Al analizar minuciosamente los resultados de consultas semanales que llevaba a cabo, el reconocido encuestador y analista político estadounidense Scott Rasmussen notó un patrón intrigante. En cada muestra de respuestas sobre las opiniones de la población hacia el sistema político, siempre había un pequeño grupo de participantes —3 o 4 de cada mil encuestados— cuyas respuestas se destacaban por su radicalidad.
Rasmussen decidió adentrarse en la demografía de estos encuestados extremos y descubrió tres características comunes: todos poseían títulos de posgrado, disfrutaban de ingresos familiares superiores a los 150 mil dólares al año y residían en grandes ciudades.
En ese momento optó por desarrollar una nueva investigación en la que diferenció las opiniones de las élites del resto de la población. Según el informe publicado al respecto, se trata de "la primera encuesta que identifica las características y creencias del 1% de élite que constituyen la raíz de la disfunción política en Estados Unidos en la actualidad".
¿Hay demasiada libertad individual en Estados Unidos? ¿Debería racionarse estrictamente el gas, la carne y la electricidad para frenar el cambio climático? ¿Se puede confiar en que el gobierno hará lo correcto la mayor parte del tiempo? La élite estadounidense siempre tuvo un punto de vista diferente al de la mayoría de la población.
En cuanto a la percepción de la libertad individual, 16% de los encuestados comunes consideró que hay demasiada libertad, mientras que 47% de la élite compartía esta opinión. Por otro lado, 57% del público en general expresó que existe demasiado control gubernamental, en contraste con 20% de la élite que compartieron esta percepción.
En lo que respecta al estricto racionamiento de gas, carne y electricidad como medida para abordar el calentamiento global, las opiniones también son completamente opuestas. Mientras que 63% de la base amplia se opuso al racionamiento, 77% del sector más rico estuvo a favor. En cuanto a las circunstancias financieras personales, 74% de este grupo informó que sus finanzas están mejorando, frente al 20% del público en general que compartió esta percepción.
Sobre la confianza hacia el gobierno, 70% del grupo minoritario expresó confianza en que los funcionarios del gobierno harán lo correcto la mayor parte del tiempo, mientras que menos del 25% de la población en general tiene esa confianza.
Las opiniones favorables del Congreso estadounidense fueron de 6% entre los electores, de 10% entre los periodistas y de 17% entre los profesores. Sin embargo, más del 70% de la élite tuvo una opinión positiva.
La encuesta permitió obtener una caracterización más detallada de este grupo. Mayoritariamente se trata de individuos blancos (86%), afiliados al Partido Demócrata (73%), con edades comprendidas entre los 34 y 54 años (67%). Además, casi la mitad del grupo se identifica con las políticas de Bernie Sanders (47%).
Hay un subgrupo aun más radicalizado que Rasmussen llama la “superélite”, que han obtenido sus títulos en instituciones como Harvard, Ivy League, MIT, Stanford, Johns Hopkins, Northwestern, UC Berkeley y la Universidad de Chicago.
En un artículo que reseña el informe, el periodista Simplicius The Thinker ha destacado una disparidad reveladora en los resultados de la encuesta de Rasmussen, al señalar la desconexión entre las élites y las cuestiones económicas que impactan directamente sobre la población común. Según los datos recopilados, 82% de las élites considera que Biden está teniendo éxito en el ámbito laboral, lo que se traduce en una aprobación de la economía. En contraste, con un promedio de 37% entre los votantes regulares, Biden es el presidente más impopular de toda la historia moderna de EE.UU.
Esto es particularmente revelador porque el empleo y la economía son los únicos temas vitales que los votantes regulares escuchan directamente de primera mano. Las élites tienen poca conexión con esto ya que no importa cuán grandes o pequeñas sean las cifras de desempleo, sus vidas permanecen seguras arraigadas en el bienestar de los estratos superiores.
Un último dato esclarecedor se encuentra en que una parte mayoritaria de la “superélite” estaría dispuesta a recurrir a la trampa para asegurar su victoria en unas elecciones reñidas.
Según el estudio de Rasmussen, 35% del 1% de la élite estaría dispuesto a recurrir a trampas en caso de perder unas elecciones reñidas. Pero cuando se trata de la élite obsesionada políticamente, 69% dice que tomaría este mismo camino. La mayoría de los estadounidenses promedio (93%), al contrario, rechaza por completo la idea de hacer trampas y aceptan la derrota en una elección honesta.
“Esto es lo más sorprendente, aunque solo sea por el hecho de que presenta, con mucho, el margen de diferencia más amplio de cualquiera de las otras preguntas. Esto por sí solo explica la mayoría de los males de la sociedad, incluida la facilidad, ya demostrada, con que las élites que ejercen influencia utilizan su considerable riqueza y alcance para ‘manejar la balanza’ en las elecciones de 2020”, dice Simplicius El pensador.
El abismo cada vez mayor en Estados Unidos entre la clase poderosa y el resto de la población explica la disfuncionalidad de su sistema político y económico occidental. Como señala el periodista, las élites manipulan a la población vendiendo sus propias agendas como valores democráticos cuando, en realidad, la voz de la gente común es ignorada en decisiones cruciales. La democracia liberal se convierte así en una mera fachada que permite a las élites financieras y bancarias seguir dominando. Esta aparente libertad es de hecho una forma de esclavitud intelectual y moral porque los ciudadanos son engañados para creer que viven en un sistema justo, al tiempo que están siendo explotados.
"El problema es que tales circunstancias nunca son sostenibles a largo plazo: claro, pueden crear condiciones semiutópicas para su propia prole, pero el resto del mundo finalmente se da cuenta del fraude y exige su libra de carne como recompensa. Sería mejor para las élites poner fin a la farsa y simplemente decir la verdad: no tiene nada que ver con ideales elevados y sucedáneos como la 'libertad' y el 'liberalismo', sino más bien con la preservación de la primacía occidental y una forma de vida favorecida. Eso es todo".