Contexto general
La victoria de Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de Colombia el pasado domingo 19 de junio claramente profundiza el viraje hacia la izquierda en la región latinoamericana, ampliando un bloque geopolítico de múltiples matices y corrientes que ha desvanecido al ascenso de la derecha regional que inició con el golpe en Honduras de 2009.
A su vez, los últimos sondeos indican que Luiz Inácio Lula da Silva encabeza la carrera por la presidencia de Brasil. Las proyecciones en torno a la elección, pautada para el mes de octubre de este año, muestran que el líder del Partido de los Trabajadores ha ido incrementando su ventaja frente a Jair Bolsonaro, con una preferencia de voto del 46%, frente al 32% del actual presidente.
De producirse la victoria de Lula sin maniobras de corte golpista que comprometan el resultado, una tesis que se ha ido manejando e incluso preparando desde círculos militares y el famoso Centrão ligado a Bolsonaro, la incorporación de Brasil al giro general de la región oficializará un cambio tectónico a nivel geopolítico, al ser la economía de mayor tamaño de la región y por el evidente peso geoestratégico que ostenta.
Sumando la victoria de Petro, e incorporando a líderes dentro del eje Caricom, el total de gobiernos con tendencia de izquierda es de 17. Se trata de la mitad de la región, y un golpe en toda la línea de flotación del esquema geopolítico asociado a Washington.
Lo que se puede esperar
Es altamente probable que el cuadro actual de equilibrio de fuerzas derive en una recomposición de los mecanismos y acuerdos de integración regional, al menos parcial, atendiendo al precedente inmediato de la protesta mayoritaria contra Estados Unidos que ocasionó la exclusión de Venezuela, Cuba y Nicaragua en el contexto de la IX Cumbre de las Américas desarrollada en Los Ángeles.
El fracaso de la administración Biden, que no pudo llevar a cabo un evento de relevancia para reposicionar su influencia en la región, abre nuevas posibilidades para que instrumentos como la CELAC, ALBA, e incluso la sepultada UNASUR, adquieran una renovada proyección de fuerza.
Los reclamos en torno a la Cumbre dotaron a la región de un nivel de autonomía estratégica y unidad de criterio no visto en años, cuyo resultado fue una imagen de fortaleza ante Washington y una capacidad práctica de influir decisivamente en los asuntos continentales.
Las proyecciones de recuperación de los esquemas de integración pasan por la voluntad política, una variable que todavía está por confirmarse en términos de consistencia y direccionalidad política, pero su base material yace en lo económico.
Un resumen de Statista, con cifras de 2021, expone que, por tamaño de PIB y en el siguiente orden, las principales seis economías del continente pasarán a ser o ya están siendo gestionadas de hecho por gobiernos de tendencia de izquierda: Brasil, México, Argentina, Chile, Colombia y Perú.
Esta confluencia, por su carácter inédito, y en tiempos donde los exportadores de materias primas han revitalizado su poder internacional en medio de la crisis global de suministros y materias primas causada por las "sanciones" occidentales contra Rusia por su operación especial en Ucrania, plantea todo un kairós histórico para que la región recupere su presencia geopolítica en el panorama global, siguiendo las tendencias regionalistas emergentes de autonomía estratégica manifestada en los BRICS, ASEAN y la Organización de Cooperación de Shanghái.
Son elementos de base que permiten visualizar un escenario donde el poder económico y la voluntad política pueden contribuir a proyectar a América Latina y el Caribe como un actor de primer orden en la política internacional, alejándose de la configuración periférica, supeditada a Estados Unidos, que dejó el ciclo restaurador encabezado por la derecha continental durante los últimos años.
Pero, por ahora, el alcance de cómo se termine aprovechando este entorno geopolítico favorable continúa siendo una incógnita.
