivacunas", el economista y filósofo Marc Vandepitte reseña cómo entre medidas caóticas y desconfianza se fue gestando una percepción pública contra las medidas anticovid en Europa. Muchas manifestaciones callejeras van en contra del manejo errático e interesado de las crisis por parte de las corporatocracias europeas. Lo que el autor describe sobre Cuba se parece a lo ocurrido en Venezuela, donde no se han producido este tipo de movilizaciones debido a la actuación oportuna de un Estado que promueve la solidaridad antes que la represión.
También destaca Vandepitte "el vínculo de confianza entre la población local y el personal sanitario" como base de la salud preventiva así como el "casa por casa" para rastrear casos. También menciona cómo los efectos de la variante delta en julio pasado se combinaron con "los graves problemas económicos derivados del bloqueo económico de Estados Unidos, la pérdida de turismo y el aumento del precio de los alimentos", lo que no dejó de ser una oportunidad para que Washington buscara, como siempre, imponer un "golpe suave".
Esto no ha impedido que Cuba desarrollara cinco vacunas distintas, inmunizara al 90% de su población (es el segundo porcentaje más alto del mundo, después de los Emiratos Árabes Unidos, y el más alto de América Latina), comparta fármacos y médicos con más de 10 países (incluída Italia) e invierta en soberanía sanitaria al punto de que el 80% de las vacunas utilizadas en los programas de vacunación del país son de fabricación nacional.
Si se quiere alimentar un movimiento "antivacunas" se debe:
- Acaparar vacunas para que el SARS-CoV-2 mute indeterminadamente.
- Desconfigurar el Estado en favor de corporaciones muy, pero muy, mezquinas.
- Estigmatizar a las poblaciones más vulnerables; si se pueden dejar ahogar en el mar o convertir sus territorios en hervideros de guerra, mejor.
- Estimular la competencia individualista y desechar la solidaridad como valor.
- Inocular en su población la noción de que algún día llegará a formar parte del 1% más rico del mundo.
- Hay más, pero nos faltaría espacio...
No hay una estrategia global para combatir a la covid-19 y Occidente es responsable de ello al no liberar las patentes para que los países pobres puedan acceder tanto a las vacunas como a varios de los medicamentos que son relativamente eficaces. Además hace rato que optó por hacer de las vacunas y de la propia pandemia un reseteo global en el que se agudice el estado de excepción que ha venido imponiendo.