El giro político que se produce en Colombia con el nuevo gobierno de Gustavo Petro subraya un cambio de mapa regional que está sujeto a varios análisis. Los abordamos aquí:https://t.co/JnX8IiRmtV pic.twitter.com/oG04MmewQJ
— MV (@Mision_Verdad) June 23, 2022
Retórica e imaginario
El analista Julio Sau A., en su papel de trabajo "Nuevos temas en la integración latinoamericana del siglo XXI", recoge el estado del arte sobre la integración regional. Plantea que el ideal de la integración está presente en el imaginario colectivo del continente desde el proceso de independencia, y le adjudica al Congreso Anfictiónico de Panamá, impulsado por Bolívar en 1826, un valor esencial para la configuración de los principios rectores de la unidad latinoamericana.
Por lo tardío y particular de su proceso de independencia, Brasil ha estado al margen, indica Sau, de este imaginario compartido. Su ascenso como potencia regional, impulsado por el tamaño de su economía y sus aspiraciones de participar en el juego global de la geopolítica, constituyendo alianzas con grandes potencias, se ha traducido en una mirada tradicionalmente extrarregional de sus intereses de política exterior.
El ideal de la integración representa un consenso general, compartido y hegemónico en la región, a tal punto que, gobiernos abiertamente de derecha, orientados a los tratados de libre comercio, suelen justificar sus movimientos en este sentido desde una lógica de "unidad continental", privilegiando, obviamente, la acumulación de capital, el libre flujo de inversiones y la erosión de la soberanía económica.
Aún así, se mueven en un campo de conceptos compartidos.
La dinámica de integración regional en el ciclo político soberanista de principios del siglo XXI avanzó notablemente en la construcción política, pues en ese periodo nacieron grandes acuerdos y mecanismos que constituyen una base fundamental para el desarrollo de la geopolítica del continente a largo plazo.
El problema fundamental a encarar
Sin embargo, la construcción económica no avanzó con el mismo ritmo, e incluso los grandes y ambiciosos proyectos de materialización de una poderosa integración en el campo energético, comercial y de transporte ferroviario, quedaron estancados y como recordatorio de las materias pendientes.
Aquí no solo jugó en contra la falta de voluntad política en momentos de definición, sino la propia inserción histórica de la región en el capitalismo global, caracterizada por la venta de materias primas con poco valor agregado a las economías capitalistas centrales, la escasa diversificación de las exportaciones y la dependencia tecnológica del Norte global en áreas clave del desarrollo económico interno.
En 2014, las cifras de la CEPAL indicaban que solo el 19,2% del comercio de la región ocurría entre los países que lo constituyen. Es decir, la mayoría de las exportaciones del continente van dirigidas a Estados Unidos, Europa y Asia, lo cual refuerza la lógica primaria de las economías, la dependencia a los vaivenes de los precios de los commodities y la fragilidad de los flujos externos de capital.
Los niveles tan inferiores de comercio intrarregional descritos por la CEPAL, que llevan el agregado de una escasa integración en términos de inversión, proyectos conjuntos y aprovechamiento común de ventajas comparativas, expresa que la región compite a lo interno por la extracción de renta internacional con sus exportaciones, en los mismos mercados configurados históricamente.
Esto provoca una especie de efecto esquizoide en la dinámica política de la región. Mientras en los foros y eventos de alto perfil se propugna discursivamente por la integración, se establecen declaraciones conjuntas de alto valor ideológico y necesidades de avanzar en la materialización de una independencia efectiva a nivel económico, en la realidad cotidiana los países se ven inmersos en una competencia agresiva de carácter comercial por cuotas de mercado y rentas diferenciales.
Tener esta problemática en consideración es clave para tener oportunidades de avance conjunto en el ciclo soberanista que está tomando forma actualmente, ya que la voluntad política y los consensos que han tejido históricamente los marcos de cooperación en Latinoamérica necesitan de una base económica que los sustente en el tiempo, le otorguen continuidad y acompañen una línea geopolítica de autonomía estratégica, apoyada en una compenetración de ventajas y capacidades de desarrollo continental.
Ciertamente, encarar este objetivo no es soplar y hacer botella, pero si se tiene como fuente permanente de prioridades, implicaría un avance importante para la reformulación de las cuestiones de importancia estratégica, la jerarquía de temas ineludibles, que deben estar en el centro de gravedad de este nuevo giro a la izquierda en la región.